DIARIO DE UNOS VEINTENARIOS DE LOS SESENTA
Quinta parte
Quinta parte
Seguro que ya habíais pensado que se había acabado la aventura de la vendimia. Bueno, pues no. Falta nuestra fase como asalariados, que es diferente.
Al fin, Julián Chivite, a instancias de mi padre nos contrató para que fuésemos como sus representantes a comprar la uva. José Ignacio fue a Lumpiaque y Borja, en la provincia de Zaragoza. Yo a Los Arcos, en la de Logroño. Jose no tuvo demasiada suerte pues el agua no era muy buena y nada más llegar cogió una descomposición que le duró ocho o diez días. Mi padre me dijo que en aquella zona, todos los veranos había brotes de cólera. El caso es que escribía diciendo que todo iba bien, pero en realidad se pasaba todo el día en la cuadra, haciendo compañía a un burro. No debió ser muy grave, pero cuando volvió a Cintruénigo había perdido unos cuantos quilos.
Teníamos la responsabilidad de pesar bien y pagar la uva que nos traían. A Jose le daba pena los gitanos que se dedicaban a recoger los racimos que los vendimiadores dejaban por estar verdes y les aceptaba la uva pagándoles como si fuera buena. Julián le decía que le iba a arruinar.
Yo estuve en una pensión en Los Arcos. Allí comía, cenaba y dormía. El resto del día, hasta que dejaban de llegar carros de las viñas, lo pasaba en una bodega pesando la uva. Tenía una especie de termómetro y una probeta. Exprimía la uva y metía “el termómetro” en el zumo para saber, más o menos, los grados que tenía. Pagábamos a tanto el kilo, en función de los grados. Fue una temporada con muchas tormentas y recuerdo una especial que me cogió en la bodega cuando estábamos acabando. Salí corriendo por una calle empinada y llena de piedras y entre la lluvia, el viento, los rayos y los truenos me pegué un trompazo tremendo. Llegué empapado y lleno de barro.
Julián tenía a su cuñado en la bodega de Logroño donde enviábamos la uva que comprábamos. Alguna vez me decía que vigilara lo que me traían pues, como consecuencia de las lluvias había gente que cogía de todo y los camiones llevaban mucho barro (que pagábamos como si fuera uva)
Así acabó nuestra aventura. No volvimos en avión ni ganamos dinero para presumir, ahora, eso sí, fue una aventura que nos marcó y que recordamos siempre con gran jolgorio de los que nos escuchan.
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