Esta es su partida de bautismo:
"En la parroquia de San Andrés Ap., de Valladolid, a teinta de agosto de mil ochocientos sesenta y ocho, yo, el infraescrito Coadjutor de la misma, con licencia previa expresa del Párroco Licdo. D. Isidoro de Tutor Pueyo, y supliendo su ausencia, bauticé a un niño que nació el veintisiete de dicho mes a las once de la mañana, y le di por nombre Juan Bautista Manuel y por abogado San José de Calasanz; es hijo legítimo de D. Juan Arias y de Dña. Encarnaciín Gómez, naturales de Segovia y vecinos de esta Parroquia, con empleo en el Cuerpo administrativo del Ejército y Tente. Cap. de Infantería; abuelos paternos D. Rodrigo y Dña. Rita Torres, ésta natural de Segovia, y aquél de San Martín de Gruller, provincia de Ávila y obispado de Oviedo; maternos D. Juan Manuel y Dña. Basilisa Olalla, ésta natural de Segovia, y aquél de Tabladillo, ambos de la provincia de Segovia. Fueron padrinos los hermanos el bautizado Rodrigo y Encarnación, e hizo las veces de estos, por ser de corta edad, la abuela materna a quienes advertí el parentesco espiritual y demás obligaciones, siendo testigos Pedro Hernández y Braulia Hernández, y para que conste lo firmo (San Martín de Gruller pertenece al concejo de ?) y ha ut supra.
domingo, junio 28, 2009
sábado, agosto 30, 2008
Recuerdos de Hilde IV
viernes, 22 de agosto de 2008
Recuerdos de Gonzalo, “Los Encartelados.”
En total hemos vivido trece años en Francia y Gonzalo trabajaba en la “Jaula Dorada”. ¡Nos había venido muy bien, haberla tenido esa jaula! Pero, como dije en mi último “Recuerdo”, “La jaula Dorada”, después de nacer nuestra última hija Marta, Gonzalo tenía algo entre las manos. Al preguntarle yo porqué volvía tan tarde por las noches, me dijo, que estaba escribiendo un libro y que ya me lo enseñaría un día.
Ese día era el 15 de marzo del año 1968, nuestro aniversario de boda. Queríamos celebrarlo cenando juntos en Paris, a la salida de su trabajo. Por la mañana, antes de irse, me dio un paquetito envuelto y dijo: “En el tren hacia Paris lo abrirás, ¡no antes!” Me figuraba que habría un regalito dentro, “¡qué sorpresa!” y me alegraba de antemano. Era el libro, escrito provisionalmente, ¡del que me había hablado!
Empecé a leerlo. Al principio no entendía bien de quién se trataba. Quién era el protagonista, todos los nombres cambiados, hecho a propósito. Poco a poco iba comprendiendo y a cada momento me ponía más y más triste y asombrada. ¿Por qué no me había contado antes de todo esto?
Llegué muy seria. Fuimos callados hacia el restaurante. “¿Quién es Eusebio Martín, eres tú, verdad?”
“No lo tomes así, vamos lentamente, no me atropelles”
“Pero, Gonzalo, éste “regalo” ¡es un atropello!, ¿cómo puedes pensar, que llegue yo alegre y sonriente?”
No sabía cómo explicarse y tardó en contestar: “escribí ese libro para hacer comprender a los españoles lo que es la “noviolencia activa”. No es simplemente no hacer el mal a nadie, sino hacer algo, sin dañar a nadie. Si me espero demasiado en actuar, ya me habré aburguesado, ya me habré hecho un comodón. Uno termina por acostumbrarse a las injusticias, ¡sobre todo cuando son los demás quienes la padecen!”
“¡Entonces!, ¿vas a pedir respetuosamente elecciones libres para la jefatura del Estado?” Me costaba quedarme tranquila y no hablar en tono amenazante.
“Eso pienso, si me dejas.” En respuesta me eché a llorar. Gonzalo, por más que trataba de consolarme, las lágrimas fluían y fluían. “Es que, ¡me has echado un jarro de agua fría!”, exclamé entre sollozos... “yo, tan ingenuamente, me había creído que el paquetito era un regalito para mí, ¡ya que íbamos a festejar nuestro aniversario!”, dije entre lágrimas.
El camarero no se atrevía a interrumpir, para saber lo que íbamos a tomar, pensando que se me habría muerto alguien... “Dos cervezas”, dijo Gonzalo y me cogió la mano.
“Pero tú creías, que en un día tan señalado, tan querido por mí, ¿iba a ser esto un regalo?, ¿por qué me has hecho esto?”...
“Pero, ¡si es una novela nada más!”...
“Sí, una novela – programa, ¡como dices tú mismo!, ¡un programa para octubre!, ¡y ahora estamos en marzo!”
“Todavía hay mucho tiempo”, “Mucho tiempo para hablar y pensar”
Poco a poco mis lágrimas se iban secando, Gonzalo me dio su pañuelo grande, el mío ya no servía.
“Ahora nos puede traer una Pizza”, le dijo al camarero. –“A mi no, ¡yo no puedo!, por favor a mi otra cerveza, mejor”. Porque sed tenía siempre y, “como se me fue tanto líquido por los ojos”... Menos mal, decía Gonzalo, “¡Ya puedes hacer bromas!”
En más de una ocasión, el sombrío idealismo de Gonzalo había suscitado en mi un “Sanchopancismo”. Me quedé pensativa, luego dije: “¿Soy egoísta?” –“No, no”... –“Somos una familia numerosa... Tú dices en esa novela programa, que ese “Eusebio Martín” ¡iba a ser encarcelado por... “encartelado”!
Poco a poco ya podíamos hablar tranquilamente y hasta era capaz de tomar de vez en cuando una probadita de su pizza. “Sabes”, dijo Gonzalo de nuevo, “a veces me da miedo de la comodidad, ¡uno termina en aburguesarse!” –“Ya, ya te comprendo, tu Jaula Dorada, ¡como siempre!” –“No, ¡no es eso!, lo que pretendía hacer en España, en otros países se llama un acto “no violento”. En ese acto se quiere expresar, sin hacer daño a nadie, las injusticias que haya.” “¿Sin hacer daño a nadie?” -repetí yo- “¿Y a tu mujer y a tus hijos, qué?, ¿no es eso también una injusticia, dejarlos solos?”
Por esa noche ya habíamos hablado y... festejado bastante. Nos fuimos sin más, silenciosamente, a nuestro pueblo, a la casa, donde, hace tiempo, ya dormían nuestros seis hijos.
Pasaron los días, pasaron las semanas. Llegaba Gonzalo por las noches, amable, tranquilo, pero... ¡no hablábamos sobre eso! “Habrá sido un mal sueño,” pensaba yo. Me preguntaba por los niños, yo le contaba lo más interesante. Pero le notaba serio, triste, no sé como decirlo. Hasta que una noche estallé: “¿qué pasa con eso?” “¿con qué?” “con ese Eusebio Martín, ¿ya no habrá nada?”
“Depende de ti”.
“¿De mí?, y esa novela, ¿saldrá a la calle?”
“¿En qué calle?”
Pues “¿cómo pensabas hacerlo, para que la gente se entere?” –“El libro está editado, pero en Francia”. –“Tú pensabas que el acto fuera en España, ¿no?” –“Claro, pero si tu no me das permiso, yo no lo llevaré a España”. –“Oye, explícate bien, ¿qué es lo que pasa en España?”
“Pues, que no hay elecciones, que no podemos elegir a nuestro jefe de estado, como se hace en otros países civilizados, que Franco mandaba a ejecutar a las personas que no estaban de acuerdo con él, que no dejaba hablar a la gente. “¿Hablar?”, dije yo. “Bueno, hablar en público, contando la verdad.” No se podía reunir la gente, siendo más de 20 personas, Que, en las homilías en las misas, a algunos curas, que se atrevían a explicar lo que pasaba, los interrumpía la policía y se los llevaba detenidos. En España nadie se atrevía a decir la verdad, no veían solución.
“¿Y cómo sabes tú todo eso, viviendo en Francia?”
“Porque en Francia hay libertad de expresión, todos los periódicos franceses hablan de ello”...
”Y tú, ¿vas a ser la solución?” –“Yo podría ser, ¡“La Chispa”! –“¿Por qué tú?”
“Porque alguien tiene que ser la “chispa”, vas a ver, cómo luego la gente se atreverá. Yo he ganado bastante, y me puedo permitir que me metan en la cárcel.” –“Y eso, ¿por cuánto tiempo?” –“Eso no se sabe.” –“Entonces, ¿de qué viviríamos nosotros, tus hijos, tu mujer?” –“Por ahora hay dinero en la cuenta”. –“¿Y dejarías a tu familia aquí sola?” –“Yo confío en Dios” –“¿Y qué crees, que haría Dios?” –“Bueno niña, vámonos a dormir, mañana seguiremos”...
Pasó el mañana, el pasado mañana, y no nos atrevíamos a empezar de nuevo. Pensé que Gonzalo no debería haber tardado tanto en contarme cómo van las cosas en España. Siempre hay algo curioso, interesante que contar sobre nuestros hijos, del colegio... Yo sabía que Gonzalo no daría un paso más sin mi consentimiento. Una noche ya estallé de nuevo y le dije: “cuéntame más de lo tuyo, qué sabes más de todo” –“Ya te lo dije, que tiene que ser uno el que empiece.” –“Por ahora qué tendrías que hacer, ¿llevar todos los libros a España?” –“Si, en nuestro coche. Ahí mis amigos lo distribuirán, a ver si otro se animara”. –“¿Ese mismo día en el que tú saldrías?” –“Si, u otro día porque serían varios domingos sucesivos. Yo daría la “chispa” y luego dejaría todo en manos de la providencia. Algo tendrá que suceder.”
Yo me quedé pensativa: En los tiempos atrás él había hecho varias, no sé cómo llamarlas, locuras. Yo seguía confiando en él y después, al final, todo salió bien...
Pasaba el tiempo hasta que una noche le dije: “Anda pues, ya no quiero pensar más en ese asunto, ¡¡¡adelante!!!”. Ahora fue él el que preguntó: “¿Y tú, y los niños?” – “¿No decías que confiabas en Dios?”
Vino el día en el que estaba nuestro coche, un VW-familiar, lleno de paquetes con los “Encartelados”, Gonzalo llevaba señas de amigos que se encargarían de repartirlos.
Antes de marcharse, en un domingo, reunió a sus hijos, menos a la pequeña Martita de tres años. Les contó un cuento en el que pasaba que alguien, por querer hacer el bien, lo castigaron. Pero que, al final, siempre la verdad sale a la luz, y todo terminaba bien... Que él se iría ahora solo a España y que, dentro de algún tiempo no volvería, pero que pensaría mucho en ellos y en mamá y que llegaría un día, en el que todos volveríamos estar juntos. ¡¡¡Adiós papá, adiós!!!
Varios días de espera... Por fin una llamada, era él: “He tenido un accidente en Madrid y ya no dispongo de coche.” –“¿Y los libros?” –“Todos repartidos en coches particulares y en taxis. Ahora hay que esperar a que venga el día”. –“Y tú, ¿qué haces?” –“Doy alguna charla en casas particulares. ¡Todo saldrá bien! Muchos, muchos besos.”
Yo recordaba para mí, lo que me había contado que no se podrían reunir muchos juntos. También me decía en mis adentros, sin poder hablar con nadie, ninguna hermana, buena amiga, sólo vecinos, ¡que no hubieran comprendido nada!
A sus charlas en Francia anteriores al acto en España, había asistido yo y fui comprendiendo lo que significaba la “Noviolencia-activa”: No era ser buenecito, no hacer ningún daño a nadie, no meterse en líos de manifestaciones, sino todo lo contrario, h a c e r algo, dar la cara , aunque, por ello te castiguen a ti mismo... “¿Qué le harán a mi Gonzalo?”...
Los niños me preguntaban, no les conté lo del accidente, habría que esperar. Por las noches me decía: “¿No habrá sido una advertencia de Dios, el accidente?” Yo lloraba de noche, pero de día me mostraba contenta, estaba en tensión. ¡Hubiera preferido que ya fuera el 20 de octubre!
Me había dejado lectura: Gandhi, Martin Luther King, Lanza del Vasto, que era francés, Los ojeé todos, me parecían unos héroes, ¡pero qué tenían que ver con mi marido! Algo tenían que ver, así tenía yo algo que contar a mis hijos, para que más tarde pudieran ellos atar cabos. Eso de no obedecer órdenes injustas, eso les gustaba, pero cuidado, no os penséis que una orden es injusta porque no os guste... y les contaba ejemplos. Pensaba que esta enseñanza debería haber sido antes de la decisión de Gonzalo, de ponerla en práctica. Se notaba que tenía prisa, no sea que mas tarde tuviera pereza o algún impedimento cualquiera hubiera puesto a rodar todo... ¡Pobre papito, siempre con esas prisas! A él le dio la llamada y no quería que Franco se le muriese antes de tiempo. Yo procuraba tener a mis hijos bien preparados.
Llegó el 20 de octubre. Le cogieron andando por la calle Princesa, unos 15 minutos: “Ya tenemos al Encartelado” dijeron los grises por el walkie. ¡Cuánto le gustó a Gonzalo que le habían dado nombre! Me iban teniendo al corriente los amigos por teléfono o por carta. A nosotros nos escribía Gonzalo cartas muy emotivas y bonitas, dándonos mucho ánimo. Yo le escribía largas cartas y tenía que esperar mucho para recibir la contestación. La alegría de haberla recibido duraba luego mucho tiempo. Se notaba que las cartas habían sido abiertas, revisadas...
Cuando antes de empezar Gonzalo con “Los Encartelados” y yo me enteraba de historias tristes, nunca me había imaginado que eso me podría tocar a mi, ¡esas historias siempre les pasan a otra gente!
Supe que al ser detenido ese 20 de octubre, se encontró abajo en los calabozos de la Dirección gral de Seguridad a otro e n c a r t e l a d o. No lo había conocido anteriormente. Ese salió espontáneamente y llevaba un cartel que sólo ponía NO VIOLENCIA. Pensaban los dos: por pedir no violencia me detienen, entonces lo que habrá que pedir será la violencia... A ése le soltaron al poco tiempo.
En los periódicos españoles hablaban de agitadores, obedeciendo a consignas dictadas desde el comunismo internacional, intentaron perturbar el orden en el centro de la capital. La maniobra fracasó totalmente gracias a la rápida y eficaz intervención de la fuerza pública y al buen sentido de la población, de no dejarse engañar.
En otros países había hecho correr ya tinta abundante. Ese “algo”, ese fenómeno, esa moral, era lo que en varios países se llamaba la “Noviolencia”.
En su novela, Gonzalo había planteado la posibilidad de que, después de la primera “chispa”, se lanzarían otros a seguir su ejemplo en cada domingo más y más pero no fue así en la realidad; la gente no estaba madura todavía, tendría que pasar más tiempo. La Historia no avanza tan rápido como uno quisiera. Sin embargo, una semilla quedó, la cual empezó a germinar.
Un día recibí la llamada de “Amnistía Internacional”, pidiéndome que fuera yo a Londres para encender la “Llama de la Paz”. Les contesté que lo sentía mucho pero que tendría que quedarme con mis hijos. Tantas llamadas recibía, en las que no podía pronunciar la palabra c á r c e l... Hasta que me preguntó una vez Martita: “¿Es que papá está en la cárcel?” “Sí, mi vida, pero por poco tiempo. No te creas que ha hecho algo malo”. Esa noche tuvo una pesadilla muy fuerte y gritaba: “¡No quiero que a mi papá le metan en la cárcel, el es muy bueno!” Tardé bastante en tranquilizarla, pobrecita.
En la cárcel Gonzalo tuvo mucho tiempo para pensar. Ahora era la Objeción de Conciencia al Servicio Militar, la que le preocupaba. Conoció en la cárcel a miembros de “Testigos de Jehová”, los cuales se habían negado a hacer el servicio militar y por eso los metían en la cárcel. ¿Cuándo también los católicos se atreverían a ser objetores? pensaba él. O quién lo hiciera por motivos éticos. El Concilio Vaticano Segundo dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia, los dictámenes de la Ley Divina y para llegar a Dios, que es su fin, tiene la obligación de seguir fielmente esa conciencia en toda su actividad.” Ya iba germinando otra acción relacionada con la No Violencia.
