Si la relación de mi madre con su padrino fue bastante estrecha y profunda, la relación con su madrina, Pilar Arias Ramos, fue realmente excepcional. Pilar, como se sabe, permaneció soltera toda su vida, pero, al menos en el caso de mi madre, desempeñó su papel de madrina de tal manera que fue para ella una verdadera madre. Supongo que Pilar debió tener más ahijados, y desconozco la calificación que en el desempeño de su papel de madrina darían sus otros ahijados a Pilar, pero en el caso de mi madre su nota sería de “Sobresaliente Cum Laude”, y aun así se quedaría muy corta. Pilar fue para mi madre, especialmente desde 1942, cuando murió mi abuela y mi madre se quedó sola a los veintiún años, su consejera, su confidente, la que aportaba el cariño necesario, su íntima amiga, la que siempre estaba presente cuando se la necesitaba, la que tenía con ella infinitos detalles en la vida cotidiana y en los días extraordinarios; en definitiva, su madrina ─“madre”─ en sentido pleno.
Tras la muerte de Don Juan Manuel Arias, Doña María, Pilar y Eleana se instalaron en Madrid
en un piso situado en la calle del Olivar 14. No es de extrañar que después de los más de veintitrés años que la familia Arias pasó en Villafranca, la casa del Olivar 14 representara para muchos aucenses ─es éste el gentilicio de los nacidos en Villafranca Montes de Oca─ un referente donde acudir caso de necesitar algo en la capital. Sin embargo, para mi madre y mi tío Constancio la casa del Olivar era algo más, era realmente “su casa en Madrid”, como estoy seguro de que también lo era para la familia cercana de los Arias que vivieran fuera de Madrid.
Con posterioridad a la muerte de mi abuela, mi madre venía con cierta frecuencia a Madrid, incluso después de contraer matrimonio en 1944, ya que mi tío Constancio había sacado las posiciones y trabajaba en Madrid por aquellas fechas, en el antiguo Instituto Nacional de Previsión (antecesor de la Secretaría de la Seguridad Social). Por supuesto, durante sus estancias en Madrid mi madre se hospedaba en su casa del Olivar 14, donde siempre era recibida con gran cariño. Aprovechando sus estancias en Madrid era normal que acudiera, invitada por su madrina, y en compañía de ella y Eleana, a alguna función teatral, y sobre todo a la zarzuela, pues ambas eran muy aficionadas a la música e intentaban trasmitir a mi madre esta gran afición. Marina, El Barberillo de Lavapiés, Doña Francisquita y otras, son zarzuelas que mi madre recuerda haber visto en compañía de su madrina y Eleana. De esta época conserva mi madre una fotografía de su madrina Pilar y ella paseando por las calles del Madrid de los cuarenta (creo que fue tomada en 1948, según figura en el reverso de la misma). Viendo la expresión de sus caras es difícil decir quién se siente más orgullosa de quién, si la madrina de su ahijada o la ahijada de su madrina. En 1950 nací yo, y al año siguiente mi hermano. Los viajes de mi madre a Madrid disminuyeron, pero el contacto de mi madre y Pilar continuó por carta, y algunas veces a través de Lina, una chica de Villafranca que sirvió durante un tiempo en el Olivar 14.
El año 1958 fue un año especial: en el mes de mayo mi hermano y yo hicimos la primera comunión en Villafranca. Pilar Arias no asistió a nuestra comunión, pero nos envió un regalo que para nosotros resultó sorprendente y fantástico: dos plumas estilográficas de color blanco. Las plumas estilográficas eran ya bastante comunes por aquellas épocas en manos de las personas mayores, pero para los niños de la escuela de Villafranca, acostumbrados a escribir con pizarrín, lápiz o plumilla, aquello era algo sorprendente. ¿Cómo era posible que se pudiera escribir por tan largo tiempo sin necesidad de mojar la plumilla en el tintero? ─se preguntaban─; sin duda, el artefacto en cuestión debía tener algo de magia o brujería. Lamentablemente, aunque con menos frecuencia que con la plumilla, el tener una pluma estilográfica no impedía que se cayera un
borrón de vez en cuando, lo que era algo desafortunado, sin duda, pues un borrón en el trabajo significaba, cuanto menos, un buen coscorrón por parte del maestro.
