viernes, noviembre 09, 2007

José Arias Ramos

Sobre la memoria históica



He recibido de Gonzalo esta nota relativa a la situación de su padre José Arias Ramos al comienzo de la guerra civil, cuando estaba en Santiago, en la Facultad de Derecho.


Respuesta de José Arias Ramos a los cargos que se le imputaron en febrero de 1937

Cargos:
1º.- Ser de Izquierda Republicana y miembro activo de las izquierdas en general, siendo también cotizante del Socorro Rojo.
2º.- Ser propulsor y protector de la F.U.E. durante cinco años y ocultador de los cabecillas fuistas durante las huelgas universitarias.

En contestación a este pliego, recibido en la noche del día cinco de los corrientes, el abajo firmante manifiesta:


I


Que no ha militado en ningún partido político. Tenemos la creencia de que estos necesitan inevitablemente un especial clima ético en el que no sabríamos vivir a gusto. Que por razones de disciplina en el campo de las contiendas políticas hayan de juzgarse excelentes todos los actos y palabras de los primates y afiliados del partido propio y mal sin excepción los de los otros, lo hemos juzgado siempre postura mental desagradable e injusta.
No hemos estado afiliados a partido político alguno porque no hemos querido, no porque ello no fuese factible. En cambio, creemos que, aunque los hubiésemos deseado, no nos hubiera sido posible la actividad que aparece indicada a continuación en los cargos arriba enumerados: miembro activo de las izquierdas en general. Pero ¿de todas? Es decir, que, según nuestro denunciante o denunciantes, hemos sido anarquistas, miembros de la F.A.I., del partido comunista, del socialista, del federal, de unión republicana, etc, etc.; y no miembros pasivos, del montón, sino activos. ¡Monstruoso caso de actividad política del que, no ya España entera, ni nuestros vecinos y amigos más íntimos se habían apercibido!
Estamos ya un poco curados de espanto en cuanto a los extremos a que conduce el desbordado celo de algunas pobres almas que se vengan denunciando, desde que hemos visto cargos tan pintorescos como el que figuraba en pliego trasladado a un maestro, y que decía así: “Ser marido de Dª Fulana de Tal” (Aquí el nombre de su esposa legítima canónica y civilmente). Pero esperamos que esa Comisión reconocerá también que nuestros denunciantes han ido demasiado lejos.
Recortemos la acusación hasta un límite verosímil y supongamos por un momento que nuestra actividad se hubiera encuadrado al menos en uno de los partidos de izquierda. Si hemos sido miembros activos será porque se pueda señalar en nosotros alguna manifestación exterior de esa actividad política. Si algo en tal sentido se ha presentado a esa Comisión, será, no ya producto de aquilatamiento meticulosísimo, sino ­– prescindiendo de la calificación moral­ – pura y sencillamente, fantasía.
Esa actividad ¿habrá sido electoral? Pero, resulta que casi puede decirse que ni siquiera hemos ejercido el derecho de sufragio. Tenemos 42 años y hemos votado en toda nuestra vida una sola vez. En todas las demás elecciones hemos estado actuando de Notarios ­– ­por cierto requeridos siempre por candidatos de derechas – excepto en las últimas, celebradas por ahora hace un año, de las que nuestro alejamiento fue, desgraciadamente, completo, porque en los días en que se celebraron tuvimos que trasladarnos a la provincia de Burgos para sufrir el mayor dolor de nuestra vida: el de asistir a la muerte de nuestro padre.
Ignoro si en las Audiencias se conservarán antecedentes relativos a requerimientos y nombramientos de Notaros habilitados para fines electorales. Si es así, fácilmente se puede pedir comprobación de nuestras afirmaciones anteriores.
¿Se habrá verificado nuestra actividad política en forma de propaganda escrita? No queremos causar molestia a esa Comisión acompañando ejemplares de lo que ha salido de nuestra pluma para la imprenta. Bastan los títulos para que se pueda apreciar si hay matiz político izquierdista en nuestra modesta actividad de publicistas. “Morbus y litis”, “De iure romanorum”, “Revisando unos trabajos”, “Cristianismo y Derecho romano”, “Compendio de Derecho público romano”, “La tendencia socializadora en el Derecho contractual”, “El judaísmo en el Corpus Iuris”, “Fidecomisos y leyes caducarias”, “La representación procesal en el Derecho romano”.
Y esto es todo lo que hemos publicado. De escaso o ningún valor, pero tan alejado de la política como lo estuvieron siempre nuestras aficiones.
¿Habrá sido en mítines donde ha podido apreciar el misterioso denunciante nuestra condición de miembro activo de las izquierdas? Pues que se presente un periódico, sea de donde sea y del carácter político que se quiera, de 20 años a esta parte, que señale nuestra presencia en un mitín. Fíjese la Comisión que negamos incluso la mínima colaboración pasiva que supone la presencia. No es que no hayamos hablado, es que ni siquiera hemos estado en un mitín durante la época indicada. El motivo tal vez pueda tacharse de egoísta, lo reconocemos; porque no es otro que este, cuya expresión un poco chabacana nos dispensará esa Comisión: que nos aburren soberanamente. En nuestra época, ya desgraciadamente lejana, de estudiantes, asistimos por curiosidad a dos en que hablaron oradores que entonces tenían fama, y nos prometimos no volver y lo hemos cumplido.
La prueba de todo lo que llevamos dicho contestando a este cargo, ya comprenderá esa Comisión que ni la podemos suministrar ni en justicia nos incumbe. Ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat. Pedimos que se exija a quien haya afirmado que somos miembros activos de las izquierdas en general.