A toda esa aventura de Gonzalo se añadió otro contratiempo: La muerte de su padre. Su padre, magistrado del Tribunal Supremo, hombre muy recto y honrado, al enterarse de la hazaña que había hecho su propio hijo y que le había llevado a la prisión, dijo a su familia, a sus compañeros : “¡Cómo voy a mover yo un solo dedo para sacar a mi hijo de la prisión, eso me es imposible, no puedo!”... Pocos días mas tarde de pronunciar esas palabras, murió de un infarto cardíaco.
Al recibir yo esa mala noticia no pude más que pensar de nuevo: “¿No será, como en el accidente, una llamada de Dios?” Muchos meses después me atreví plantearle a Gonzalo esas ideas mías, las cuales a su vez también pasaron por su mente.
Gonzalo pidió hablar con su abogado para que consiguiera el permiso de poder asistir al funeral de su padre, lo que le fue consentido. Y aún mas: Pensó Gonzalo y se lo dijo a su abogado: “Una vez ya fuera de prisión sería posible, ¿que yo aprovechara para ir a Francia para recoger a mi familia? Eso se me ocurre ya que la sentencia dicta que todavía me quedan 7 meses de cárcel. Teniendo a mi familia aquí, me podrían visitar semanalmente y la espera sería más llevadera para ellos.” El abogado prometió hablar con el juez.
Recibimos la noticia de la muerte del abuelito. “¿Que se ha muerto el abuelito?, no, ¡no puede ser!” gritaban los niños, “¡Era tan bueno!”... le llamaban “Pito” porque de pequeños no hablaban español, y a la abuelita “Pita”. El tenía llave del piso de Madrid y de pronto estaba entre nosotros y los niños alrededor de él gritando: ¡Pito, pito Pito! Y él se ponía a jugar con ellos.
Pensaba yo: Ese abuelo tan bueno, tan comprensivo para todo, no había comprendido a su propio hijo. Había querido comprenderlo pero, estando su corazón enfermo, (lo que no sabíamos), era demasiado para él.
Y Gonzalo volvió por un tiempo, ¡qué alegría! “¿Ya te quedas para siempre?” No hijos, no, vengo para llevaros a todos a España. “He encontrado un piso, o mejor dicho dos unidos por una puerta, en... el Escorial. Como vendrá el verano, podréis pasarlo mejor ahí, porque tiene... ¡piscina!” ¡Qué alegría! –“¿Y tú?, ¿y el cole?” –“Ahí también hay colegio, qué os creéis, y yo volveré más tranquilo a la cárcel, teniéndoos más cerca y con la posibilidad de veros los domingos.” –“¿A la cárcel, otra vez?” –“Sí, he tenido que prometer que no me escaparía, que sólo iría a buscaros. A la cárcel iré otra vez, para cumplir mi condena, mi castigo.” –“Pero, ¿por qué?” –“Por haber pedido elecciones libres y eso todavía no las deja hacer un señor que se llama Franco y que es el que manda en España, ¿sabéis?”
Esta vez, la mudanza era internacional, y con muebles incluida. Habrá que buscar un gran camión para que lleve todo, todo. Pero, ¡el colegio, qué pena tener que dejarlo! ¡Y los amigos, las amigas! Ahí serán otros, otras. Se quedaron muy pensativos, no sabían si ponerse contentos o tristes.
Por la noche me dijo Gonzalo: “Por ahora son solo amigos, más tarde serían novios, novias, ya sería más difícil volver a arraigar en España”... –“Pero dime, ¿entonces has quemado ya las naves?” –“Sí, he tenido que hacerlo, porque metiéndome en política, ya no me dejan trabajar en la Unesco, que sólo se ocupa de cosas culturales” –“¿Y el trabajo, cuando salgas de la prisión?” –“Lo he pensado todo, luego trabajaré desde España haciendo traducciones, también para otros organismos internacionales, que sí se meten en política. Los hay en Ginebra, Londres, Roma. Se sentía seguro, me decía.
Tuve que despedir a los hijos de sus colegios, donde todos habían sido muy buenos alumnos. La maestra de Diego hasta me dijo: “me quita Vd. a mi mejor alumno ¡A los 6 años, sabe muy bien leer y escribir en dos idiomas!” Precisamente a Diego le iba luego costar mucho aclimatarse a un colegio español durante toda la época de sus estudios, tanto así que no llegó a terminarlos, buscando volver a sus raíces.
Como ya dije antes, mientras Gonzalo estaba en la cárcel era la “Objeción de Conciencia” al servicio militar obligatorio, lo que le rondaba por su mente. Si eran capaces los testigos de Jehová de negarse a hacer el servicio militar, ¿por qué no un católico, o alguien a quien su conciencia le impulse a negarse a ello?
Pues sí, lo había en España. Era el primer objetor de conciencia español: Pepe Beunza de Valencia, al que su conciencia le obligó, por motivos éticos, a no hacer el servicio militar y que por ello estaba ya en la cárcel de Valencia.
Al salir Gonzalo de Carabanchel, después de un paréntesis con su familia muy feliz, fue interesándose por ese valiente Pepe Beunza. Toda la familia le escribimos una carta a la prisión de Valencia, ya éramos amigos suyos. Gonzalo fue conociendo a otros simpatizantes de Pepe Beunza y muchos otros en el extranjero.
En 1971 empezó Gonzalo, junto con objetores franceses y simpatizantes españoles, a hacer una campaña por el derecho a la objeción de conciencia en España. Organizaron una “Marcha a la Prisión”, donde estaba Pepe. Decidieron siete españoles, entre ellos Gonzalo, empezar esa marcha en Ginebra y atravesar toda Francia hasta la frontera franco-española de Bourgmadame. ¿Por qué eligieron Ginebra como punto de salida? Gonzalo lo explicaba así: “Por su propia naturaleza internacionalista. Somos españoles, pero antes que eso somos hombres. La solidaridad mundial debe ser para nosotros un sentimiento más fuerte que esos nacionalismos estrechos, que se nos están quedando anticuados. Al atravesar Francia, dando mítines en diversos pueblos, se les iban sumando muchos franceses y de otros países. Se ocupaban de buscar alojamiento en escuelas para pernoctar (era semana santa y las escuelas estaban vacías). Acompañaban a los caminantes con una furgoneta, hacían las compras, cocinaban y esperaban a la comitiva en la siguiente etapa, donde también daban pequeñas charlas y ruedas de prensa y la gente les animaba.
Recibimos una carta de Gonzalo preguntándonos si querían las tres mayores, Irene, Sonia y Ana, conmigo conduciendo, acompañarles en el sur de Francia durante las últimas etapas. Ni que decir tiene, que a las niñas les encantó esa idea y, como poco a poco se iban interesando cada vez más por las ideas de su padre, acepté. Nos encontramos en el monasterio benedictino de Saint Michel de Cuxa, que había ofrecido a los caminantes una semana de reposo. Las niñas participaron en la marcha junto a su padre. Cuando una se cansaba, se venía conmigo en el coche hasta la siguiente etapa. Estaban encantadas, ¡otra vez en Francia! Como la mayoría eran franceses, podían hablar en francés con ellos y caminar por paisajes preciosos.
Antes, los cinco españoles habían escrito una declaración al ministro de defensa y repartían una carta de Pepe Beúnza a los militares españoles. En la frontera la policía ya les estaba esperando. El 11 de abril 1971 ya eran 700 personas, las que querían pasar con los cinco españoles la frontera, y muchos más simpatizantes. Los cinco españoles llevaban naturalmente sus carteles en pecho y espalda. Eran, otra vez, “Encartelados”.
Todos guardaban silencio al llegar al puente internacional. Las tres niñas y yo íbamos justo detrás de ellos, el coche lo había aparcado. Los que les acompañaban estaban asustados e impresionados. Al llegar al punto de la frontera española, los cinco fueron detenidos. Yo pregunté si podía, junto con mis hijas, acompañarles en la comisaría, que era la mujer de Gonzalo Arias. Después de consultar al jefe, el que quería aparecer muy humano, nos dejó pasar junto con el coche. Los demás acompañantes se sentaron en el puente internacional y continuaron la protesta de forma simpática pese al miedo y la emoción, hasta que la policía, aprovechando la noche, cargó brutalmente contra ellos. El furgón con los detenidos y yo con las niñas en nuestro coche detrás, ya nos habíamos alejado. Durante horas había estado incomunicado el puente internacional.
Los llevaron primero a Barcelona, luego de nuevo a Madrid-Carabanchel, donde volvieron a empezar las visitas domingueras a la prisión. Se arriesgaron a entre 6 y 12 años a Gonzalo la máxima, por considerarle el organizador. Luego no fueron tantos años, ya no me acuerdo pero en una de las visitas le dije a Gonzalo que por favor, ya no más.
Tengo que decir de todas las maneras, que Gonzalo tuvo en toda su vida una clarividencia que me asombraba. Nunca ha tenido miedo de la represión. No sé si era realmente una fe en Dios muy grande, o si sabía leer el futuro. Siempre las condenas, que al principio parecían tan grandes, al final se quedaban en mucho menos. De hecho, siguieron durante años las protestas de los objetores e insumisos internacionalizándose, hasta que ahora son historia, al haber conseguido su objetivo: la supresión del servicio militar obligatorio.
Gonzalo siguió soñando en un futuro mejor. La utopía era la desaparición de los ejércitos, las guerras, el comercio de armas... y el camino era la transformación del ejército, así lo enfocaba en su libro “El ejército incruento del mañana”: fue el comienzo de una campaña de charlas y recogida de firmas para su “proposición de Ley de Opción Por la Paz”.
Al final de su vida, haciendo un resumen de sus acciones, Gonzalo se confesaba un fracasado. No consiguió los objetivos que se había propuesto, pero dejó una semilla en el movimiento pacifista. ¿Llegarán a cumplirse en un futuro esos sueños suyos?
Yo y todos mis hijos, fuimos aprendiendo mucho de él.
Hilde Dietrich.
Recuerdos de Gonzalo, “Los Encartelados.”
En total hemos vivido trece años en Francia y Gonzalo trabajaba en la “Jaula Dorada”. ¡Nos había venido muy bien, haberla tenido esa jaula! Pero, como dije en mi último “Recuerdo”, “La jaula Dorada”, después de nacer nuestra última hija Marta, Gonzalo tenía algo entre las manos. Al preguntarle yo porqué volvía tan tarde por las noches, me dijo, que estaba escribiendo un libro y que ya me lo enseñaría un día.
Ese día era el 15 de marzo del año 1968, nuestro aniversario de boda. Queríamos celebrarlo cenando juntos en Paris, a la salida de su trabajo. Por la mañana, antes de irse, me dio un paquetito envuelto y dijo: “En el tren hacia Paris lo abrirás, ¡no antes!” Me figuraba que habría un regalito dentro, “¡qué sorpresa!” y me alegraba de antemano. Era el libro, escrito provisionalmente, ¡del que me había hablado!
Empecé a leerlo. Al principio no entendía bien de quién se trataba. Quién era el protagonista, todos los nombres cambiados, hecho a propósito. Poco a poco iba comprendiendo y a cada momento me ponía más y más triste y asombrada. ¿Por qué no me había contado antes de todo esto?
Llegué muy seria. Fuimos callados hacia el restaurante. “¿Quién es Eusebio Martín, eres tú, verdad?”
“No lo tomes así, vamos lentamente, no me atropelles”
“Pero, Gonzalo, éste “regalo” ¡es un atropello!, ¿cómo puedes pensar, que llegue yo alegre y sonriente?”
No sabía cómo explicarse y tardó en contestar: “escribí ese libro para hacer comprender a los españoles lo que es la “noviolencia activa”. No es simplemente no hacer el mal a nadie, sino hacer algo, sin dañar a nadie. Si me espero demasiado en actuar, ya me habré aburguesado, ya me habré hecho un comodón. Uno termina por acostumbrarse a las injusticias, ¡sobre todo cuando son los demás quienes la padecen!”
“¡Entonces!, ¿vas a pedir respetuosamente elecciones libres para la jefatura del Estado?” Me costaba quedarme tranquila y no hablar en tono amenazante.
“Eso pienso, si me dejas.” En respuesta me eché a llorar. Gonzalo, por más que trataba de consolarme, las lágrimas fluían y fluían. “Es que, ¡me has echado un jarro de agua fría!”, exclamé entre sollozos... “yo, tan ingenuamente, me había creído que el paquetito era un regalito para mí, ¡ya que íbamos a festejar nuestro aniversario!”, dije entre lágrimas.
El camarero no se atrevía a interrumpir, para saber lo que íbamos a tomar, pensando que se me habría muerto alguien... “Dos cervezas”, dijo Gonzalo y me cogió la mano.
“Pero tú creías, que en un día tan señalado, tan querido por mí, ¿iba a ser esto un regalo?, ¿por qué me has hecho esto?”...
“Pero, ¡si es una novela nada más!”...
“Sí, una novela – programa, ¡como dices tú mismo!, ¡un programa para octubre!, ¡y ahora estamos en marzo!”
“Todavía hay mucho tiempo”, “Mucho tiempo para hablar y pensar”
Poco a poco mis lágrimas se iban secando, Gonzalo me dio su pañuelo grande, el mío ya no servía.
“Ahora nos puede traer una Pizza”, le dijo al camarero. –“A mi no, ¡yo no puedo!, por favor a mi otra cerveza, mejor”. Porque sed tenía siempre y, “como se me fue tanto líquido por los ojos”... Menos mal, decía Gonzalo, “¡Ya puedes hacer bromas!”
En más de una ocasión, el sombrío idealismo de Gonzalo había suscitado en mi un “Sanchopancismo”. Me quedé pensativa, luego dije: “¿Soy egoísta?” –“No, no”... –“Somos una familia numerosa... Tú dices en esa novela programa, que ese “Eusebio Martín” ¡iba a ser encarcelado por... “encartelado”!
Poco a poco ya podíamos hablar tranquilamente y hasta era capaz de tomar de vez en cuando una probadita de su pizza. “Sabes”, dijo Gonzalo de nuevo, “a veces me da miedo de la comodidad, ¡uno termina en aburguesarse!” –“Ya, ya te comprendo, tu Jaula Dorada, ¡como siempre!” –“No, ¡no es eso!, lo que pretendía hacer en España, en otros países se llama un acto “no violento”. En ese acto se quiere expresar, sin hacer daño a nadie, las injusticias que haya.” “¿Sin hacer daño a nadie?” -repetí yo- “¿Y a tu mujer y a tus hijos, qué?, ¿no es eso también una injusticia, dejarlos solos?”
Por esa noche ya habíamos hablado y... festejado bastante. Nos fuimos sin más, silenciosamente, a nuestro pueblo, a la casa, donde, hace tiempo, ya dormían nuestros seis hijos.
Pasaron los días, pasaron las semanas. Llegaba Gonzalo por las noches, amable, tranquilo, pero... ¡no hablábamos sobre eso! “Habrá sido un mal sueño,” pensaba yo. Me preguntaba por los niños, yo le contaba lo más interesante. Pero le notaba serio, triste, no sé como decirlo. Hasta que una noche estallé: “¿qué pasa con eso?” “¿con qué?” “con ese Eusebio Martín, ¿ya no habrá nada?”
“Depende de ti”.
“¿De mí?, y esa novela, ¿saldrá a la calle?”
“¿En qué calle?”
Pues “¿cómo pensabas hacerlo, para que la gente se entere?” –“El libro está editado, pero en Francia”. –“Tú pensabas que el acto fuera en España, ¿no?” –“Claro, pero si tu no me das permiso, yo no lo llevaré a España”. –“Oye, explícate bien, ¿qué es lo que pasa en España?”
“Pues, que no hay elecciones, que no podemos elegir a nuestro jefe de estado, como se hace en otros países civilizados, que Franco mandaba a ejecutar a las personas que no estaban de acuerdo con él, que no dejaba hablar a la gente. “¿Hablar?”, dije yo. “Bueno, hablar en público, contando la verdad.” No se podía reunir la gente, siendo más de 20 personas, Que, en las homilías en las misas, a algunos curas, que se atrevían a explicar lo que pasaba, los interrumpía la policía y se los llevaba detenidos. En España nadie se atrevía a decir la verdad, no veían solución.