En ese mismo año, un segundo acontecimiento tuvo lugar: el 11 de noviembre mi tío Constancio y la tía Pili contrajeron matrimonio. Por supuesto, mi tío Constancio salió hacia la iglesia de su casa del Olivar 14 y acompañado de su madrina de pila Eleana Aria, que también lo fue de su boda. Mis padres habían llegado a Madrid el día anterior, y como de costumbre estaban hospedados en su casa de la calle del Olivar. La mañana del día de la boda había un gran ajetreo en casa de los Arias: Eleana, que acababa de llegar de la peluquería, tenía ya su sombrero colocado para ir a la ceremonia; mí tío ya había terminado de ponerse el chaqué; la tía Nieves, que también iba de boda, había estrenado zapatos, y como, al p
arecer, le estaban algo prietos había decidido ponérselos y pasearse de arriba abajo a lo largo del gran pasillo de la casa, y acomodar así los zapatos a la horma de su pié antes de salir hacia la iglesia; mi madre estaba muy nerviosa, y además estaba pasando una “mala racha” con algún problema de salud, problemas que se agravarían posteriormente a principios de los años sesenta. Por este motivo Pilar estaba particularmente atenta con mi madre, a quien acompañaba y animaba. La boda de mis tíos fue, sin duda alguna, uno de esos momentos felices que compartieron las dos familias. Mi tía Pili pasó a ser desde el mismo momento de su matrimonio un eslabón más dentro de la amistad entre las dos familias y tuvo siempre un trato entrañable y cariñoso con los Arias, de una forma especial con Eleana, que a partir de su boda pasó a ser conocida, simplemente, como “la madrina”.
A principio de los años sesenta mi madre volvió nuevamente a Madrid, esta vez para someterse a una operación de dos hernias inguinales en el hospital Ruber. Mi madre estaba especialmente preocupada, pues su madre había muerto por un problema de obstrucción intestinal provocada por una complicación de una operación similar. Su madrina Pilar estuvo con ella después de la operación y la acompañó durante toda la noche posterior. Nuevamente y como de costumbre, Pilar estaba siempre disponible en las dificultades. Gracias a Dios mi madre se recuperó completamente, y a partir de esa fecha su salud mejoró mucho. Durante el resto de la década de los sesenta, Pilar y Eleana participaron de todos los acontecimientos de la familia. Esos años nacieron mis primos, y ellas asistieron a todos sus bautizos.
A finales de los años sesenta y principios de los setenta, mi hermano y yo estábamos en Madrid realizando nuestros estudios universitarios. Siempre hemos calificados nuestra estancia en la universidad y los colegios mayores como inolvidable. Coincidió esta época con el periodo previo a la Transición, lo que nos permitió vivir y vislumbrar los acontecimientos que se darían en el futuro desde la avanzadilla universitaria y de los colegios mayores. Mi madre tampoco se olvidaba entonces de su madrina, y frecuentemente, después de nuestras vacaciones, nos daba un pequeño regalo del pueblo (un cuarto de cordero, morcillas, lomo…) para que se lo lleváramos a Pilar y Eleana. Nosotros acudíamos a su casa del Olivar, donde siempre éramos recibidos con mucho cariño.
Alfonso Bonilla Bonilla
Tras la muerte de Don Juan Manuel Arias, Doña María, Pilar y Eleana se instalaron en Madrid
en un piso situado en la calle del Olivar 14. No es de extrañar que después de los más de veintitrés años que la familia Arias pasó en Villafranca, la casa del Olivar 14 representara para muchos aucenses ─es éste el gentilicio de los nacidos en Villafranca Montes de Oca─ un referente donde acudir caso de necesitar algo en la capital. Sin embargo, para mi madre y mi tío Constancio la casa del Olivar era algo más, era realmente “su casa en Madrid”, como estoy seguro de que también lo era para la familia cercana de los Arias que vivieran fuera de Madrid.Con posterioridad a la muerte de mi abuela, mi madre venía con cierta frecuencia a Madrid, incluso después de contraer matrimonio en 1944, ya que mi tío Constancio había sacado las posiciones y trabajaba en Madrid por aquellas fechas, en el antiguo Instituto Nacional de Previsión (antecesor de la Secretaría de la Seguridad Social). Por supuesto, durante sus estancias en Madrid mi madre se hospedaba en su casa del Olivar 14, donde siempre era recibida con gran cariño. Aprovechando sus estancias en Madrid era normal que acudiera, invitada por su madrina, y en compañía de ella y Eleana, a alguna función teatral, y sobre todo a la zarzuela, pues ambas eran muy aficionadas a la música e intentaban trasmitir a mi madre esta gran afición. Marina, El Barberillo de Lavapiés, Doña Francisquita y otras, son zarzuelas que mi madre recuerda haber visto en compañía de su madrina y Eleana. De esta época conserva mi madre una fotografía de su madrina Pilar y ella paseando por las calles del Madrid de los cuarenta (creo que fue tomada en 1948, según figura en el reverso de la misma). Viendo la expresión de sus caras es difícil decir quién se siente más orgullosa de quién, si la madrina de su ahijada o la ahijada de su madrina. En 1950 nací yo, y al año siguiente mi hermano. Los viajes de mi madre a Madrid disminuyeron, pero el contacto de mi madre y Pilar continuó por carta, y algunas veces a través de Lina, una chica de Villafranca que sirvió durante un tiempo en el Olivar 14.