II

Del Socorro Rojo nos vemos perplejos para decir algo, porque, perdone la Comisión nuestra ignorancia en estas cosas, no sabemos ni lo que es. Como son varios los pliegos de cargos enviados a otros compañeros en que éste se les achaca también, al parecer con la misma carencia de fundamento, ha sido frecuente en estos días inquirirnos unos a otros con la misma pregunta: “¿V. sabe qué es eso del Socorro Rojo?”
Vagas referencias, lo que de su denominación pueda desprenderse, algunas alusiones imprecisas en la prensa. En resumidas cuentas: seguimos desconociendo lo que sea tal entidad y ni que decir tiene que ni hemos dado, ni nadie nos ha pedido jamás para tal cosa. Lo juramos.

III

De las acusaciones relacionadas con la F.U.E., sí podemos decir algo. Siempre hemos sentido aversión por la política y vivido apartados de ella, pero con la Universidad no nos sucede lo mismo. Hacia ella fue inclinada hace mucho nuestra vocación y a ella unidos se ha deslizado más de la mitad de nuestra vida.
Comencemos por hacer resaltar una cosa. La F.U.E., desde que se publicaron las Órdenes de 3 de Junio y 27 de Septiembre de 1931, hasta que apareció la de 23 de Octubre de 1934, ha formado parte de los organismos regentes y representativos de la Universidad – Juntas de Facultad, de Gobierno y Claustro – quisiéramoslo o no los catedráticos. Nadie nos consultó para ello. Si el asistir a dichas Juntas, en las que colaboraban miembros escolares de la F.U.E., se estima como un acto de propulsión y protección, castíguesenos, porque ello es cierto; pero hágase lo mismo con todo el profesorado de la Universidad de Santiago, pues no conocemos a nadie que se rebelase dejando de cumplir el deber de concurrir a las Juntas mencionadas cuando de ellas formaban parte aquellos estudiantes.
Señalemos también un pequeño traspiés de nuestro denunciante: una labor de protección a la F.U.E. aquí en la Universidad de Santiago, no ha podido llevarse a cabo, ni por nosotros ni por nadie, durante cinco años, por la sencilla razón de que en esta Universidad la F.U.E. no ha durado tanto tiempo.
Y hagamos notar asimismo que, dada la condición en que la legislación antes aludida colocaba a la F.U.E., el cargo de “ocultador de sus cabecillas” no lo entendemos bien. ¿Contra quién teníamos que ocultar y dónde y por qué íbamos a esconder a quienes oficialmente el Gobierno encajaba en puestos de administración y mando de la organización universitaria?