“¿Y cómo sabes tú todo eso, viviendo en Francia?”
“Porque en Francia hay libertad de expresión, todos los periódicos franceses hablan de ello”...
”Y tú, ¿vas a ser la solución?” –“Yo podría ser, ¡“La Chispa”! –“¿Por qué tú?”
“Porque alguien tiene que ser la “chispa”, vas a ver, cómo luego la gente se atreverá. Yo he ganado bastante, y me puedo permitir que me metan en la cárcel.” –“Y eso, ¿por cuánto tiempo?” –“Eso no se sabe.” –“Entonces, ¿de qué viviríamos nosotros, tus hijos, tu mujer?” –“Por ahora hay dinero en la cuenta”. –“¿Y dejarías a tu familia aquí sola?” –“Yo confío en Dios” –“¿Y qué crees, que haría Dios?” –“Bueno niña, vámonos a dormir, mañana seguiremos”...
Pasó el mañana, el pasado mañana, y no nos atrevíamos a empezar de nuevo. Pensé que Gonzalo no debería haber tardado tanto en contarme cómo van las cosas en España. Siempre hay algo curioso, interesante que contar sobre nuestros hijos, del colegio... Yo sabía que Gonzalo no daría un paso más sin mi consentimiento. Una noche ya estallé de nuevo y le dije: “cuéntame más de lo tuyo, qué sabes más de todo” –“Ya te lo dije, que tiene que ser uno el que empiece.” –“Por ahora qué tendrías que hacer, ¿llevar todos los libros a España?” –“Si, en nuestro coche. Ahí mis amigos lo distribuirán, a ver si otro se animara”. –“¿Ese mismo día en el que tú saldrías?” –“Si, u otro día porque serían varios domingos sucesivos. Yo daría la “chispa” y luego dejaría todo en manos de la providencia. Algo tendrá que suceder.”
Yo me quedé pensativa: En los tiempos atrás él había hecho varias, no sé cómo llamarlas, locuras. Yo seguía confiando en él y después, al final, todo salió bien...
Pasaba el tiempo hasta que una noche le dije: “Anda pues, ya no quiero pensar más en ese asunto, ¡¡¡adelante!!!”. Ahora fue él el que preguntó: “¿Y tú, y los niños?” – “¿No decías que confiabas en Dios?”
Vino el día en el que estaba nuestro coche, un VW-familiar, lleno de paquetes con los “Encartelados”, Gonzalo llevaba señas de amigos que se encargarían de repartirlos.
Antes de marcharse, en un domingo, reunió a sus hijos, menos a la pequeña Martita de tres años. Les contó un cuento en el que pasaba que alguien, por querer hacer el bien, lo castigaron. Pero que, al final, siempre la verdad sale a la luz, y todo terminaba bien... Que él se iría ahora solo a España y que, dentro de algún tiempo no volvería, pero que pensaría mucho en ellos y en mamá y que llegaría un día, en el que todos volveríamos estar juntos. ¡¡¡Adiós papá, adiós!!!
Varios días de espera... Por fin una llamada, era él: “He tenido un accidente en Madrid y ya no dispongo de coche.” –“¿Y los libros?” –“Todos repartidos en coches particulares y en taxis. Ahora hay que esperar a que venga el día”. –“Y tú, ¿qué haces?” –“Doy alguna charla en casas particulares. ¡Todo saldrá bien! Muchos, muchos besos.”
Yo recordaba para mí, lo que me había contado que no se podrían reunir muchos juntos. También me decía en mis adentros, sin poder hablar con nadie, ninguna hermana, buena amiga, sólo vecinos, ¡que no hubieran comprendido nada!
A sus charlas en Francia anteriores al acto en España, había asistido yo y fui comprendiendo lo que significaba la “Noviolencia-activa”: No era ser buenecito, no hacer ningún daño a nadie, no meterse en líos de manifestaciones, sino todo lo contrario, h a c e r algo, dar la cara , aunque, por ello te castiguen a ti mismo... “¿Qué le harán a mi Gonzalo?”...
Los niños me preguntaban, no les conté lo del accidente, habría que esperar. Por las noches me decía: “¿No habrá sido una advertencia de Dios, el accidente?” Yo lloraba de noche, pero de día me mostraba contenta, estaba en tensión. ¡Hubiera preferido que ya fuera el 20 de octubre!
Me había dejado lectura: Gandhi, Martin Luther King, Lanza del Vasto, que era francés, Los ojeé todos, me parecían unos héroes, ¡pero qué tenían que ver con mi marido! Algo tenían que ver, así tenía yo algo que contar a mis hijos, para que más tarde pudieran ellos atar cabos. Eso de no obedecer órdenes injustas, eso les gustaba, pero cuidado, no os penséis que una orden es injusta porque no os guste... y les contaba ejemplos. Pensaba que esta enseñanza debería haber sido antes de la decisión de Gonzalo, de ponerla en práctica. Se notaba que tenía prisa, no sea que mas tarde tuviera pereza o algún impedimento cualquiera hubiera puesto a rodar todo... ¡Pobre papito, siempre con esas prisas! A él le dio la llamada y no quería que Franco se le muriese antes de tiempo. Yo procuraba tener a mis hijos bien preparados.
Llegó el 20 de octubre. Le cogieron andando por la calle Princesa, unos 15 minutos: “Ya tenemos al Encartelado” dijeron los grises por el walkie. ¡Cuánto le gustó a Gonzalo que le habían dado nombre! Me iban teniendo al corriente los amigos por teléfono o por carta. A nosotros nos escribía Gonzalo cartas muy emotivas y bonitas, dándonos mucho ánimo. Yo le escribía largas cartas y tenía que esperar mucho para recibir la contestación. La alegría de haberla recibido duraba luego mucho tiempo. Se notaba que las cartas habían sido abiertas, revisadas...
Cuando antes de empezar Gonzalo con “Los Encartelados” y yo me enteraba de historias tristes, nunca me había imaginado que eso me podría tocar a mi, ¡esas historias siempre les pasan a otra gente!
Supe que al ser detenido ese 20 de octubre, se encontró abajo en los calabozos de la Dirección gral de Seguridad a otro e n c a r t e l a d o. No lo había conocido anteriormente. Ese salió espontáneamente y llevaba un cartel que sólo ponía NO VIOLENCIA. Pensaban los dos: por pedir no violencia me detienen, entonces lo que habrá que pedir será la violencia... A ése le soltaron al poco tiempo.
En los periódicos españoles hablaban de agitadores, obedeciendo a consignas dictadas desde el comunismo internacional, intentaron perturbar el orden en el centro de la capital. La maniobra fracasó totalmente gracias a la rápida y eficaz intervención de la fuerza pública y al buen sentido de la población, de no dejarse engañar.
En otros países había hecho correr ya tinta abundante. Ese “algo”, ese fenómeno, esa moral, era lo que en varios países se llamaba la “Noviolencia”.
En su novela, Gonzalo había planteado la posibilidad de que, después de la primera “chispa”, se lanzarían otros a seguir su ejemplo en cada domingo más y más pero no fue así en la realidad; la gente no estaba madura todavía, tendría que pasar más tiempo. La Historia no avanza tan rápido como uno quisiera. Sin embargo, una semilla quedó, la cual empezó a germinar.
Un día recibí la llamada de “Amnistía Internacional”, pidiéndome que fuera yo a Londres para encender la “Llama de la Paz”. Les contesté que lo sentía mucho pero que tendría que quedarme con mis hijos. Tantas llamadas recibía, en las que no podía pronunciar la palabra c á r c e l... Hasta que me preguntó una vez Martita: “¿Es que papá está en la cárcel?” “Sí, mi vida, pero por poco tiempo. No te creas que ha hecho algo malo”. Esa noche tuvo una pesadilla muy fuerte y gritaba: “¡No quiero que a mi papá le metan en la cárcel, el es muy bueno!” Tardé bastante en tranquilizarla, pobrecita.
En la cárcel Gonzalo tuvo mucho tiempo para pensar. Ahora era la Objeción de Conciencia al Servicio Militar, la que le preocupaba. Conoció en la cárcel a miembros de “Testigos de Jehová”, los cuales se habían negado a hacer el servicio militar y por eso los metían en la cárcel. ¿Cuándo también los católicos se atreverían a ser objetores? pensaba él. O quién lo hiciera por motivos éticos. El Concilio Vaticano Segundo dice: “El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia, los dictámenes de la Ley Divina y para llegar a Dios, que es su fin, tiene la obligación de seguir fielmente esa conciencia en toda su actividad.” Ya iba germinando otra acción relacionada con la No Violencia.
A toda esa aventura de Gonzalo se añadió otro contratiempo: La muerte de su padre. Su padre, magistrado del Tribunal Supremo, hombre muy recto y honrado, al enterarse de la hazaña que había hecho su propio hijo y que le había llevado a la prisión, dijo a su familia, a sus compañeros : “¡Cómo voy a mover yo un solo dedo para sacar a mi hijo de la prisión, eso me es imposible, no puedo!”... Pocos días mas tarde de pronunciar esas palabras, murió de un infarto cardíaco.
Al recibir yo esa mala noticia no pude más que pensar de nuevo: “¿No será, como en el accidente, una llamada de Dios?” Muchos meses después me atreví plantearle a Gonzalo esas ideas mías, las cuales a su vez también pasaron por su mente.
Gonzalo pidió hablar con su abogado para que consiguiera el permiso de poder asistir al funeral de su padre, lo que le fue consentido. Y aún mas: Pensó Gonzalo y se lo dijo a su abogado: “Una vez ya fuera de prisión sería posible, ¿que yo aprovechara para ir a Francia para recoger a mi familia? Eso se me ocurre ya que la sentencia dicta que todavía me quedan 7 meses de cárcel. Teniendo a mi familia aquí, me podrían visitar semanalmente y la espera sería más llevadera para ellos.” El abogado prometió hablar con el juez.
Recibimos la noticia de la muerte del abuelito. “¿Que se ha muerto el abuelito?, no, ¡no puede ser!” gritaban los niños, “¡Era tan bueno!”... le llamaban “Pito” porque de pequeños no hablaban español, y a la abuelita “Pita”. El tenía llave del piso de Madrid y de pronto estaba entre nosotros y los niños alrededor de él gritando: ¡Pito, pito Pito! Y él se ponía a jugar con ellos.
Pensaba yo: Ese abuelo tan bueno, tan comprensivo para todo, no había comprendido a su propio hijo. Había querido comprenderlo pero, estando su corazón enfermo, (lo que no sabíamos), era demasiado para él.
Y Gonzalo volvió por un tiempo, ¡qué alegría! “¿Ya te quedas para siempre?” No hijos, no, vengo para llevaros a todos a España. “He encontrado un piso, o mejor dicho dos unidos por una puerta, en... el Escorial. Como vendrá el verano, podréis pasarlo mejor ahí, porque tiene... ¡piscina!” ¡Qué alegría! –“¿Y tú?, ¿y el cole?” –“Ahí también hay colegio, qué os creéis, y yo volveré más tranquilo a la cárcel, teniéndoos más cerca y con la posibilidad de veros los domingos.” –“¿A la cárcel, otra vez?” –“Sí, he tenido que prometer que no me escaparía, que sólo iría a buscaros. A la cárcel iré otra vez, para cumplir mi condena, mi castigo.” –“Pero, ¿por qué?” –“Por haber pedido elecciones libres y eso todavía no las deja hacer un señor que se llama Franco y que es el que manda en España, ¿sabéis?”
Esta vez, la mudanza era internacional, y con muebles incluida. Habrá que buscar un gran camión para que lleve todo, todo. Pero, ¡el colegio, qué pena tener que dejarlo! ¡Y los amigos, las amigas! Ahí serán otros, otras. Se quedaron muy pensativos, no sabían si ponerse contentos o tristes.
Por la noche me dijo Gonzalo: “Por ahora son solo amigos, más tarde serían novios, novias, ya sería más difícil volver a arraigar en España”... –“Pero dime, ¿entonces has quemado ya las naves?” –“Sí, he tenido que hacerlo, porque metiéndome en política, ya no me dejan trabajar en la Unesco, que sólo se ocupa de cosas culturales” –“¿Y el trabajo, cuando salgas de la prisión?” –“Lo he pensado todo, luego trabajaré desde España haciendo traducciones, también para otros organismos internacionales, que sí se meten en política. Los hay en Ginebra, Londres, Roma. Se sentía seguro, me decía.
Tuve que despedir a los hijos de sus colegios, donde todos habían sido muy buenos alumnos. La maestra de Diego hasta me dijo: “me quita Vd. a mi mejor alumno ¡A los 6 años, sabe muy bien leer y escribir en dos idiomas!” Precisamente a Diego le iba luego costar mucho aclimatarse a un colegio español durante toda la época de sus estudios, tanto así que no llegó a terminarlos, buscando volver a sus raíces.
Como ya dije antes, mientras Gonzalo estaba en la cárcel era la “Objeción de Conciencia” al servicio militar obligatorio, lo que le rondaba por su mente. Si eran capaces los testigos de Jehová de negarse a hacer el servicio militar, ¿por qué no un católico, o alguien a quien su conciencia le impulse a negarse a ello?
Pues sí, lo había en España. Era el primer objetor de conciencia español: Pepe Beunza de Valencia, al que su conciencia le obligó, por motivos éticos, a no hacer el servicio militar y que por ello estaba ya en la cárcel de Valencia.
Al salir Gonzalo de Carabanchel, después de un paréntesis con su familia muy feliz, fue interesándose por ese valiente Pepe Beunza. Toda la familia le escribimos una carta a la prisión de Valencia, ya éramos amigos suyos. Gonzalo fue conociendo a otros simpatizantes de Pepe Beunza y muchos otros en el extranjero.
En 1971 empezó Gonzalo, junto con objetores franceses y simpatizantes españoles, a hacer una campaña por el derecho a la objeción de conciencia en España. Organizaron una “Marcha a la Prisión”, donde estaba Pepe. Decidieron siete españoles, entre ellos Gonzalo, empezar esa marcha en Ginebra y atravesar toda Francia hasta la frontera franco-española de Bourgmadame. ¿Por qué eligieron Ginebra como punto de salida? Gonzalo lo explicaba así: “Por su propia naturaleza internacionalista. Somos españoles, pero antes que eso somos hombres. La solidaridad mundial debe ser para nosotros un sentimiento más fuerte que esos nacionalismos estrechos, que se nos están quedando anticuados. Al atravesar Francia, dando mítines en diversos pueblos, se les iban sumando muchos franceses y de otros países. Se ocupaban de buscar alojamiento en escuelas para pernoctar (era semana santa y las escuelas estaban vacías). Acompañaban a los caminantes con una furgoneta, hacían las compras, cocinaban y esperaban a la comitiva en la siguiente etapa, donde también daban pequeñas charlas y ruedas de prensa y la gente les animaba.
Recibimos una carta de Gonzalo preguntándonos si querían las tres mayores, Irene, Sonia y Ana, conmigo conduciendo, acompañarles en el sur de Francia durante las últimas etapas. Ni que decir tiene, que a las niñas les encantó esa idea y, como poco a poco se iban interesando cada vez más por las ideas de su padre, acepté. Nos encontramos en el monasterio benedictino de Saint Michel de Cuxa, que había ofrecido a los caminantes una semana de reposo. Las niñas participaron en la marcha junto a su padre. Cuando una se cansaba, se venía conmigo en el coche hasta la siguiente etapa. Estaban encantadas, ¡otra vez en Francia! Como la mayoría eran franceses, podían hablar en francés con ellos y caminar por paisajes preciosos.
Antes, los cinco españoles habían escrito una declaración al ministro de defensa y repartían una carta de Pepe Beúnza a los militares españoles. En la frontera la policía ya les estaba esperando. El 11 de abril 1971 ya eran 700 personas, las que querían pasar con los cinco españoles la frontera, y muchos más simpatizantes. Los cinco españoles llevaban naturalmente sus carteles en pecho y espalda. Eran, otra vez, “Encartelados”.