El año 1958 fue un año especial: en el mes de mayo mi hermano y yo hicimos la primera comunión en Villafranca. Pilar Arias no asistió a nuestra comunión, pero nos envió un regalo que para nosotros resultó sorprendente y fantástico: dos plumas estilográficas de color blanco. Las plumas estilográficas eran ya bastante comunes por aquellas épocas en manos de las personas mayores, pero para los niños de la escuela de Villafranca, acostumbrados a escribir con pizarrín, lápiz o plumilla, aquello era algo sorprendente. ¿Cómo era posible que se pudiera escribir por tan largo tiempo sin necesidad de mojar la plumilla en el tintero? ─se preguntaban─; sin duda, el artefacto en cuestión debía tener algo de magia o brujería. Lamentablemente, aunque con menos frecuencia que con la plumilla, el tener una pluma estilográfica no impedía que se cayera un
borrón de vez en cuando, lo que era algo desafortunado, sin duda, pues un borrón en el trabajo significaba, cuanto menos, un buen coscorrón por parte del maestro.En ese mismo año, un segundo acontecimiento tuvo lugar: el 11 de noviembre mi tío Constancio y la tía Pili contrajeron matrimonio. Por supuesto, mi tío Constancio salió hacia la iglesia de su casa del Olivar 14 y acompañado de su madrina de pila Eleana Aria, que también lo fue de su boda. Mis padres habían llegado a Madrid el día anterior, y como de costumbre estaban hospedados en su casa de la calle del Olivar. La mañana del día de la boda había un gran ajetreo en casa de los Arias: Eleana, que acababa de llegar de la peluquería, tenía ya su sombrero colocado para ir a la ceremonia; mí tío ya había terminado de ponerse el chaqué; la tía Nieves, que también iba de boda, había estrenado zapatos, y como, al p
arecer, le estaban algo prietos había decidido ponérselos y pasearse de arriba abajo a lo largo del gran pasillo de la casa, y acomodar así los zapatos a la horma de su pié antes de salir hacia la iglesia; mi madre estaba muy nerviosa, y además estaba pasando una “mala racha” con algún problema de salud, problemas que se agravarían posteriormente a principios de los años sesenta. Por este motivo Pilar estaba particularmente atenta con mi madre, a quien acompañaba y animaba. La boda de mis tíos fue, sin duda alguna, uno de esos momentos felices que compartieron las dos familias. Mi tía Pili pasó a ser desde el mismo momento de su matrimonio un eslabón más dentro de la amistad entre las dos familias y tuvo siempre un trato entrañable y cariñoso con los Arias, de una forma especial con Eleana, que a partir de su boda pasó a ser conocida, simplemente, como “la madrina”.A principio de los años sesenta mi madre volvió nuevamente a Madrid, esta vez para someterse a una operación de dos hernias inguinales en el hospital Ruber. Mi madre estaba especialmente preocupada, pues su madre había muerto por un problema de obstrucción intestinal provocada por una complicación de una operación similar. Su madrina Pilar estuvo con ella después de la operación y la acompañó durante toda la noche posterior. Nuevamente y como de costumbre, Pilar estaba siempre disponible en las dificultades. Gracias a Dios mi madre se recuperó completamente, y a partir de esa fecha su salud mejoró mucho. Durante el resto de la década de los sesenta, Pilar y Eleana participaron de todos los acontecimientos de la familia. Esos años nacieron mis primos, y ellas asistieron a todos sus bautizos.
A finales de los años sesenta y principios de los setenta, mi hermano y yo estábamos en Madrid realizando nuestros estudios universitarios. Siempre hemos calificados nuestra estancia en la universidad y los colegios mayores como inolvidable. Coincidió esta época con el periodo previo a la Transición, lo que nos permitió vivir y vislumbrar los acontecimientos que se darían en el futuro desde la avanzadilla universitaria y de los colegios mayores. Mi madre tampoco se olvidaba entonces de su madrina, y frecuentemente, después de nuestras vacaciones, nos daba un pequeño regalo del pueblo (un cuarto de cordero, morcillas, lomo…) para que se lo lleváramos a Pilar y Eleana. Nosotros acudíamos a su casa del Olivar, donde siempre éramos recibidos con mucho cariño.
Alfonso Bonilla Bonilla
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