IV

De todos modos, si, como dice nuestro misterioso y amable denunciante, hubiésemos sido protectores, propulsores y ocultadores de tales elementos, tal actitud se habría manifestado uniendo siempre nuestro voto a los de los escolares, coincidiendo en las Juntas con sus apreciaciones y oponiéndonos a la aplicación de sanciones disciplinarias con motivo de disturbios escolares. Esto es obvio. Pues bien; pruebas cantan; veamos lo que dicen las actas de las Juntas.
Examinadas las actas de todas las Juntas de Facultad en que se sometió a votación algún asunto, durante el período en que los representantes de la F.U.E. son miembros de dicho organismo, solo una vez (sesión de 21 de Octubre de 1933) aparece nuestro voto coincidiendo con el de dichos estudiantes, en otra nos abstuvimos de votar (sesión de 5 de Noviembre de 1931) y en todas las demás apareció siempre nuestro voto enfrente del de los alumnos de la F.U.E. Con la particularidad de que la sola vez que coincidimos, el voto contrario es único: el del Sr. Castroviejo.
Todo ello se prueba con la adjunta certificación, permitiéndonos aclarar que si bien en una de las actas, la de 1º de Mayo de 1932, no están expresados los nombres de los votantes, se ha procurado indicar una parte del acta por la que se ve que nuestro voto coincidía con el del Sr. Ruiz del Castillo, con lo que, conocida en toda España la ideología de dicho señor, se puede colegir que nuestro voto no coincidía con el de la F.U.E.
Esto en la Junta de Facultad. Veamos lo que reflejan las actas de la Junta de Gobierno. Como puede comprobarse por la adjunta certificación, en las sesiones de este organismo en el periodo de Noviembre de 1931 a Octubre de 1933, que es en el que la F.U.E. tiene en él oficialmente representantes, resulta también que solo una vez (sesión de 23 de Noviembre de 1931) coincide nuestro voto con el de los estudiantes. En todas las demás es contrario.
En cuestión de huelgas y otras faltas de disciplina nuestro criterio ha sido siempre el mismo: la aplicación del Reglamento vigente. Y ello se refleja también en las actas. En la de 4 de Abril de 1931 – nótese la fecha: la F.U.E. no es todavía organismo encauzado oficialmente en Juntas y Claustros, pero ¡cuántas sirenas de adulación cantaban entonces en torno suyo! – se presenta una proposición por la que, como concesión benévola, se prorroga un poco más una clausura de las clases que la F.U.E. quería mantener, y se aplaza también la aplicación de sanciones reglamentarias. Dos catedráticos votan en contra: el Sr. Moralejo y el que suscribe. Acaso, por la redacción del acta, el sentido del voto no aparezca con demasiada claridad; pero, para quien conozca al Sr. Moralejo, que es mirado en el ambiente universitario como el campeón de la rigidez disciplinaria, aquel sentido no ofrece la menor duda.
Por la índole de los asuntos sometidos a votación, son bien expresivas las actas de 26 de Enero de 1932, 10 de Marzo, 1º de Abril y 13 de Octubre de 1933, que claramente muestran nuestra manera de pensar y proceder.
La cual, sincera y lealmente, podemos expresar así: Vimos un tiempo con simpatía, como ensayo interesante y probablemente beneficioso, la idea de una participación escolar, limitada, jerarquizada y apolítica, en los organismos que rigen la Universidad. Esperábamos como ventajas posibles un encauzamiento legal a peticiones, solicitudes de mejoras y propuestas de iniciativas, y la ayuda que el juvenil entusiasmo de los escolares pudiera prestar a una labor de corrección de defectos, estancamientos, abandono de funciones, etc., del personal docente.
Pero dijimos bien pronto a quien nos quiso oír: 1º que la forma en que las Órdenes de 3 de Junio y 29 de Septiembre de 1931 implantaron la intervención escolar era disparatada, desmedida, antipedagógica y, desde el punto de vista legal, irregular y defectuosísima. 2º Que los escolares a quienes la intervención se confería, lejos de paliar los defectos emanados de la torpeza de la disposición, los acentuaron, y actuaban la mayor parte de las veces, no como miembros de la Universidad deseosos de su prestigio, sino como verdaderas “crías de cacique”. Con estas palabras se lo dijimos alguna vez a los estudiantes.
Además, aquí en Santiago, bien pronto se añadió un nuevo mal. No se trataba de que los miembros de la F.U.E. constituyeran una minoría en el total de la población escolar; era, sencillamente, que la F.U.E. no existía. No era una Asociación, era un sello de caucho. Subrayo la frase porque pronunciada por el que suscribe, hizo fortuna entre los compañeros de Claustro. Unos cuantos muchachos se trasladaban unos a otros la estampilla, y con ella adornaban comunicaciones a las autoridades académicas, autonombramientos de representantes en Juntas, etc.
Y como de la actitud contemporizadora – mejor diríamos medrosa – de las autoridades ministeriales no cabía esperar un remedio radical a tal estado de cosas, se siguió en esta Universidad un camino que dio excelente resultado. Ya que el Ministerio confería atribuciones a una Asociación, exigir taxativa y rigurosamente a la misma las formalidades acreditativas de su existencia legal y de la licitud reglamentaria de sus acuerdos, votaciones y nombramientos. A eso se refiere el acta de 13 de Octubre de 1933. Y en cuando esto se hizo, se acabó la F.U.E.
Nuestra intervención en la aludida medida fue, aun cuando eso no lo refleje la concisión natural de las actas, bastante más señalada que la de meros colaboradores y votantes. Apelamos al testimonio de los compañeros de Junta de Gobierno y autoridades académicas de aquel entonces.
¿Y es esto propulsar, proteger y ocultar?