Todos guardaban silencio al llegar al puente internacional. Las tres niñas y yo íbamos justo detrás de ellos, el coche lo había aparcado. Los que les acompañaban estaban asustados e impresionados. Al llegar al punto de la frontera española, los cinco fueron detenidos. Yo pregunté si podía, junto con mis hijas, acompañarles en la comisaría, que era la mujer de Gonzalo Arias. Después de consultar al jefe, el que quería aparecer muy humano, nos dejó pasar junto con el coche. Los demás acompañantes se sentaron en el puente internacional y continuaron la protesta de forma simpática pese al miedo y la emoción, hasta que la policía, aprovechando la noche, cargó brutalmente contra ellos. El furgón con los detenidos y yo con las niñas en nuestro coche detrás, ya nos habíamos alejado. Durante horas había estado incomunicado el puente internacional.
Los llevaron primero a Barcelona, luego de nuevo a Madrid-Carabanchel, donde volvieron a empezar las visitas domingueras a la prisión. Se arriesgaron a entre 6 y 12 años a Gonzalo la máxima, por considerarle el organizador. Luego no fueron tantos años, ya no me acuerdo pero en una de las visitas le dije a Gonzalo que por favor, ya no más.
Tengo que decir de todas las maneras, que Gonzalo tuvo en toda su vida una clarividencia que me asombraba. Nunca ha tenido miedo de la represión. No sé si era realmente una fe en Dios muy grande, o si sabía leer el futuro. Siempre las condenas, que al principio parecían tan grandes, al final se quedaban en mucho menos. De hecho, siguieron durante años las protestas de los objetores e insumisos internacionalizándose, hasta que ahora son historia, al haber conseguido su objetivo: la supresión del servicio militar obligatorio.
Gonzalo siguió soñando en un futuro mejor. La utopía era la desaparición de los ejércitos, las guerras, el comercio de armas... y el camino era la transformación del ejército, así lo enfocaba en su libro “El ejército incruento del mañana”: fue el comienzo de una campaña de charlas y recogida de firmas para su “proposición de Ley de Opción Por la Paz”.
Al final de su vida, haciendo un resumen de sus acciones, Gonzalo se confesaba un fracasado. No consiguió los objetivos que se había propuesto, pero dejó una semilla en el movimiento pacifista. ¿Llegarán a cumplirse en un futuro esos sueños suyos?
Yo y todos mis hijos, fuimos aprendiendo mucho de él.
Hilde Dietrich.
jueves, agosto 21, 2008
Recuerdos de Hilde III
lunes, 18 de agosto de 2008
Recuerdos de Gonzalo, “La Jaula Dorada”.
Paris, la Unesco, Todo era nuevo para mi, hasta la lengua francesa. Adiós a mi madre, adiós a mi hermana, adiós al país que fue, cuando salí de Alemania en plena guerra, mi país adoptivo, mi país, al que yo había cogido cariño, donde murió mi padre. De nuevo el desarraigo, como había dicho, a una vida nueva:
Pero, éramos dos, no estaría sola.
Encontramos un pisito, en la calle Michel Bizot, un tercer piso, amueblado, cuyas ventanas estaban orientadas hacia el sol, a un campo sin casas, aunque pasaba por allí un pequeño ferrocarril, no muy a menudo.
Gonzalo se lanzó con mucho ahínco a su primer trabajo en el extranjero. No venía a casa para comer. Así tenía un tiempo libre después de las comidas, para hacer su “hobby”, la historia. El “historímetro” y pronto serían las “Calzadas Romanas”.Volvía tarde. Ya había llegado ahí en espera del primer hijo. Por las mañanas, al salir a la compra, me apuntaba antes, el nombre de las cosas que iba a comprar. Si no, señalaba una cosa y decía: “Sa”. Preparaba la cena para cuando volvería Gonzalo.
Pasamos en París nuestras primeras Navidades. Compramos un arbolito chiquitín que adorné yo. Me daba cuenta que a Gonzalo le daba igual, poner árbol o no. Me entristecía un poco. En Francia se comen por Navidad las famosas Ostras. Quisimos probar hacer igual y tuve un cólico tremendo.
Después de Navidad ya empezamos a hablar del nacimiento del primer hijo. Gonzalo quería que yo supiera entender al médico. Por eso buscó desde los conocidos de la Unesco a un médico latinoamericano que tenía una pequeña clínica en el barrio de Neuilly. El 26 de enero ya nos fuimos para ahí. Dos días me tiré con contracciones; por lo menos podía hablar con la enfermera en español. Gonzalo iba y se marchaba. Finalmente decidió el médico trasladarme a otra clínica, donde tenían aparatos por si hubiera que hacer una cesárea. Me llevó vestida en bata, en su propio coche. Yo oí como Gonzalo le preguntaba si debería llamar a un cura. Pensaba que me iba a morir. A mi ya me daba todo igual. En la otra clínica todo fue rápido. Nació nuestra primea hija Irene. ¡Qué bien que ya no estaba todo el día sola! Irene me acompañaba a la compra, la subía en brazos hasta el tercer piso. La ponía en su cunita cerca de la ventana abierta a tomar el sol desnudita y se me criaba de maravilla.
Se acercó el verano y ya esperaba a nuestra segunda hijita.
Gonzalo se compró su primer coche, una “Dauphine”, con ese coche iríamos a España a Zarauz, donde veraneaban los abuelitos, para que conozcan a su primera nieta. Por el camino se anunciaban mucho los “fruits de mer”, vamos a probarlos. Qué pena, otra vez un cólico por el camino. Fueron también mi madre y mi hermana a Zarauz. Así toda la familia estuvo entera, qué ilusión ¡Me volvía a encontrar en MI país!
Al volver a París ya se hacía notar nuestra segunda hija. Como me sentía mal, Gonzalo me preguntaba: “¿Te arrepientes?” “No, decía yo, ¡en ningún momento!”
Sonia nació en una clínica más cercana a nuestro piso. Ya sabía yo defenderme un poco en francés. Fuimos a la clínica de madrugada del 8 de abril 1958 y Gonzalo se fue a recoger a mi madre a la estación con la pequeña Irene. Esta segunda hijita tenía más prisa por venir a este mundo. Cuando Gonzalo y la suegra asomaron las caras por la puerta, ya vieron la cunita con la pelirrojita Sonia.
Sonia tenía algo delicado su estómago. Cuando le daba de mamar de repente se apartaba del pecho y echaba bien lejos como de una fuente un chorro de leche. En seguida dijeron las enfermeras: “No soporta su leche, hay que darle el biberón.” Eso no quería yo, ¡yo quería amamantar a todos mis hijos! Salimos antes de la clínica y llamamos a nuestro médico, antes de que Sonia se acostumbrara al biberón. Dijo que de ninguna manera mi leche no valía, lo que pasaba era que tenía la pequeña un estómago pequeño y en cuanto se llenaba lo expulsaba. Habría que darle muy a menudo que mamar y solamente durante 5 minutos, hasta que se hiciera su estomaguito más grande. Así es que mi pequeña Sonia tendría que dormir a mi lado por la noche para darle el pecho cada dos horas., hasta que poco a poco se fue ensanchando su estomaguito y la pudimos llevar a la habitación de su hermana Irene.
Irene, que sólo tenía 14 meses cuando nació Sonia, tuvo que espabilarse para bajar las escaleras los tres pisos, mientras yo llevaba a Sonia en brazos. Al subir lo mismo. Como ya sabía andar a los 10 meses, eso le gustaba. Encima del cochecito de niños, que nos esperaba abajo, tenía Irene un asiento especial para cuando las llevaba de paseo, o haciendo compras.
Cuando llegaba su padre, ellas ya dormían y por la mañanita todavía dormían. Gonzalo cogía el metro para ir al trabajo.
En el pisito había un salón-comedor pequeño y en un rincón se arregló Gonzalo su mesita de trabajo para las noches y fines de semana. Cuando hacía bueno me costaba unas lagrimitas para convencer a mi querido marido de que los fines de semana eran para la familia y no para un trabajo suplementario pero... por fin lo aceptó. Vivíamos cerca de un parque-bosque, “La forét de Vincenne”, preciosa, con un lago, patitos, césped. Hasta comíamos ahí. Los lunes ya soñaba yo pensando en el próximo domingo.
Pero, estaba ahí la misa que nos llamaba cada domingo. Antes no podíamos salir con las niñas de paseo. Y..., según Gonzalo, teníamos que ir juntos, él y yo. Yo metía antes a nuestras dos niñitas en un gran parque cuadrado de madera, ponía cojines por si se dormían y juguetitos, hasta alguna miguita de pan por fuera de los barrotes, por si les entraba hambre. Pero mi corazón no estaba tranquilo. Mis conocimientos del francés todavía no eran grandes para entender la homilía. Entonces mis pensamientos se iban a nuestra casa, a la habitación con las dos niñitas, a los juguetes que les había metido, ¿No habría alguno pequeñito entre ellos que se les quedaría atragantado? La misa era para mi un suplicio. A la salida le decía a Gonzalo: “Sabes, si Dios es tan bueno, como dices, le gustaría mucho más que yo me quedara con mis dos bebés en casa, mientras tú irías a misa.” El no contestaba y el siguiente domingo pasaba lo mismo. Sólo años después lo comprendió, junto con otros aspectos de la religión que yo me atrevía cuestionar. Hasta decía que yo le iba catequizando a él. ¡¡¡Menos mal que no era violento y no había riñas
por esos motivos!!!
Ya no se quedaba tanto tiempo por las noches en la “Unesco”, como se había preparado un rinconcito como su estudio en el salón para trabajar en sus “hobbys” y a mi me gustaba más tenerlo cerca. A veces contaba cómo sus compañeros de trabajo ya llevaban trabajando años y años para conseguir una casita de verano al lado de la playa y luego otra en la montaña para que sus hijos pudiesen esquiar en invierno y que... nada de tener muchos hijos, ¡¡eso les ataría demasiado!!... Que la “Unesco” para él era una jaula, ¡una “Jaula Dorada”! ¿Ya no estás contento? le pregunté. “Tengo miedo de aburguesarme”, me dijo. “Yo no puedo seguir viviendo, seguir trabajando así, ¡eso es inhumano!” “Si, gano mucho dinero, pero, ¿mi trabajo para qué sirve?” “¿quién lee mis documentos traducidos al español, a quién le interesan?”... Yo no sabía qué contestarle, cómo tranquilizarle... Pobre Gonzalo, pobres de nosotros, ¡con la ilusión con que habíamos venido! Muchas noches no podíamos dormir. ¿Qué hacer? Una tarde volvió más contento: “¿Sabes, lo que voy hacer? Voy a pedir unas vacaciones por un año” “¿Tan largas?” pregunté. “Si, pero sin sueldo. Y, en ese tiempo convalidaré mis estudios de derecho para los de un maestro. Quisiera ser maestro, ¡eso es mucho más urgente que trabajar en la “Jaula Dorada”! En cuanto me den las vacaciones por un año volveremos a España y yo seré maestro en un pueblecito en los Pirineos, ¿te parece?”
“¡Qué bonito!, dije yo, ¡volver a España!” “A un Pueblo, ¡no a una ciudad tan grande!
Mientras esperábamos a que le den las vacaciones pedidas se anunciaba nuestro tercer hijo. “Qué importa,”, dije yo, “¡así nacerá en España!” Era ya el mes de junio y a últimos de este mes tendría que nacer nuestro tercer hijo. Ahora nos pertenecían las vacaciones anuales, las del año sabático ya las pediré a continuación, dijo Gonzalo. Todo lo tenía bien pensado a su manera. Me dejó con las dos pequeñas y mi vientre abultado en el avión hacia Madrid, donde me recogerían los abuelos y él se fue en coche con nuestro equipaje más necesario y las dos cunas. Llegué a casa de mi madre a esperar a Gonzalo. Sentía que ella no estaba muy encantada pero en cambio a mi hermana pequeña le encantó y me servía de niñera... Gonzalo debería haber puesto alas al coche porque no tardó nada en llegar. Yo me decía: “Mi Gonzalo me asusta con sus decisiones pero luego pone tanto ahínco de su parte que todo al fin sale bien”. Ya tenía planes para seguir: “Lo mejor es buscar una casita de veraneo en la Sierra, así estaremos cerca de los abuelos. Su hermana Pili tuvo la idea de buscar primero en Hoyo de Manzanares, para estar más próximo a Madrid y se brindó para ayudarle en la búsqueda. A mi me hubiera gustado ir con ellos para decidir pero me daba cuenta, que no podía darle a nadie el cuidado de mis hijitas Irene de dos añitos y mi Sonia de uno, así es que me quedé con mi madre confiando, como siempre, en mi Gonzalo. E hice bien. Volvieron encantados: Una casita cerca a las rocas con jardín rústico. La casa tenía cuatro dormitorios, un salón, baño y cocina, toda amueblada. “Para algo sirve la Jaula Dorada” dijo radiante. Se le notaba que quería lo mejor para su familia. Nos mudamos rápido. La pequeña Irene nada más llegar ya corría por el jardín que en realidad era un trozo de naturaleza con rocas y todo. Y a Sonia, que estaba muerta de sueño, le colgó Gonzalo una hamaca entre dos árboles y ahí se durmió. Se presentó la Señora Paca, la dueña, para ofrecerse en buscar a una chica del pueblo como mi ayuda. Por la noche, en mi cama, yo comparaba el pisito de París con este trozo de naturaleza lleno de sol y luz y me salían las lágrimas Gonzalo me preguntó: “¿Por qué lloras?” Yo le contesto: “De emoción, mi vida”. Lo único que me preocupa es el nacimiento de nuestro tercer hijo: sin hospital, sin médico, solo con la comadrona del pueblo. “Tu sabes que tenemos el factor RH encontrado, que hay un riesgo en el momento del nacimiento”. Eso nunca lo quiso comprender, que en Francia le daban tanta importancia a ese factor RH dichoso ¡Cómo se notaba que no tenía idea de medicina! “Si en todo el mundo nacen niños hasta en el campo, ¿por qué no vas a ser tú la que para de manera natural?” Ya no dije nada pero la preocupación seguía. Pasaron los días, la pequeña Sonia aprendió a andar ella sola en presencia del abuelito y Gonzalo estaba inquieto. Para él se terminaban las vacaciones de verano, él tendría que estar en la Unesco el primero de Julio. Me tuvo que dejar sola con las dos abuelas en casa. Vino la comadrona y dijo que estaba a punto. Volvió dos días más y ya se quedó. Se hizo la noche y me acosté. Ella miró la habitación y vio que solo tenía una bombilla de baja luz en el techo. Dijo: “Me voy un momento por una linterna, que esto es insuficiente.” Volvió y ya estábamos en plena faena las dos abuelas y yo. De lo demás ya no me acuerdo mucho, solo sé que decía: “no sale la placenta, tengo que llamar al médico”. Menos mal que había teléfono en casa ¡Era otra niña! Una muy gordita, que gritaba a todo pulmón. Me cambié de cama y vino el médico del pueblo. Era un hombre muy resoluto. “La placenta tiene que salir”, dijo, tengo que hacerle un masaje de vientre”. Casi se monta encima de mí apretujando mi vientre dolorido y yo gritando: “No, ya no más, por favor, ya nooo”. Al nacer Ana, así la íbamos a llamar, no grité para nada y ahora, ¡qué daño me hacía! ¡¡Por fin!! me quedé exhausta. “Abríguenla y déjenla descansar” y se fue. El abuelo se fue al pueblo al día siguiente y puso un telegrama para París: “Anita nació a las 10 de la noche el día 3 de julio.” Yo hubiera elegido un nombre más original, Anas había tantas... Pero Gonzalo insistía que sus hijos tuvieran nombres que se pudiesen pronunciar en todas lenguas para no tener que deletrear. El día siguiente, el día 4, sonó el teléfono tempranito. Como nadie acudía a él salté de la cama y me puse yo. Era Gonzalo. Se extrañó mucho que yo cogiera el teléfono y dijo: “Lo ves, ¡como todo ha ido bien!” “Sí, pero la placenta, en pleno campo no hubiera salido y yo me hubiera muerto”, dije.
