domingo, noviembre 12, 2006

Las dos orillas

Las dos orillas

La Exposición de “Las dos orillas” ha sido el motivo para pasar un agradable día acompañado de un tiempo espléndido en Ávila. Pura y Pepe desde Toledo, Pili, Fernando y su hija Piluca desde Zamora, y Chelo, Jesús, Enri y yo desde Madrid quedamos en vernos en la ciudad de Santa Teresa el pasado jueves a las once, más o menos.
El regalo de mi hijo, un “navegador”, fue la disculpa para que nosotros cuatro, los madrileños, fuéramos en nuestro coche. El funcionamiento del “parato” sensacional y sorprendente por sus resultados. Le dijimos donde queríamos ir, aclarando el nombre de la calle y el número y allí nos dejó, en el parking de la Plaza de Santa Teresa.
En la autopista, el absurdo atasco por obras, a la entrada del túnel del Guadarrama, nos permitió ver las enormes aspas que transportaban unos camiones, hacia quién sabe qué nuevo bosque de estos modernos molinos de viento que asustarían más a D. Quijote que los de sus excursiones por la Mancha. ¡Qué le vamos a hacer!
Lo bueno de nuestra excursión, la brevedad del viaje y la seguridad de viajar por autopista de principio a fin.
Habíamos quedado en vernos en el Real Monasterio de Santo Tomás y hacia allí nos dirigimos los cuatro siguiendo las señales de tráfico que nos llevaban hasta el Monasterio. Una de ellas, sorprendente, con un dibujo de una silla de ruedas y una flecha para saber que era un buen camino para los minusválidos, nos hizo recapacitar a Jesús y a mí sobre la forma en que ahora se piensa en todo, en la eliminación de las barreras arquitectónicas… si no fuera por el absurdo pero de siempre, la calle tenía una pendiente de más del diez por ciento, con lo que la carrera de éstas personas cuesta abajo sería mortal de necesidad. En el Monasterio nos esperaba Pura sentada en un banco, de “cháchara” con una turista, esperándonos. Pepe, Pili, Fernando y Piluca, “de visita a una cafetería”. No había demasiada gente a la entrada esperando de manera que tuvimos opción a elegir entre entrar sobre la marcha o esperar a las cuatro. Nos decidimos por esta última posibilidad y dejamos contratado el servicio de una guía para nuestro grupo. Pepe, tan caballero, como había conseguido que alguien de la organización le dejara aparcar el coche en el parking del Monasterio durante la visita, pensó que debía sacarlo y llevarlo al de la plaza de Santa teresa, así que decidimos que el navegador sería una buena ayuda para llegar seguro a través de las direcciones prohibidas a los coches. Pili, Pepe y yo hicimos la prueba con fantásticos resultados. Nos dejó el coche en el primer piso del aparcamiento en la única plaza libre. Detrás de nosotros pusieron el cartel de “Completo”.
Cuando llegaron los demás nos pusimos a buscar un sitio para comer.
La plaza estaba llena de quinceañeros voceando a un despistado conductor que había entrado con el coche a la zona peatonal e insistía en continuar hasta el final. Otros más jóvenes jugaban al “diábolo”, lanzándolo hasta las nubes sin ninguna posibilidad de recogerlo al caer. En fin, una típica plaza de una capital de provincia, en uno de cuyos rincones encontramos un restaurante “el Barbacana”, (un detalle hacia mi barba) con un menú por 10€, y al lado otro por 15€. Cuando llegaron los que venían a pié decidimos ir a ver otro conocido, “El Tostao”, pero el recuerdo de unas “patatas revolconas” en el de 10€ hizo que nos decidiéramos por éste último, así es que volvimos. Asustamos un poco a las camareras por aquello de que éramos nueve, pero al final nos prepararon una mesa. Comimos excelentemente y después del café nos volvimos a poner en marcha para bajar hasta Santo Tomás.
Bajamos por la “pista para minusválidos” y llegamos a la verja del Monasterio, donde gracias a los buenos oficios y el poder de convicción de las mujeres abrieron la puerta para poder esperar sentados en el atrio. A las cuatro en punto llegó la guía, que como una premonición del viaje de Colón y la primera isla que descubrió se llamaba Margarita. Ya su presentación y su sonrisa nos dijeron que habíamos tenido suerte. Efectivamente, la narración de lo que veíamos fue espléndida, amena, ilustrada y muy instructiva. Los cinco capítulos los fue desgranándo paso a paso. El sueño de Colón, el recuerdo a los Reyes Católicos, su utopía de un viaje a Oriente, el propio viaje, lo que encontró en la otra orilla, la tierra, los animales, las plantas, las misiones jesuíticas (las reducciones) los hombres, las mujeres, los dioses, el único Dios, en fin, todo lo despiezó y nos lo presentó en detalle, lo iluminó con sus comentarios y le dio un cierto aire misterioso con sus puntos suspensivos, su complicidad y su pícara forma de mirar, dejando el final de la frase en el aire hasta descubrirnos el particular sentido que quería darle. En fin, una guía estupenda que hizo que la hora y pico que tardamos en recorrer la exposición se nos pasara sin darnos cuenta.
Del Monasterio como tal vimos los tres claustros, el coro, la Iglesia, la tumba del Príncipe Juan y la de sus Ayos, aparte de la espadaña exterior, muy castellana, y el trono del Rey porque el de la Reina lo habían quitado para ponerlo en la Exposición.
Como final de fiesta la buena noticia que me dio Fernando sobre la gestión que había hecho en el Colegio de Médicos de Zamora para tratar de resolver la incógnita de los lugares donde habían estado ejerciendo mis antepasados y la esperanza de tener datos concretos a no muy largo plazo, y después la llamada de Jesús a última hora para que viese un programa de TV en “La cuatro” sobre la gestión de los mormones para digitalizar la información del censo que tiene la Iglesia Católica sobre los bautizados en España desde no se sabe cuando, de manera que creo que pronto sabremos los antecesores de nuestro cuartatarabuelo Sisebuto.Posted by Picasa

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