LA FAMILIA “ARIAS RAMOS” Y LA AMISTAD - IV.
La muerte del abuelo
Pocos años más tarde, en enero de 1936, también durante la república, moría en Villafranca Don Juan Manuel Arias Gómez. Allí fue enterrado, en el cementerio de la localidad situado en una cuesta no lejos del hospital de peregrinos, a la derecha del Camino de Santiago, y vecino al lugar donde posiblemente estuvo la catedral de la diócesis de Auca/Oca, en la que los obispos aucenses celebraban sus oficios en la época visigótica y la alta edad media. Yo recuerdo perfectamente donde se encontraba la tumba de Don Juan, hacia la mitad de la cuesta en la que se ubica el cementerio, junto a la tapia y a la izquierda de la puerta principal. Junto a su tumba una cruz de hierro fundido y sobre ella un óvalo blanco con su nombre y fecha de defunción. Durante los años de mi niñez, años cincuenta, solía acudir con mis padres a los entierros de las personas que fallecían en Villafranca, pues para los niños de pueblo de entonces la muerte era tan natural como la vida y no se ocultaba a los niños cómo, a mi juicio de forma errónea, se hace en la actualidad. Era costumbre en el pueblo que al finalizar cada entierro se acudiera a las tumbas de familiares y amigos a rezar un padrenuestro por sus almas, y nosotros siempre íbamos con mis padres a rezar todos juntos a la tumba de Don Juan. Es por eso por lo que creo aún conservo tan viva en mi memoria su situación y su aspecto.
El cementerio de Villafranca ha tenido, hasta hace pocos años, un carácter comunal; esto quiere decir que la tumba ocupada por una persona no lo era sólo por ella para siempre, sino que trascurridos unos años otra persona, a quien tocara, era depositada en la misma tumba, de forma que en ella podía estar enterrado un médico, un sacerdote, un jornalero o un pastor. A mí esta forma simbólica de socializar la muerte siempre me pareció muy sabia y adecuada; si bien la muerte está ya socializada de por sí, y gracias a Dios será así siempre, por mucho que nos empeñemos, también en Villafranca, en privatizar las tumbas para ser ocupadas sólo por familiares, y coloquemos sobre ellas caras y pesadas losas de granito.
La muerte de los patriarcas de las familias no supuso, ni mucho menos, la rotura de las relaciones entre ellas; por el contrario, fue entonces cuando se establecieron unos vínculos especiales entre las nuevas generaciones, especialmente entre los padrinos y sus ahijados. Don Nicolás y su mujer, Doña Marisa, recibieron siempre con gran alegría a mi madre, su ahijada, en los pueblos donde estuvieron: Villambistia, Frias, Sartaguda y Cintruénigo.
Un mes después de la muerte de Don Juan, su hijo Don Nicolás Arias Ramos, siguiendo la tradición familiar, ejerció como médico de Villafranca desde febrero a septiembre de 1936, para continuar después en Villambistia (cerca de Villafranca). Fueron en uno de estos años, durante la guerra civil española, cuando mi madre pasó casi un mes en casa de su padrino en Villambístia. Doña María, que se había quedado viuda hacía poco tiempo, vivía con sus hijos, Don Nicolás y Doña Marisa, en Villambistia, y mi madre, entonces una niña de quince o dieciséis años,
compartía con ella la habitación. Años después, cuando Don Nicolás se encontraba en Frías, también mi madre pasaría algunos días en casa de su padrino. De este periodo aún conserva en su memoria algunos recuerdos, como el vértigo que sentía al asomarse a la ventana de la casa donde vivían, ya que, a semejanza de las casas colgadas de Cuenca, las ventanas se asomaban directamente al precipicio sobre la roca donde se asienta la preciosa villa burgalesa. Están todavía vivos en su recuerdo los frecuentes paseos al río Ebro por detrás del castillo de Frías, cuando bajaba para ayudar a subir la ropa recién lavada a Secun e Isabel, las dos sirvientas que tenían en la casa. Secun, Secundina Bonilla Valladolid, era de Villafranca, y sirvió durante muchos años en casa de Don Nicolás y Doña Marisa, no solo en Frías, sino también en Sartaguda y Cintruénigo. En este último pueblo se casó, y allí falleció hace poco tiempo. Su hermana Remigia aún vive en Villafranca. Isabel, me dice mi madre, era de Villambístia, pero también sirvió a Don Nicolás en Frías. Durante su estancia en este pueblo, mi madre acompañaba con frecuencia a su padrino a realizar las visitas médicas a otros pueblos cercanos a Frías donde ejercía su profesión, y
cuyos nombres ─Zangandez, Tobera y La Molina─
aún recuerda. Posteriormente, también visitó a su padrino durante su breve estancia en Sartaguda, y después, durante los años cincuenta y sesenta, en Cintruénigo. A Cintruénigo viajaba frecuentemente mi padre durante estas décadas, ya que mis abuelos paternos tenían dos tabernas en Villafranca y para suministro de las mismas compraban el vino en las bodegas de Don Julián Chivite; así los habitantes de Villafranca tenían el privilegio de acompañar sus comidas con los buenos caldos de la ribera Navarra. Esta circunstancia permitió que, de vez en cuando, mi madre acompañara a mi padre en estos viajes “a por vino”, que era la expresión utilizada entonces, lo que le permitía realizar visitas a su padrino y familiares.