Ana era muy hambrona, quería mamar dos o tres veces por la noche. Si no la cogía enseguida entraba una de las abuelas a recordarme que lloraba la niña. Pesaba cuatro kilos, cuando la llevaron a la farmacia a pesar. En seguida hice vida normal. Tenía que hacer las paces entre las dos abuelas, que no se ponían de acuerdo, lo que debería de comer yo para ponerme fuerte. Un día el abuelo trajo un cochecito de niños con ruedas grandes y tejadito por si llovía. Me vino estupendamente porque me daba cuenta que a Ana le gustaba estar debajo de un árbol. Entonces ya no lloraba. Las ramas que se movían le intrigaban... Como era verano, ahí se quedaba todo el día. Una vez empezó a llover a cántaros. Le puse el techo bien alto y el cubrecoches y la dejé de prueba. Le encantaba oír la lluvia caer encima de su techo ¡Se notaba que iba a ser una niña amante de la naturaleza!
Mientras tanto a Gonzalo le urgía tener ya su año sabático y volver con nosotros. ¡Por fin se lo concedieron! Se fue a Madrid para hacer la convalidación de su carrera para ser maestro. Tuvo que hacer un examen. Ese consistía en dar una clase de geografía delante de niños y del director. Gonzalo contó que se puso delante del encerado a dibujar los límites de la topografía de Italia, preguntando a los niños: “¿Quién sabe lo que estoy dibujando?” “¡¡Una bota!!”, gritaron todos. “Pues así sabéis, que Italia se parece a una bota, ¿de acuerdo?” Con poco que les preguntó mas, dijo el director: “Ya está bien, queda usted aprobado”.
La casita de Hoyo de Manzanares la teníamos que dejar pero se quedó libre el piso de Madrid que nos había regalado el padre de Gonzalo a nuestra boda y el que tuvimos alquilado a amigos. Ya no tuvimos que meternos en la casa de mi madre.
En el Ministerio de Educación le dijeron a Gonzalo que en Jaca había una plaza de maestro. Me quedé con mis tres niñas en Madrid, mientras él se fue en coche a Jaca para investigar su puesto antes de llevarnos a todas. Me llamó desde ahí diciendo que era una tomadura de pelo: “¡Un solo alumno!” Había otro puesto en Seira, Provincia de Huesca, con 15 alumnos, en los Pirineos Aragoneses. Eso ya era mejor y se fue a investigar: El pueblecito estaba dividido en dos: abajo, al lado del río, donde se encontraba la escuela y arriba, en la montaña, donde había una vivienda de maestro vacía y en la cual podríamos vivir. Gonzalo, como tenía coche, podría hacer el viaje todos los días. Que era un sitio idílico, que nos iba a gustar. Como no había maestro por ahora, el cura del pueblo daba las clases... Con tantos preparativos ya habían pasado las Navidades. Yo, mientras tanto, esperaba otro hijo. Me sentía mareada. Fuimos al médico alemán de Madrid. Ese me dijo, que había salido un medicamento muy bueno que ya se usaba en América y Alemania, contra los mareos. Que así podría yo hacer el viaje sin tantas molestias. Era el año 60. Emprendimos el viaje solo con las dos mayorcitas, Irene, con tres años, y Sonia con dos, sus dos cunitas desarmadas más el equipaje, todo metido en el Dauphine. A la pequeña Ana, con 6 meses, la dejamos, junto con una niñera, en casa de los padres de Gonzalo, que estaban encantados. Más tarde las iría a recoger Gonzalo, una vez instalados. Cuando nos fuimos a despedir a casa de mi madre y ella vio el coche tan cargado, se echó a llorar.
Hicimos noche por el camino. A mi me picaba todo el cuerpo, no pude ni dormir. Era la reacción del medicamento. El día siguiente llegamos a Seira. Subimos en coche al barrio de arriba. Tuvimos que dejar el coche en una plazoleta y seguir andando hasta la vivienda. Todo el equipaje lo llevaban vecinos del pueblo como si estuvieran contratados para ello. En poco tiempo estaban las camitas de las niñas armadas. Había una cama de matrimonio, mesa y sillas en el saloncito. Más no necesitábamos. En seguida estaba apalabrada una chica del pueblo, encantada de venir todos los días. Me asome al balconcito; el sitio era precioso ¡Había hasta nieve un poco mas arriba!
Gonzalo volvía encantado de sus clases con los niños. Por fin parecía que todo su trabajo para conseguirlo había valido la pena, pero... el destino todavía no nos quiso dejar tranquilos. Una mañana, Gonzalo ya estaba en la escuela, yo sentí como se me enrollaba la lengua hacia atrás, casi la podía tragar. Me puse muy nerviosa, no estaba Araceli, la chica. Se había llevado la ropa sucia al riachuelo a lavarla. Así lo hacían todas las mujeres en el pueblo. Irene y Sonia estaban jugando tranquilitas. Les dije que en seguida volvería y salí corriendo hacia el riachuelo. Ahí estaba Araceli hincada delante de una piedra y otras mujeres más. No pude pronunciar palabra solo salían unos gorgoteos de mi garganta. Señalé hacia abajo y procuré pronunciar algo que se parecía a Gonzalo. Ella echó a correr campo a través hacia la escuela. Yo me fui a casa y me tumbé en la cama para tranquilizarme. Las niñas querían saber lo que me pasaba y no les pude contestar. Pronto oía el motor del coche por la carretera y luego apagarse. Gonzalo irrumpió en la habitación. Mientras tanto mis ojos se volvían hacia atrás o arriba. Debo haber parecido a una idiota. Gonzalo preguntó a Araceli si había un médico allí. En el pueblo más allá dijo ella. Gonzalo cogió el prospecto de la medicina, me puso un pañuelo al rededor de la cara y me cogió del brazo por las callejuelas hacia el coche. Todas las mujeres salían a sus puertas al vernos pasar. A mi me daba mucha vergüenza.
Llegamos a la casa del médico y Gonzalo le enseña el prospecto. “Una contracción muscular” dijo él. “Quizás debido a la Talidomida”. “Le voy a dar unas inyecciones para quitar la contracción por algún tiempo, ustedes tienen que repetirla pero no más de tres al día y tienen que irse rápidamente a Huesca al Hospital, para desintoxicarla” Ni me acuerdo si Gonzalo le preguntó lo que le debía. Sólo sé que volvimos a casa para coger un camisón, decirle a Araceli que se quedara con las niñas hasta que volviéramos y, rápidamente hacia Huesca. Mientras tanto la inyección que me había puesto el médico hizo reacción y sentí como la lengua y los ojos volvían a su lugar. “Qué bien”, dije. “Sí, pero no te hagas ilusiones, ¡el médico dijo que sería por corto tiempo!” Y, así fue. Eran ya las tres de la tarde y no habíamos comido, cuando sentía otra vez enrollárseme la lengua. “Vamos a comer algo” dijo Gonzalo. No, balbuceaba yo, así no.” y señalaba a mi boca. Gonzalo me tranquilizó explicándome que pediríamos una habitación por una hora y haríamos venir a un practicante para que me pusiera otra inyección, habíamos llegado a un pueblo grandecito. Le trajeron a Gonzalo un plato de comida (yo no podía ni tragar), prometieron avisar a un practicante y yo me relajé un poco. Gonzalo me miraba con mucha compasión. Ahora, al contarlo, todavía me salen las lágrimas... Llegó un practicante, me puso la inyección y seguimos el camino por muchas curvas, de prisa. Ni me daba tiempo para tener miedo. En un momento, al verme Gonzalo sin contracción, paró el coche y dijo: “Ven”, llevándome hacia el acantilado. “Tienes que ver esto, tan precioso, abajo, ¡muy abajo el río!” El quería que yo al menos, tuviera algún buen recuerdo de ese viaje. Yo no pude darle importancia en esos momentos, ¡qué lástima! Ahora me gustaría, volver a ver todo con normalidad...
Llegamos a Huesca ya muy tarde y encontramos el Hospital. Yo estaba de nuevo con mi cara de idiota. Sentía mucha vergüenza al esperar al médico. Era una mujer. Me miró y de pronto dice, dirigiéndose a Gonzalo: “¿Su mujer siempre tiene esta cara?” Contestó Gonzalo: “Por eso estamos aquí”, dijo, enseñándole el prospecto y las inyecciones. Los leyó todo detenidamente y dijo: “Hay que desintoxicarla con gota a gota, ¡tiene que quedarse ingresada!” Pobre Gonzalo, ¡la cara que puso! “Yo volveré a Seira con las niñas, ahora mismo”. “¿Todo ese viaje otra vez?” pregunté yo. “Claro” dijo él. Me dio un beso muy fuerte y se fue. Al cerrarse la puerta detrás de él me eché a llorar desconsoladamente.
Al día siguiente ya pude desayunar algo. Sólo podía dormir y pensar, pensar en mis tres niñas, una todavía en Madrid con los abuelos. En cuanto volvamos a Seira, lo primero que hay que hacer, es ir a por ella ¡Pobre Gonzalo, todavía le tocará hacer otro viaje a Madrid, con lo largo que se me había hecho! Mientras soñaba se abrió la puerta y... entran Gonzalo y mi pequeña Irene, ¡qué alegría me dio verla! Gonzalo me dijo que se habían portado muy bien con Araceli pero que Irene solo hacía preguntar por mí. Por eso la trajo Gonzalo consigo. Me preguntaba una y otra vez si ya estaba buena... Vino la Doctora y dijo que todavía tendría que quedarme otra noche más. Que no me podían quitar aún el gota a gota que tanto le extrañaba a Irene, y que no tomara de ninguna manera más la medicina aquella maldita.
Al recogerme Gonzalo el día siguiente, ya era capaz de admirar el paisaje, era como una excursión para mi. Gonzalo estaba feliz verme optimista ¡pero todavía quedaba un mal trago que pasar!
Primero recogeré a nuestra hijita Ana, que, con tanta desdicha que pasaba, la teníamos abandonada. Menos mal que los abuelos escribían que Anita se portaba de maravilla y que era una alegría para ellos. Vino con su niñera particular, Elvira, que no duró mucho tiempo. Echaba de menos los coches, a la gente, las amigas... La tuvimos que meter en un autobús hasta Huesca y darle dinero para, desde ahí podría volver a Madrid.
Mientras tanto había venido la primavera, por fin Gonzalo podía disfrutar con sus alumnos. Para dar la clase de naturaleza sacó los asientos del coche, para que cupieran los niños acurrucados dentro y les llevó al campo para observar hormigas, escarabajos y otros bichitos que ellos no se tomaban el tiempo ni de verlos. Hacía con ellos una pequeña imprenta para que escribieran su propio periódico que se llamaba “El pequeño Ribagorzano”. Y, enseñó a leer y a escribir al más pequeño, Miguel Angel, de una manera nueva que previamente había estudiado Gonzalo, cuando soñaba ser maestro.
Parecía que yo no llevaba bien mi embarazo. Sangraba poco pero todos los días. Para alegrarme la vida, íbamos los sábados al Valle de Arán y desde ahí por el túnel a Francia, Bagneur de Luchon, para comprar y ver cosas que en ese pueblecito tan pequeño no habían. Les llevamos a las niñas algún juguete de construcción, lo que les trajo amiguitos a casa. Porque entre tanto nos habíamos mudado hacia “abajo”, cerca de la escuela, donde se quedó libre la vivienda del maestro. Los alumnos de Gonzalo no tuvieron bastante con las horas de escuela mismas, sino que perseguían a su maestro hasta nuestra casa para jugar con sus tres hijitas y estuvieron presentes, cuando Ani aprendía a andar. Cuando nos íbamos a Francia u otros pueblos, me gustaba el cambio de paisaje, algunos llanos amplios con praderas, donde pasaba el río al ras del suelo y se podía chapotear entre los cantos rodados. En Seira teníamos a las montañas casi pegadas a la nariz, no había una vista lejana.
Nos hablaron de que en Barbastro, una pequeña ciudad entre Seira y Huesca, había un médico ginecólogo, que tenía una clínica. A ese decidimos ir para que vea si mi embarazo seguía bien. Al inspeccionarme nos dijo que había encontrado en la vagina un hueso de un miembro, que el feto estaba muerto. Al echarme a llorar él me tranquilizó diciendo: “Puede estar contenta que su organismo lo haya rechazado, si no hubiera nacido malformado, tal como están naciendo ahora muchos en América y Alemania”. El culpable fue ese medicamento maravilloso que me había recetado el médico alemán de Madrid, antes de emprender el viaje a los Pirineos... “Le podría hacerle ahora un raspado pero prefiero que aborte naturalmente”. Esa fue su equivocación, qué horror pensarlo ahora, ¡porque ya a la vuelta hacia Seira me entraron contracciones como si de un parto se tratara! ¿A donde ir?... En ese instante pasábamos por una aldea y al lado de la carretera una fonda. Gonzalo se bajó y le dijo a la posadera: “Ponga un hule en una cama que mi mujer está abortando.” Me maravillo ahora, al recordarlo, cómo, en el preciso momento, Gonzalo encontraba el adecuado remedio sin dejarse sacar de su tranquilidad habitual. El se había enrolado en esta historia, y él tenía que ser responsable ¡No había huata de celulosa, no había enfermera! ¡El baño lejos en el pasillo! Me levantaba a cada contracción, me agarraba con las dos manos contra la pared para ir al baño, mareada y tambaleando, para no manchar tanto la cama, hasta quedar exhausta. Por la mañana fue Gonzalo en busca de un médico: “Y, la placenta, ¿donde está?” ¡Otra vez la dichosa placenta! pensaba yo “En el váter” ¡ susurré yo. “¿Podemos continuar el camino?” preguntó Gonzalo. “En coche sí, pero nada de caminar para su esposa” ¡Y todavía vivíamos arriba! Otra vez, Gonzalo tuvo que hacer uso de su imaginación: Al llegar arriba, en la plazoleta había unos hombres charlando. “Necesito tres forzudos y una silla para subir a mi mujer a nuestra vivienda sentada en la silla porque no debe de andar” Enseguida había más de tres pero Gonzalo, dando el ejemplo, me sentó y cogió una pata de la silla. Subí en silla de la reina, ¡qué vergüenza una vez más! Después de ese episodio ya nos mudamos hacia abajo, como ya dije antes.
Todo lo que nos estaba pasando en aquel tiempo de su año sabático no nos hubiera ocurrido en Francia, eso lo sabíamos, pero Gonzalo ha tenido la necesidad de hacer una experiencia para quedarse tranquilo con su conciencia. De eso hablábamos de noche cuando teníamos un ratito de tranquilidad los dos juntos. A mi no se me ocurrió en ningún momento de culparle a él de todo lo ocurrido porque fuimos los dos los que lo habíamos elegido. Viéndolo más tarde hasta puedo decir, que las calamidades nos unían aún más.
Entre tanto se pasó el curso, vinieron las vacaciones de los niños de la escuela, aunque todavía se presentaban en nuestra casa para jugar con su maestro o con sus tres hijas. También se pasó el año sabático de Gonzalo y pronto tendría que volver a su jaula dorada. No se pasó el año como él se lo había figurado, porque ya nos lo recuerda el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”. Sólo se puede obedecer al destino, no se puede uno escapar de él.
Nos habíamos gastado todos nuestros ahorros. El sueldo de un maestro en esos tiempos en España nos había alcanzado para pagar a la niñera en Madrid para cuidar a nuestra pequeña Ani y para Araceli que me ayudaba en Seira. Sin ella no hubiera podido ser esa aventura. No había Seguridad Social, había que pagar a los médicos, medicinas, hospitales... No teníamos otro remedio que volver a París. Gonzalo quería volver él solo antes de hacer el traslado con su familia, para buscar de nuevo casa, esta vez en las afueras de París, si fuera posible con un jardincito, ya que la familia había crecido y seguiría creciendo. Ahí, donde vivíamos en Seira, en la casa del Maestro, yo me podía quedar con las niñas hasta el comienzo del curso que viene. Como era verano, el clima agradable, accedí. Al lado de esa vivienda había una gran casa de vacaciones para niños con un gran terreno de juegos con columpios, toboganes etc. Mis niñas veían jugar a los otros niños y ellas no podían entrar. Un día pedí hablar con la directora y le pregunté. Ella accedió de buena gana. Así, después de todos los sustos, vino una temporadita buena. Yo me llevaba algo que hacer conmigo, y, sentada en una sillita, observaba el juego de los niños. Estaba todavía delicada por el aborto pasado y me venía a mí también de perilla. Dejamos irse de nuevo solito a nuestro P a p i t o.