V

Hace ya meses, inopinadamente, sin oírnos lo más mínimo, sin la menor alegación de motivo, sin siquiera preocuparse de extender el cese en nuestros nombramientos, sin apenas saber bien por quién, hemos sido desposeídos de los cargos de Secretario General e Interventor del Patronato de esta Universidad. Ambos inamovibles salvo la formación de expediente. Habíamos sido nombrados para el primero con arreglo a las Leyes de 9 de Septiembre de 1857 y 14 de Agosto de 1895 y al R.D. de 13 de Septiembre de 1924, cuando estaban al frente del Ministerio personas tan rojas como D. Eduardo Callejo y D. Wenceslao G. Oliveros; y para el segundo con arreglo al D. de 21 de Junio de 1935 y especialmente su art. 35.
No sabemos si este expediente tiene algo que ver con aquellas destituciones. Tememos que no y que de aquello ya nadie se acuerda, porque ya antes de que nos llegase este pliego de cargos se han hecho nombramientos a favor de otras personas, a pesar de ser las plazas de Secretarios Generales catedráticos cargos a extinguir (art. 9 del D. de 26 de Noviembre de 193[?]. A los ingresos de nuestro hogar – no tenemos otros que los de nuestro trabajo – ya mermados por la destitución sufrida sin saber todavía por qué, los amenazan ahora estas denuncias infundadas. Atendiéndolas se satisfará un mal sentimiento y se consumará un despojo; no se hará justicia.
¿Quién no tiene un pequeño enemigo? Hay señor en quien esta actividad es una manifestación morbosa. Hay puestos que uno consigue y fueron codiciados por otro. En nuestro deseo de justicia, afectamos a veces al adjudicar pensiones, becas, al hacer propuestas de Auxiliarías, a apellidos tabú, a los que es peligroso tocar porque su poder de adaptación a todas las situaciones opera con flexibilidad y rapidez maravillosas. Si supiéramos quién era el autor de la denuncia podríamos seguramente aportar una explicación psicológica clara del origen de la misma. Pero lo que sí podemos asegurar es que sus móviles nada tienen que ver con el bien de la enseñanza y que – nos atrevemos a decirlo inducidos por nuestro amor a la Universidad – urge poner coto a la avalancha de anónimas satisfacciones de envidiejas mezquinas y resentimientos y tender el arco hacia blanco más alto: el de una Universidad bien dotada, fecunda y disciplinada, absorta solamente en la investigación y la docencia. Y alejada de otros ambientes, porque... su reino no es de ese mundo.

Santiago 11 de Febrero de 1937

Firmado
José Arias Ramos

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