Alfonso Bonilla Bonilla
La muerte del abuelo
Pocos años más tarde, en enero de 1936, también durante la república, moría en Villafranca Don Juan Manuel Arias Gómez. Allí fue enterrado, en el cementerio de la localidad situado en una cuesta no lejos del hospital de peregrinos, a la derecha del Camino de Santiago, y vecino al lugar donde posiblemente estuvo la catedral de la diócesis de Auca/Oca, en la que los obispos aucenses celebraban sus oficios en la época visigótica y la alta edad media. Yo recuerdo perfectamente donde se encontraba la tumba de Don Juan, hacia la mitad de la cuesta en la que se ubica el cementerio, junto a la tapia y a la izquierda de la puerta principal. Junto a su tumba una cruz de hierro fundido y sobre ella un óvalo blanco con su nombre y fecha de defunción. Durante los años de mi niñez, años cincuenta, solía acudir con mis padres a los entierros de las personas que fallecían en Villafranca, pues para los niños de pueblo de entonces la muerte era tan natural como la vida y no se ocultaba a los niños cómo, a mi juicio de forma errónea, se hace en la actualidad. Era costumbre en el pueblo que al finalizar cada entierro se acudiera a las tumbas de familiares y amigos a rezar un padrenuestro por sus almas, y nosotros siempre íbamos con mis padres a rezar todos juntos a la tumba de Don Juan. Es por eso por lo que creo aún conservo tan viva en mi memoria su situación y su aspecto.
El cementerio de Villafranca ha tenido, hasta hace pocos años, un carácter comunal; esto quiere decir que la tumba ocupada por una persona no lo era sólo por ella para siempre, sino que trascurridos unos años otra persona, a quien tocara, era depositada en la misma tumba, de forma que en ella podía estar enterrado un médico, un sacerdote, un jornalero o un pastor. A mí esta forma simbólica de socializar la muerte siempre me pareció muy sabia y adecuada; si bien la muerte está ya socializada de por sí, y gracias a Dios será así siempre, por mucho que nos empeñemos, también en Villafranca, en privatizar las tumbas para ser ocupadas sólo por familiares, y coloquemos sobre ellas caras y pesadas losas de granito.
La muerte de los patriarcas de las familias no supuso, ni mucho menos, la rotura de las relaciones entre ellas; por el contrario, fue entonces cuando se establecieron unos vínculos especiales entre las nuevas generaciones, especialmente entre los padrinos y sus ahijados. Don Nicolás y su mujer, Doña Marisa, recibieron siempre con gran alegría a mi madre, su ahijada, en los pueblos donde estuvieron: Villambistia, Frias, Sartaguda y Cintruénigo.
Un mes después de la muerte de Don Juan, su hijo Don Nicolás Arias Ramos, siguiendo la tradición familiar, ejerció como médico de Villafranca desde febrero a septiembre de 1936, para continuar después en Villambistia (cerca de Villafranca). Fueron en uno de estos años, durante la guerra civil española, cuando mi madre pasó casi un mes en casa de su padrino en Villambístia. Doña María, que se había quedado viuda hacía poco tiempo, vivía con sus hijos, Don Nicolás y Doña Marisa, en Villambistia, y mi madre, entonces una niña de quince o dieciséis años,
compartía con ella la habitación. Años después, cuando Don Nicolás se encontraba en Frías, también mi madre pasaría algunos días en casa de su padrino. De este periodo aún conserva en su memoria algunos recuerdos, como el vértigo que sentía al asomarse a la ventana de la casa donde vivían, ya que, a semejanza de las casas colgadas de Cuenca, las ventanas se asomaban directamente al precipicio sobre la roca donde se asienta la preciosa villa burgalesa. Están todavía vivos en su recuerdo los frecuentes paseos al río Ebro por detrás del castillo de Frías, cuando bajaba para ayudar a subir la ropa recién lavada a Secun e Isabel, las dos sirvientas que tenían en la casa. Secun, Secundina Bonilla Valladolid, era de Villafranca, y sirvió durante muchos años en casa de Don Nicolás y Doña Marisa, no solo en Frías, sino también en Sartaguda y Cintruénigo. En este último pueblo se casó, y allí falleció hace poco tiempo. Su hermana Remigia aún vive en Villafranca. Isabel, me dice mi madre, era de Villambístia, pero también sirvió a Don Nicolás en Frías. Durante su estancia en este pueblo, mi madre acompañaba con frecuencia a su padrino a realizar las visitas médicas a otros pueblos cercanos a Frías donde ejercía su profesión, y
cuyos nombres ─Zangandez, Tobera y La Molina─
aún recuerda. Posteriormente, también visitó a su padrino durante su breve estancia en Sartaguda, y después, durante los años cincuenta y sesenta, en Cintruénigo. A Cintruénigo viajaba frecuentemente mi padre durante estas décadas, ya que mis abuelos paternos tenían dos tabernas en Villafranca y para suministro de las mismas compraban el vino en las bodegas de Don Julián Chivite; así los habitantes de Villafranca tenían el privilegio de acompañar sus comidas con los buenos caldos de la ribera Navarra. Esta circunstancia permitió que, de vez en cuando, mi madre acompañara a mi padre en estos viajes “a por vino”, que era la expresión utilizada entonces, lo que le permitía realizar visitas a su padrino y familiares.Alfonso Bonilla Bonilla