No pasó mucho tiempo cuando lo teníamos otra vez de vuelta. Tenía la cara seria. Dijo que traía una mala noticia. En verdad, para mi no era tan mala porque nos obligaba a quedarnos otro año más en España, pero ésta vez con sueldo. ¿Qué había pasado? Al llegar Gonzalo a la Unesco, era imprescindible hacer un chequeo rutinario médico para poder volver a trabajar ahí. ¿Y qué resultó? que le habían observado una pequeña mancha en el pulmón y que le obligaban a estarse 6 meses en un sanatorio. “¿En Francia?” pregunté yo, Menos mal que Gonzalo tuvo la idea de preguntar en seguida si no importaba que fuera un sanatorio en España. Y lo bueno fue que un tío de Gonzalo era médico, y conocía bien un sanatorio en la sierra de Madrid, no excesivamente lejos, que yo le podría ir a ver todos los fines de semana ¡Tan mala no era la noticia! En Madrid teníamos todavía el piso que los abuelos nos habían regalado por nuestra boda. No hizo falta volver en seguida a Francia. Habría que encontrar a una persona que me ayude y que se quede en casa con las niñas, cuando yo fuera a ver a Gonzalo en Guadarrama.
Otra mudanza más, de nuevo a Madrid pero ¡esta vez sin enfermedad dentro de mí! La mujer que encontramos estaba casada y tenía una hija de 6 años, la que pronto se hizo amiga de nuestras niñas. La mujer, Victoria se llamaba, traía a su jija, Viqui a mi casa y yo me la llevaba, junto con las mías, a la compra. Las dejaba jugando en un parquecito mientras yo entraba en las tiendas. Cuando yo iba a visitar a Gonzalo en el sanatorio, ella se quedaba, también por la tarde, en casa hasta que yo volvía. ¡Le estaba muy agradecida! Así pasaron los seis meses, le contaba a Victoria, que pronto volveríamos a Francia. Primero Gonzalo para buscar casa y luego seguiríamos las niñas conmigo. Dependía todo de si el médico de la Unesco le encontraba curado de la mancha en el pulmón. El médico del sanatorio, desde luego, le había dado el alta.
Victoria un día me viene con la propuesta de que se quería ir con nosotros a Francia con marido e hija. Que Miguel, el marido, se buscaría trabajo como albañil y ella seguía trabajando con nosotros. Viqui iría con nuestras niñas a la escuela. ¡Así de sencillo se lo figuraba todo la buena señora!
Cuando, en la próxima visita se lo conté a Gonzalo, él se quedó pensativo y dijo luego: “¿Por qué no ayudar a una familia a mejorar su vida?” La casa que encuentre tendría que ser bastante grande y el marido trabajaría, hasta que encontrara trabajo, con nosotros como jardinero, solo así sería posible de que entren en Francia por más tiempo.
El médico de la Unesco se quedó maravillado de cómo se había curado Gonzalo en seis meses y le declaró apto para trabajar. Por teléfono me iba contando cómo se desarrollaban las cosas. Encontró en un pueblo cerca de Versalles, Chaville, una casa de tres pisos (en cada piso dos habitaciones), con jardín, que fue la casa que escogimos para las dos familias. Abajo: cocina, comedor, escaleras y salón. En medio: cuarto de baño, habitación, escaleras y otra habitación y arriba: cuarto de aseo, habitación, escaleras y otra habitación. Arriba del todo vivirían los González. En medio las tres niñas en una habitación, y Gonzalo y yo en la otra con baño. Nos mandó planito y todo. Además estaba amueblada. Los González sacaron radiantes sus pasaportes. Pensaban que irían al país de las maravillas. Mas tarde les entró la morriña, como a todos. Como pasaba gente joven española por nuestra casa, ésta estaba siempre animada. Miguel nos construyó una chabolita suplementaria en el jardín que sería el despacho de Gonzalo o dormitorio para jóvenes.
Inscribimos a las tres niñas nuestras en preescolar y guardería respectivamente y a Viqui a primero de primaria. Daba asombro, con qué facilidad aprendían todas la lengua francesa. Yo las acompañaba andando a la escuela. Al principio había sus lagrimitas porque los niños franceses eran crueles y no las aceptaban. A la hora de comer, Viqui comía en el comedor en nuestra mesa, contaban todas sus vivencias del cole, recitaban pequeños versos, cantaban canciones francesas, las que aprendíamos nosotros también.
En invierno del 61 nos nevó, cosa nueva para todos, e hicimos el monigote de nieve fabuloso. En ese invierno nació también nuestro cuarto hijo, un niño, por fin, pelirrojo y, versallesco, Mario, que dormía con nosotros en nuestra habitación. A la comida ya dejé de hablar el alemán con las niñas, porque Viqui se sentiría discriminada al no entender nada. Las principales lenguas iban siendo ahora el español y el francés en la calle y en la escuela, aunque, por las noches, les seguía contando cuentos en alemán a las mías. Esa fue la historia, por la que Mario no aprendió hablar el alemán y Gonzalo no me lo perdonaba de haber dejado de hablar el alemán. Las tres niñas nunca perdieron del todo la lengua alemana, estaba dormida en el subconsciente. Más tarde, cuando mayorcitas fueron ellas mismas las que recuperaron bastante rápido su lengua materna.
También esta casa se nos fue quedando pequeña e incómoda. Necesitamos para cada familia su vivienda. Miguel ya tenía contrato de trabajo como albañil y fácilmente encontraría trabajo en cualquier sitio de Francia; los trabajadores españoles eran muy codiciados. Gonzalo siguió buscando por las afueras de París. En Ris-Orangis, S et O., al sur de París, se construían viviendas nuevas, baratas. Sobre el plano compró dos viviendas en terreno ajardinado, a hora y media con tren a París. Una, pequeña, con dos dormitorios y otra con cuatro. La familia González pagaría poco a poco la suya a Gonzalo. Otra mudanza más. Ya no estaríamos tan aislados sino con más contacto con gente francesa. Los niños salían a jugar a los jardines con amiguitos franceses, iban solas a la escuela. Para ese piso, que ya nos pertenecía, tuvimos que comprar por primera vez muebles. Antes siempre vivíamos en casas alquiladas y amuebladas.
En un pueblo cerca de ahí, Savigny, donde había hospital, nació otro niño, Diego, con el pelo casi blanco. A la hora de querer nacer tuve que pedirle a una vecina de llevarme, porque Gonzalo no llegaba. Resultó que el motor de su Dauphine había prendido fuego por el camino. Esa noche (como iba a ser mi quinto hijo) no me ingresaron en una cama, sino en el paritorio encima de la “tabla de trabajo” como ellos la llamaban. Seguramente no había habitación libre. Ahí pasé toda la noche encima de la tabla dura, con dolores de espalda. Muy de vez en cuando venía una enfermera a verme y yo le pedía irme a una cama. No hay, decía. Desde ahí, separada por cortinas oía los gritos y las lamentaciones de las parturientas. “¿Dónde estaba mi Gonzalo?, me decía. Por fin, por la madrugada, me subieron a una habitación con otras cinco mujeres. Al cabo de una hora les trajeron a las mujeres su desayuno. “Qué bien, algo calentito” dije, pero ellas contestaron que no tenía derecho porque iba a parir pronto. Era así, dentro de poco me entraron las contracciones muy seguidas. Hacía mis respiraciones que había aprendido en “Parto sin dolor” y me aguantaba sin llamar al timbre, porque me daba horror volver a la “tabla”. Llamaron las otras mujeres y vinieron a por mí. De pié en el ascensor me agarraba a la enfermera por el dolor. En la sala de parto una comadrona enérgica me dice: “Suba”, había tres escalones hasta la tabla. Yo apretaba las piernas y gemía: “no puedo”. “Cómo que no puede, ¡todas las mujeres lo hacen!” Subí y nada más en ella dije: “Ya aprieto, ya sale”. “Imposible, si no he preparado nada!” y llamó rápidamente al médico, el que, al verlo le echó una regañina: “Vd. sabe que hay que preparar tal y tal aparato por el RH negativo” Yo me alegré en mis adentros, por la regañina. ¡Esa antipática! me dije. Al conducirme fuera en camilla, esta vez, vi al pasar por el pasillo a mi Gonzalo, menos mal... y me salieron las lágrimas. Toda la noche solita, ya eran las 12 del siguiente día. Me llevaron a una habitación sola, como había pedido Gonzalo. Ahí le conté lo mal que me habían tratado. ¡Tan distinto que en Versalles con Mario!
Diego era blanco de piel y muy rubio Un médico, al llevarlo para que le recetase gafas, nos preguntó si era albino.
Gonzalo cogía todas las mañanas el tren que le llevaba a París y volvía por la noche. Ya no protestaba por la “jaula dorada”, ha tenido que aclimatarse a la fuerza. Al tener ya 5 hijos y hacer todos los años nuestras principales vacaciones en España para ver a la familia, hacía falta vivir holgadamente. Teníamos tiendas de campaña para las pequeñas vacaciones en Francia. Gozaban los niños, vivir en ellas al ir al norte de Francia, la Bretagne, al lado del mar, de Camping en Camping. Hasta con pequeños de meses íbamos de Camping. Y al sur de Francia, al país vasco francés, ¡cómo disfrutaban y disfrutaba Gonzalo! Hasta que compramos una “caravana” con seis sitios para dormir para no tener que poner en cada sitio todas las tiendas antes de que se hiciera oscuro y, a veces, al llegar al sitio escogido, lo primerísimo para mi y el bebé, era hacer su papillita porque ya la estaban reclamando a llantos. En medio del barrullo yo me apartaba con mi bebé y dejaba trabajar al padre con los hijos ya mayorcitos. La caravana fue una revolución, hasta fuimos con ella a España, a la Costa Brava, al País Vasco en donde también nos encontrábamos con la abuela, los abuelos.
Hablaban todos muy bien el español pero con la “erre” francesa, gutural. Me acuerdo que en los desayunos familiares de fines de semana, Gonzalo ponía en la pared una poesía propiamente inventada con muchas “erres”, como por ejemplo: “Rueda la erre de mi tierra como carro sobre ruedas como río desbordado, erre alegre, erre triste... más ya no me acuerdo, pero que finalmente se lo aprendieron todos. A Diego y Mario, antes de entrar en primaria, ya sabían escribir en español ¡Gonzalo no quería que Miguel Angel, de la escuela en los Pirineos, fuese el único al que le enseñó escribir!
Gonzalo no se olvidó nunca, que los fines de semana eran para la familia y no para sus “hobbys” como Calzadas Romanas, “Miliarios Extravagantes” que se quedaban en su oficina de París. Vivíamos al sur de París, no muy lejos de “Fontainebleau” que estaba metida en un frondoso bosque al que íbamos todos sábados o domingos a pasar el día. Antes yo preparaba una comida para comer entre rocas y árboles. Lo malo eran las vueltas a casa, en la caravana de coches que volvían a París. Nosotros, menos mal, salíamos de los embotellamientos mucho antes, ya que nuestro pueblo estaba en las afueras de París. ¡Adiós Parisinos!...
Ahora, teniendo los hijos mayorcitos, fui yo la que reclamaba mis derechos: “¡Vivimos en París y no me doy cuenta!”, decía. Había para ello un remedio también:
Los sábados de noche era nuestro día de salida. Pedimos a Victoria, la que vivía muy cerca con su marido y Viqui, que viniese esa tarde con su familia a cenar con nuestros niños y quedarse hasta que se habían acostado. Mientras tanto nosotros íbamos a conocer París y a cenar tranquilamente los dos solitos. ¡Me encantaba! Veía ya entonces por las calles gente de todos los países del mundo. Me asombraba ver a los negros pasearse como si fuera su país.
Habían nacido los últimos hijos a parte de las tres niñas, Mario en el 61, Diego en el 63, ahora ya estábamos en el 65 y nuestro sexto hijo pidió venir al mundo. El método “ogino”, el único que estaba permitido por la Iglesia, no nos funcionaba. ¡Adelante, entonces! No quería yo volver a Savigny, donde había nacido Diego y que no me trataron muy bien... Por qué no probamos en Fontainebleau, también un sitio de reyes como Veralles. La clínica se encontraba justo al lado del gran bosque. La mañana del 11 de Julio fuimos Gonzalo y yo muy tempranito hacia allá, como si fuera de excursión y nos paseamos dentro del bosque, hasta comimos ahí y otra vez andar. ¡No quería yo que me hagan esperar tanto! Hasta que ya al anochecer, me tuvo que dejar ahí solita a pasar la noche. Dijo que al día siguiente volvería. Nada más llegar él, me conducían al paritorio. Al preguntar Gonzalo si podría estar presente, se lo concedieron, ¡qué bien! Me ayudó mucho. Hasta me pusieron un espejo por delante, para poder seguir yo con mis propios ojos el nacimiento. ¡Qué médico mas comprensivo! Marta, nuestra hijita, tenía el cordón umbilical cuatro veces enrollado al cuello. Oí como el médico llamaba a Gonzalo para enseñárselo. La pobrecita, ¡estaba toda moradita! Desde esa clínica he podido salir antes de la semana como en los otros alumbramientos, porque lo pedía yo insistentemente. No quería dejar a los demás hijos solos, aunque su padre volvía cada noche con ellos. Al despedirnos del médico, él nos dijo enérgicamente: “No les quiero volver a ver por aquí” Y, así fue. Marta era la última. Yo ya tenía 41 años.
Me daba cuenta que Gonzalo tenía algo entre manos: volvía tarde casi todas las noches y un día, al preguntarle, me dijo, que estaba escribiendo un libro y que pronto me lo enseñaría. Desde el día en el que me lo enseñó, ya será otro capítulo de mis recuerdos...
Hilde Dietrich
Recuerdos de Gonzalo, “La Jaula Dorada”.
Paris, la Unesco, Todo era nuevo para mi, hasta la lengua francesa. Adiós a mi madre, adiós a mi hermana, adiós al país que fue, cuando salí de Alemania en plena guerra, mi país adoptivo, mi país, al que yo había cogido cariño, donde murió mi padre. De nuevo el desarraigo, como había dicho, a una vida nueva:
Pero, éramos dos, no estaría sola.
Encontramos un pisito, en la calle Michel Bizot, un tercer piso, amueblado, cuyas ventanas estaban orientadas hacia el sol, a un campo sin casas, aunque pasaba por allí un pequeño ferrocarril, no muy a menudo.
Gonzalo se lanzó con mucho ahínco a su primer trabajo en el extranjero. No venía a casa para comer. Así tenía un tiempo libre después de las comidas, para hacer su “hobby”, la historia. El “historímetro” y pronto serían las “Calzadas Romanas”.Volvía tarde. Ya había llegado ahí en espera del primer hijo. Por las mañanas, al salir a la compra, me apuntaba antes, el nombre de las cosas que iba a comprar. Si no, señalaba una cosa y decía: “Sa”. Preparaba la cena para cuando volvería Gonzalo.
Pasamos en París nuestras primeras Navidades. Compramos un arbolito chiquitín que adorné yo. Me daba cuenta que a Gonzalo le daba igual, poner árbol o no. Me entristecía un poco. En Francia se comen por Navidad las famosas Ostras. Quisimos probar hacer igual y tuve un cólico tremendo.
Después de Navidad ya empezamos a hablar del nacimiento del primer hijo. Gonzalo quería que yo supiera entender al médico. Por eso buscó desde los conocidos de la Unesco a un médico latinoamericano que tenía una pequeña clínica en el barrio de Neuilly. El 26 de enero ya nos fuimos para ahí. Dos días me tiré con contracciones; por lo menos podía hablar con la enfermera en español. Gonzalo iba y se marchaba. Finalmente decidió el médico trasladarme a otra clínica, donde tenían aparatos por si hubiera que hacer una cesárea. Me llevó vestida en bata, en su propio coche. Yo oí como Gonzalo le preguntaba si debería llamar a un cura. Pensaba que me iba a morir. A mi ya me daba todo igual. En la otra clínica todo fue rápido. Nació nuestra primea hija Irene. ¡Qué bien que ya no estaba todo el día sola! Irene me acompañaba a la compra, la subía en brazos hasta el tercer piso. La ponía en su cunita cerca de la ventana abierta a tomar el sol desnudita y se me criaba de maravilla.
Se acercó el verano y ya esperaba a nuestra segunda hijita.
Gonzalo se compró su primer coche, una “Dauphine”, con ese coche iríamos a España a Zarauz, donde veraneaban los abuelitos, para que conozcan a su primera nieta. Por el camino se anunciaban mucho los “fruits de mer”, vamos a probarlos. Qué pena, otra vez un cólico por el camino. Fueron también mi madre y mi hermana a Zarauz. Así toda la familia estuvo entera, qué ilusión ¡Me volvía a encontrar en MI país!
Al volver a París ya se hacía notar nuestra segunda hija. Como me sentía mal, Gonzalo me preguntaba: “¿Te arrepientes?” “No, decía yo, ¡en ningún momento!”
Sonia nació en una clínica más cercana a nuestro piso. Ya sabía yo defenderme un poco en francés. Fuimos a la clínica de madrugada del 8 de abril 1958 y Gonzalo se fue a recoger a mi madre a la estación con la pequeña Irene. Esta segunda hijita tenía más prisa por venir a este mundo. Cuando Gonzalo y la suegra asomaron las caras por la puerta, ya vieron la cunita con la pelirrojita Sonia.
Sonia tenía algo delicado su estómago. Cuando le daba de mamar de repente se apartaba del pecho y echaba bien lejos como de una fuente un chorro de leche. En seguida dijeron las enfermeras: “No soporta su leche, hay que darle el biberón.” Eso no quería yo, ¡yo quería amamantar a todos mis hijos! Salimos antes de la clínica y llamamos a nuestro médico, antes de que Sonia se acostumbrara al biberón. Dijo que de ninguna manera mi leche no valía, lo que pasaba era que tenía la pequeña un estómago pequeño y en cuanto se llenaba lo expulsaba. Habría que darle muy a menudo que mamar y solamente durante 5 minutos, hasta que se hiciera su estomaguito más grande. Así es que mi pequeña Sonia tendría que dormir a mi lado por la noche para darle el pecho cada dos horas., hasta que poco a poco se fue ensanchando su estomaguito y la pudimos llevar a la habitación de su hermana Irene.
Irene, que sólo tenía 14 meses cuando nació Sonia, tuvo que espabilarse para bajar las escaleras los tres pisos, mientras yo llevaba a Sonia en brazos. Al subir lo mismo. Como ya sabía andar a los 10 meses, eso le gustaba. Encima del cochecito de niños, que nos esperaba abajo, tenía Irene un asiento especial para cuando las llevaba de paseo, o haciendo compras.
Cuando llegaba su padre, ellas ya dormían y por la mañanita todavía dormían. Gonzalo cogía el metro para ir al trabajo.
En el pisito había un salón-comedor pequeño y en un rincón se arregló Gonzalo su mesita de trabajo para las noches y fines de semana. Cuando hacía bueno me costaba unas lagrimitas para convencer a mi querido marido de que los fines de semana eran para la familia y no para un trabajo suplementario pero... por fin lo aceptó. Vivíamos cerca de un parque-bosque, “La forét de Vincenne”, preciosa, con un lago, patitos, césped. Hasta comíamos ahí. Los lunes ya soñaba yo pensando en el próximo domingo.
Pero, estaba ahí la misa que nos llamaba cada domingo. Antes no podíamos salir con las niñas de paseo. Y..., según Gonzalo, teníamos que ir juntos, él y yo. Yo metía antes a nuestras dos niñitas en un gran parque cuadrado de madera, ponía cojines por si se dormían y juguetitos, hasta alguna miguita de pan por fuera de los barrotes, por si les entraba hambre. Pero mi corazón no estaba tranquilo. Mis conocimientos del francés todavía no eran grandes para entender la homilía. Entonces mis pensamientos se iban a nuestra casa, a la habitación con las dos niñitas, a los juguetes que les había metido, ¿No habría alguno pequeñito entre ellos que se les quedaría atragantado? La misa era para mi un suplicio. A la salida le decía a Gonzalo: “Sabes, si Dios es tan bueno, como dices, le gustaría mucho más que yo me quedara con mis dos bebés en casa, mientras tú irías a misa.” El no contestaba y el siguiente domingo pasaba lo mismo. Sólo años después lo comprendió, junto con otros aspectos de la religión que yo me atrevía cuestionar. Hasta decía que yo le iba catequizando a él. ¡¡¡Menos mal que no era violento y no había riñas
por esos motivos!!!
Ya no se quedaba tanto tiempo por las noches en la “Unesco”, como se había preparado un rinconcito como su estudio en el salón para trabajar en sus “hobbys” y a mi me gustaba más tenerlo cerca. A veces contaba cómo sus compañeros de trabajo ya llevaban trabajando años y años para conseguir una casita de verano al lado de la playa y luego otra en la montaña para que sus hijos pudiesen esquiar en invierno y que... nada de tener muchos hijos, ¡¡eso les ataría demasiado!!... Que la “Unesco” para él era una jaula, ¡una “Jaula Dorada”! ¿Ya no estás contento? le pregunté. “Tengo miedo de aburguesarme”, me dijo. “Yo no puedo seguir viviendo, seguir trabajando así, ¡eso es inhumano!” “Si, gano mucho dinero, pero, ¿mi trabajo para qué sirve?” “¿quién lee mis documentos traducidos al español, a quién le interesan?”... Yo no sabía qué contestarle, cómo tranquilizarle... Pobre Gonzalo, pobres de nosotros, ¡con la ilusión con que habíamos venido! Muchas noches no podíamos dormir. ¿Qué hacer? Una tarde volvió más contento: “¿Sabes, lo que voy hacer? Voy a pedir unas vacaciones por un año” “¿Tan largas?” pregunté. “Si, pero sin sueldo. Y, en ese tiempo convalidaré mis estudios de derecho para los de un maestro. Quisiera ser maestro, ¡eso es mucho más urgente que trabajar en la “Jaula Dorada”! En cuanto me den las vacaciones por un año volveremos a España y yo seré maestro en un pueblecito en los Pirineos, ¿te parece?”
“¡Qué bonito!, dije yo, ¡volver a España!” “A un Pueblo, ¡no a una ciudad tan grande!
Mientras esperábamos a que le den las vacaciones pedidas se anunciaba nuestro tercer hijo. “Qué importa,”, dije yo, “¡así nacerá en España!” Era ya el mes de junio y a últimos de este mes tendría que nacer nuestro tercer hijo. Ahora nos pertenecían las vacaciones anuales, las del año sabático ya las pediré a continuación, dijo Gonzalo. Todo lo tenía bien pensado a su manera. Me dejó con las dos pequeñas y mi vientre abultado en el avión hacia Madrid, donde me recogerían los abuelos y él se fue en coche con nuestro equipaje más necesario y las dos cunas. Llegué a casa de mi madre a esperar a Gonzalo. Sentía que ella no estaba muy encantada pero en cambio a mi hermana pequeña le encantó y me servía de niñera... Gonzalo debería haber puesto alas al coche porque no tardó nada en llegar. Yo me decía: “Mi Gonzalo me asusta con sus decisiones pero luego pone tanto ahínco de su parte que todo al fin sale bien”. Ya tenía planes para seguir: “Lo mejor es buscar una casita de veraneo en la Sierra, así estaremos cerca de los abuelos. Su hermana Pili tuvo la idea de buscar primero en Hoyo de Manzanares, para estar más próximo a Madrid y se brindó para ayudarle en la búsqueda. A mi me hubiera gustado ir con ellos para decidir pero me daba cuenta, que no podía darle a nadie el cuidado de mis hijitas Irene de dos añitos y mi Sonia de uno, así es que me quedé con mi madre confiando, como siempre, en mi Gonzalo. E hice bien. Volvieron encantados: Una casita cerca a las rocas con jardín rústico. La casa tenía cuatro dormitorios, un salón, baño y cocina, toda amueblada. “Para algo sirve la Jaula Dorada” dijo radiante. Se le notaba que quería lo mejor para su familia. Nos mudamos rápido. La pequeña Irene nada más llegar ya corría por el jardín que en realidad era un trozo de naturaleza con rocas y todo. Y a Sonia, que estaba muerta de sueño, le colgó Gonzalo una hamaca entre dos árboles y ahí se durmió. Se presentó la Señora Paca, la dueña, para ofrecerse en buscar a una chica del pueblo como mi ayuda. Por la noche, en mi cama, yo comparaba el pisito de París con este trozo de naturaleza lleno de sol y luz y me salían las lágrimas Gonzalo me preguntó: “¿Por qué lloras?” Yo le contesto: “De emoción, mi vida”. Lo único que me preocupa es el nacimiento de nuestro tercer hijo: sin hospital, sin médico, solo con la comadrona del pueblo. “Tu sabes que tenemos el factor RH encontrado, que hay un riesgo en el momento del nacimiento”. Eso nunca lo quiso comprender, que en Francia le daban tanta importancia a ese factor RH dichoso ¡Cómo se notaba que no tenía idea de medicina! “Si en todo el mundo nacen niños hasta en el campo, ¿por qué no vas a ser tú la que para de manera natural?” Ya no dije nada pero la preocupación seguía. Pasaron los días, la pequeña Sonia aprendió a andar ella sola en presencia del abuelito y Gonzalo estaba inquieto. Para él se terminaban las vacaciones de verano, él tendría que estar en la Unesco el primero de Julio. Me tuvo que dejar sola con las dos abuelas en casa. Vino la comadrona y dijo que estaba a punto. Volvió dos días más y ya se quedó. Se hizo la noche y me acosté. Ella miró la habitación y vio que solo tenía una bombilla de baja luz en el techo. Dijo: “Me voy un momento por una linterna, que esto es insuficiente.” Volvió y ya estábamos en plena faena las dos abuelas y yo. De lo demás ya no me acuerdo mucho, solo sé que decía: “no sale la placenta, tengo que llamar al médico”. Menos mal que había teléfono en casa ¡Era otra niña! Una muy gordita, que gritaba a todo pulmón. Me cambié de cama y vino el médico del pueblo. Era un hombre muy resoluto. “La placenta tiene que salir”, dijo, tengo que hacerle un masaje de vientre”. Casi se monta encima de mí apretujando mi vientre dolorido y yo gritando: “No, ya no más, por favor, ya nooo”. Al nacer Ana, así la íbamos a llamar, no grité para nada y ahora, ¡qué daño me hacía! ¡¡Por fin!! me quedé exhausta. “Abríguenla y déjenla descansar” y se fue. El abuelo se fue al pueblo al día siguiente y puso un telegrama para París: “Anita nació a las 10 de la noche el día 3 de julio.” Yo hubiera elegido un nombre más original, Anas había tantas... Pero Gonzalo insistía que sus hijos tuvieran nombres que se pudiesen pronunciar en todas lenguas para no tener que deletrear. El día siguiente, el día 4, sonó el teléfono tempranito. Como nadie acudía a él salté de la cama y me puse yo. Era Gonzalo. Se extrañó mucho que yo cogiera el teléfono y dijo: “Lo ves, ¡como todo ha ido bien!” “Sí, pero la placenta, en pleno campo no hubiera salido y yo me hubiera muerto”, dije.
Ana era muy hambrona, quería mamar dos o tres veces por la noche. Si no la cogía enseguida entraba una de las abuelas a recordarme que lloraba la niña. Pesaba cuatro kilos, cuando la llevaron a la farmacia a pesar. En seguida hice vida normal. Tenía que hacer las paces entre las dos abuelas, que no se ponían de acuerdo, lo que debería de comer yo para ponerme fuerte. Un día el abuelo trajo un cochecito de niños con ruedas grandes y tejadito por si llovía. Me vino estupendamente porque me daba cuenta que a Ana le gustaba estar debajo de un árbol. Entonces ya no lloraba. Las ramas que se movían le intrigaban... Como era verano, ahí se quedaba todo el día. Una vez empezó a llover a cántaros. Le puse el techo bien alto y el cubrecoches y la dejé de prueba. Le encantaba oír la lluvia caer encima de su techo ¡Se notaba que iba a ser una niña amante de la naturaleza!
Mientras tanto a Gonzalo le urgía tener ya su año sabático y volver con nosotros. ¡Por fin se lo concedieron! Se fue a Madrid para hacer la convalidación de su carrera para ser maestro. Tuvo que hacer un examen. Ese consistía en dar una clase de geografía delante de niños y del director. Gonzalo contó que se puso delante del encerado a dibujar los límites de la topografía de Italia, preguntando a los niños: “¿Quién sabe lo que estoy dibujando?” “¡¡Una bota!!”, gritaron todos. “Pues así sabéis, que Italia se parece a una bota, ¿de acuerdo?” Con poco que les preguntó mas, dijo el director: “Ya está bien, queda usted aprobado”.
La casita de Hoyo de Manzanares la teníamos que dejar pero se quedó libre el piso de Madrid que nos había regalado el padre de Gonzalo a nuestra boda y el que tuvimos alquilado a amigos. Ya no tuvimos que meternos en la casa de mi madre.
En el Ministerio de Educación le dijeron a Gonzalo que en Jaca había una plaza de maestro. Me quedé con mis tres niñas en Madrid, mientras él se fue en coche a Jaca para investigar su puesto antes de llevarnos a todas. Me llamó desde ahí diciendo que era una tomadura de pelo: “¡Un solo alumno!” Había otro puesto en Seira, Provincia de Huesca, con 15 alumnos, en los Pirineos Aragoneses. Eso ya era mejor y se fue a investigar: El pueblecito estaba dividido en dos: abajo, al lado del río, donde se encontraba la escuela y arriba, en la montaña, donde había una vivienda de maestro vacía y en la cual podríamos vivir. Gonzalo, como tenía coche, podría hacer el viaje todos los días. Que era un sitio idílico, que nos iba a gustar. Como no había maestro por ahora, el cura del pueblo daba las clases... Con tantos preparativos ya habían pasado las Navidades. Yo, mientras tanto, esperaba otro hijo. Me sentía mareada. Fuimos al médico alemán de Madrid. Ese me dijo, que había salido un medicamento muy bueno que ya se usaba en América y Alemania, contra los mareos. Que así podría yo hacer el viaje sin tantas molestias. Era el año 60. Emprendimos el viaje solo con las dos mayorcitas, Irene, con tres años, y Sonia con dos, sus dos cunitas desarmadas más el equipaje, todo metido en el Dauphine. A la pequeña Ana, con 6 meses, la dejamos, junto con una niñera, en casa de los padres de Gonzalo, que estaban encantados. Más tarde las iría a recoger Gonzalo, una vez instalados. Cuando nos fuimos a despedir a casa de mi madre y ella vio el coche tan cargado, se echó a llorar.
Hicimos noche por el camino. A mi me picaba todo el cuerpo, no pude ni dormir. Era la reacción del medicamento. El día siguiente llegamos a Seira. Subimos en coche al barrio de arriba. Tuvimos que dejar el coche en una plazoleta y seguir andando hasta la vivienda. Todo el equipaje lo llevaban vecinos del pueblo como si estuvieran contratados para ello. En poco tiempo estaban las camitas de las niñas armadas. Había una cama de matrimonio, mesa y sillas en el saloncito. Más no necesitábamos. En seguida estaba apalabrada una chica del pueblo, encantada de venir todos los días. Me asome al balconcito; el sitio era precioso ¡Había hasta nieve un poco mas arriba!
Gonzalo volvía encantado de sus clases con los niños. Por fin parecía que todo su trabajo para conseguirlo había valido la pena, pero... el destino todavía no nos quiso dejar tranquilos. Una mañana, Gonzalo ya estaba en la escuela, yo sentí como se me enrollaba la lengua hacia atrás, casi la podía tragar. Me puse muy nerviosa, no estaba Araceli, la chica. Se había llevado la ropa sucia al riachuelo a lavarla. Así lo hacían todas las mujeres en el pueblo. Irene y Sonia estaban jugando tranquilitas. Les dije que en seguida volvería y salí corriendo hacia el riachuelo. Ahí estaba Araceli hincada delante de una piedra y otras mujeres más. No pude pronunciar palabra solo salían unos gorgoteos de mi garganta. Señalé hacia abajo y procuré pronunciar algo que se parecía a Gonzalo. Ella echó a correr campo a través hacia la escuela. Yo me fui a casa y me tumbé en la cama para tranquilizarme. Las niñas querían saber lo que me pasaba y no les pude contestar. Pronto oía el motor del coche por la carretera y luego apagarse. Gonzalo irrumpió en la habitación. Mientras tanto mis ojos se volvían hacia atrás o arriba. Debo haber parecido a una idiota. Gonzalo preguntó a Araceli si había un médico allí. En el pueblo más allá dijo ella. Gonzalo cogió el prospecto de la medicina, me puso un pañuelo al rededor de la cara y me cogió del brazo por las callejuelas hacia el coche. Todas las mujeres salían a sus puertas al vernos pasar. A mi me daba mucha vergüenza.
Llegamos a la casa del médico y Gonzalo le enseña el prospecto. “Una contracción muscular” dijo él. “Quizás debido a la Talidomida”. “Le voy a dar unas inyecciones para quitar la contracción por algún tiempo, ustedes tienen que repetirla pero no más de tres al día y tienen que irse rápidamente a Huesca al Hospital, para desintoxicarla” Ni me acuerdo si Gonzalo le preguntó lo que le debía. Sólo sé que volvimos a casa para coger un camisón, decirle a Araceli que se quedara con las niñas hasta que volviéramos y, rápidamente hacia Huesca. Mientras tanto la inyección que me había puesto el médico hizo reacción y sentí como la lengua y los ojos volvían a su lugar. “Qué bien”, dije. “Sí, pero no te hagas ilusiones, ¡el médico dijo que sería por corto tiempo!” Y, así fue. Eran ya las tres de la tarde y no habíamos comido, cuando sentía otra vez enrollárseme la lengua. “Vamos a comer algo” dijo Gonzalo. No, balbuceaba yo, así no.” y señalaba a mi boca. Gonzalo me tranquilizó explicándome que pediríamos una habitación por una hora y haríamos venir a un practicante para que me pusiera otra inyección, habíamos llegado a un pueblo grandecito. Le trajeron a Gonzalo un plato de comida (yo no podía ni tragar), prometieron avisar a un practicante y yo me relajé un poco. Gonzalo me miraba con mucha compasión. Ahora, al contarlo, todavía me salen las lágrimas... Llegó un practicante, me puso la inyección y seguimos el camino por muchas curvas, de prisa. Ni me daba tiempo para tener miedo. En un momento, al verme Gonzalo sin contracción, paró el coche y dijo: “Ven”, llevándome hacia el acantilado. “Tienes que ver esto, tan precioso, abajo, ¡muy abajo el río!” El quería que yo al menos, tuviera algún buen recuerdo de ese viaje. Yo no pude darle importancia en esos momentos, ¡qué lástima! Ahora me gustaría, volver a ver todo con normalidad...
Llegamos a Huesca ya muy tarde y encontramos el Hospital. Yo estaba de nuevo con mi cara de idiota. Sentía mucha vergüenza al esperar al médico. Era una mujer. Me miró y de pronto dice, dirigiéndose a Gonzalo: “¿Su mujer siempre tiene esta cara?” Contestó Gonzalo: “Por eso estamos aquí”, dijo, enseñándole el prospecto y las inyecciones. Los leyó todo detenidamente y dijo: “Hay que desintoxicarla con gota a gota, ¡tiene que quedarse ingresada!” Pobre Gonzalo, ¡la cara que puso! “Yo volveré a Seira con las niñas, ahora mismo”. “¿Todo ese viaje otra vez?” pregunté yo. “Claro” dijo él. Me dio un beso muy fuerte y se fue. Al cerrarse la puerta detrás de él me eché a llorar desconsoladamente.
Al día siguiente ya pude desayunar algo. Sólo podía dormir y pensar, pensar en mis tres niñas, una todavía en Madrid con los abuelos. En cuanto volvamos a Seira, lo primero que hay que hacer, es ir a por ella ¡Pobre Gonzalo, todavía le tocará hacer otro viaje a Madrid, con lo largo que se me había hecho! Mientras soñaba se abrió la puerta y... entran Gonzalo y mi pequeña Irene, ¡qué alegría me dio verla! Gonzalo me dijo que se habían portado muy bien con Araceli pero que Irene solo hacía preguntar por mí. Por eso la trajo Gonzalo consigo. Me preguntaba una y otra vez si ya estaba buena... Vino la Doctora y dijo que todavía tendría que quedarme otra noche más. Que no me podían quitar aún el gota a gota que tanto le extrañaba a Irene, y que no tomara de ninguna manera más la medicina aquella maldita.
Al recogerme Gonzalo el día siguiente, ya era capaz de admirar el paisaje, era como una excursión para mi. Gonzalo estaba feliz verme optimista ¡pero todavía quedaba un mal trago que pasar!
Primero recogeré a nuestra hijita Ana, que, con tanta desdicha que pasaba, la teníamos abandonada. Menos mal que los abuelos escribían que Anita se portaba de maravilla y que era una alegría para ellos. Vino con su niñera particular, Elvira, que no duró mucho tiempo. Echaba de menos los coches, a la gente, las amigas... La tuvimos que meter en un autobús hasta Huesca y darle dinero para, desde ahí podría volver a Madrid.
Mientras tanto había venido la primavera, por fin Gonzalo podía disfrutar con sus alumnos. Para dar la clase de naturaleza sacó los asientos del coche, para que cupieran los niños acurrucados dentro y les llevó al campo para observar hormigas, escarabajos y otros bichitos que ellos no se tomaban el tiempo ni de verlos. Hacía con ellos una pequeña imprenta para que escribieran su propio periódico que se llamaba “El pequeño Ribagorzano”. Y, enseñó a leer y a escribir al más pequeño, Miguel Angel, de una manera nueva que previamente había estudiado Gonzalo, cuando soñaba ser maestro.
Parecía que yo no llevaba bien mi embarazo. Sangraba poco pero todos los días. Para alegrarme la vida, íbamos los sábados al Valle de Arán y desde ahí por el túnel a Francia, Bagneur de Luchon, para comprar y ver cosas que en ese pueblecito tan pequeño no habían. Les llevamos a las niñas algún juguete de construcción, lo que les trajo amiguitos a casa. Porque entre tanto nos habíamos mudado hacia “abajo”, cerca de la escuela, donde se quedó libre la vivienda del maestro. Los alumnos de Gonzalo no tuvieron bastante con las horas de escuela mismas, sino que perseguían a su maestro hasta nuestra casa para jugar con sus tres hijitas y estuvieron presentes, cuando Ani aprendía a andar. Cuando nos íbamos a Francia u otros pueblos, me gustaba el cambio de paisaje, algunos llanos amplios con praderas, donde pasaba el río al ras del suelo y se podía chapotear entre los cantos rodados. En Seira teníamos a las montañas casi pegadas a la nariz, no había una vista lejana.
Nos hablaron de que en Barbastro, una pequeña ciudad entre Seira y Huesca, había un médico ginecólogo, que tenía una clínica. A ese decidimos ir para que vea si mi embarazo seguía bien. Al inspeccionarme nos dijo que había encontrado en la vagina un hueso de un miembro, que el feto estaba muerto. Al echarme a llorar él me tranquilizó diciendo: “Puede estar contenta que su organismo lo haya rechazado, si no hubiera nacido malformado, tal como están naciendo ahora muchos en América y Alemania”. El culpable fue ese medicamento maravilloso que me había recetado el médico alemán de Madrid, antes de emprender el viaje a los Pirineos... “Le podría hacerle ahora un raspado pero prefiero que aborte naturalmente”. Esa fue su equivocación, qué horror pensarlo ahora, ¡porque ya a la vuelta hacia Seira me entraron contracciones como si de un parto se tratara! ¿A donde ir?... En ese instante pasábamos por una aldea y al lado de la carretera una fonda. Gonzalo se bajó y le dijo a la posadera: “Ponga un hule en una cama que mi mujer está abortando.” Me maravillo ahora, al recordarlo, cómo, en el preciso momento, Gonzalo encontraba el adecuado remedio sin dejarse sacar de su tranquilidad habitual. El se había enrolado en esta historia, y él tenía que ser responsable ¡No había huata de celulosa, no había enfermera! ¡El baño lejos en el pasillo! Me levantaba a cada contracción, me agarraba con las dos manos contra la pared para ir al baño, mareada y tambaleando, para no manchar tanto la cama, hasta quedar exhausta. Por la mañana fue Gonzalo en busca de un médico: “Y, la placenta, ¿donde está?” ¡Otra vez la dichosa placenta! pensaba yo “En el váter” ¡ susurré yo. “¿Podemos continuar el camino?” preguntó Gonzalo. “En coche sí, pero nada de caminar para su esposa” ¡Y todavía vivíamos arriba! Otra vez, Gonzalo tuvo que hacer uso de su imaginación: Al llegar arriba, en la plazoleta había unos hombres charlando. “Necesito tres forzudos y una silla para subir a mi mujer a nuestra vivienda sentada en la silla porque no debe de andar” Enseguida había más de tres pero Gonzalo, dando el ejemplo, me sentó y cogió una pata de la silla. Subí en silla de la reina, ¡qué vergüenza una vez más! Después de ese episodio ya nos mudamos hacia abajo, como ya dije antes.
Todo lo que nos estaba pasando en aquel tiempo de su año sabático no nos hubiera ocurrido en Francia, eso lo sabíamos, pero Gonzalo ha tenido la necesidad de hacer una experiencia para quedarse tranquilo con su conciencia. De eso hablábamos de noche cuando teníamos un ratito de tranquilidad los dos juntos. A mi no se me ocurrió en ningún momento de culparle a él de todo lo ocurrido porque fuimos los dos los que lo habíamos elegido. Viéndolo más tarde hasta puedo decir, que las calamidades nos unían aún más.
Entre tanto se pasó el curso, vinieron las vacaciones de los niños de la escuela, aunque todavía se presentaban en nuestra casa para jugar con su maestro o con sus tres hijas. También se pasó el año sabático de Gonzalo y pronto tendría que volver a su jaula dorada. No se pasó el año como él se lo había figurado, porque ya nos lo recuerda el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”. Sólo se puede obedecer al destino, no se puede uno escapar de él.
Nos habíamos gastado todos nuestros ahorros. El sueldo de un maestro en esos tiempos en España nos había alcanzado para pagar a la niñera en Madrid para cuidar a nuestra pequeña Ani y para Araceli que me ayudaba en Seira. Sin ella no hubiera podido ser esa aventura. No había Seguridad Social, había que pagar a los médicos, medicinas, hospitales... No teníamos otro remedio que volver a París. Gonzalo quería volver él solo antes de hacer el traslado con su familia, para buscar de nuevo casa, esta vez en las afueras de París, si fuera posible con un jardincito, ya que la familia había crecido y seguiría creciendo. Ahí, donde vivíamos en Seira, en la casa del Maestro, yo me podía quedar con las niñas hasta el comienzo del curso que viene. Como era verano, el clima agradable, accedí. Al lado de esa vivienda había una gran casa de vacaciones para niños con un gran terreno de juegos con columpios, toboganes etc. Mis niñas veían jugar a los otros niños y ellas no podían entrar. Un día pedí hablar con la directora y le pregunté. Ella accedió de buena gana. Así, después de todos los sustos, vino una temporadita buena. Yo me llevaba algo que hacer conmigo, y, sentada en una sillita, observaba el juego de los niños. Estaba todavía delicada por el aborto pasado y me venía a mí también de perilla. Dejamos irse de nuevo solito a nuestro P a p i t o.
No pasó mucho tiempo cuando lo teníamos otra vez de vuelta. Tenía la cara seria. Dijo que traía una mala noticia. En verdad, para mi no era tan mala porque nos obligaba a quedarnos otro año más en España, pero ésta vez con sueldo. ¿Qué había pasado? Al llegar Gonzalo a la Unesco, era imprescindible hacer un chequeo rutinario médico para poder volver a trabajar ahí. ¿Y qué resultó? que le habían observado una pequeña mancha en el pulmón y que le obligaban a estarse 6 meses en un sanatorio. “¿En Francia?” pregunté yo, Menos mal que Gonzalo tuvo la idea de preguntar en seguida si no importaba que fuera un sanatorio en España. Y lo bueno fue que un tío de Gonzalo era médico, y conocía bien un sanatorio en la sierra de Madrid, no excesivamente lejos, que yo le podría ir a ver todos los fines de semana ¡Tan mala no era la noticia! En Madrid teníamos todavía el piso que los abuelos nos habían regalado por nuestra boda. No hizo falta volver en seguida a Francia. Habría que encontrar a una persona que me ayude y que se quede en casa con las niñas, cuando yo fuera a ver a Gonzalo en Guadarrama.
Otra mudanza más, de nuevo a Madrid pero ¡esta vez sin enfermedad dentro de mí! La mujer que encontramos estaba casada y tenía una hija de 6 años, la que pronto se hizo amiga de nuestras niñas. La mujer, Victoria se llamaba, traía a su jija, Viqui a mi casa y yo me la llevaba, junto con las mías, a la compra. Las dejaba jugando en un parquecito mientras yo entraba en las tiendas. Cuando yo iba a visitar a Gonzalo en el sanatorio, ella se quedaba, también por la tarde, en casa hasta que yo volvía. ¡Le estaba muy agradecida! Así pasaron los seis meses, le contaba a Victoria, que pronto volveríamos a Francia. Primero Gonzalo para buscar casa y luego seguiríamos las niñas conmigo. Dependía todo de si el médico de la Unesco le encontraba curado de la mancha en el pulmón. El médico del sanatorio, desde luego, le había dado el alta.
Victoria un día me viene con la propuesta de que se quería ir con nosotros a Francia con marido e hija. Que Miguel, el marido, se buscaría trabajo como albañil y ella seguía trabajando con nosotros. Viqui iría con nuestras niñas a la escuela. ¡Así de sencillo se lo figuraba todo la buena señora!
Cuando, en la próxima visita se lo conté a Gonzalo, él se quedó pensativo y dijo luego: “¿Por qué no ayudar a una familia a mejorar su vida?” La casa que encuentre tendría que ser bastante grande y el marido trabajaría, hasta que encontrara trabajo, con nosotros como jardinero, solo así sería posible de que entren en Francia por más tiempo.
El médico de la Unesco se quedó maravillado de cómo se había curado Gonzalo en seis meses y le declaró apto para trabajar. Por teléfono me iba contando cómo se desarrollaban las cosas. Encontró en un pueblo cerca de Versalles, Chaville, una casa de tres pisos (en cada piso dos habitaciones), con jardín, que fue la casa que escogimos para las dos familias. Abajo: cocina, comedor, escaleras y salón. En medio: cuarto de baño, habitación, escaleras y otra habitación y arriba: cuarto de aseo, habitación, escaleras y otra habitación. Arriba del todo vivirían los González. En medio las tres niñas en una habitación, y Gonzalo y yo en la otra con baño. Nos mandó planito y todo. Además estaba amueblada. Los González sacaron radiantes sus pasaportes. Pensaban que irían al país de las maravillas. Mas tarde les entró la morriña, como a todos. Como pasaba gente joven española por nuestra casa, ésta estaba siempre animada. Miguel nos construyó una chabolita suplementaria en el jardín que sería el despacho de Gonzalo o dormitorio para jóvenes.
Inscribimos a las tres niñas nuestras en preescolar y guardería respectivamente y a Viqui a primero de primaria. Daba asombro, con qué facilidad aprendían todas la lengua francesa. Yo las acompañaba andando a la escuela. Al principio había sus lagrimitas porque los niños franceses eran crueles y no las aceptaban. A la hora de comer, Viqui comía en el comedor en nuestra mesa, contaban todas sus vivencias del cole, recitaban pequeños versos, cantaban canciones francesas, las que aprendíamos nosotros también.
En invierno del 61 nos nevó, cosa nueva para todos, e hicimos el monigote de nieve fabuloso. En ese invierno nació también nuestro cuarto hijo, un niño, por fin, pelirrojo y, versallesco, Mario, que dormía con nosotros en nuestra habitación. A la comida ya dejé de hablar el alemán con las niñas, porque Viqui se sentiría discriminada al no entender nada. Las principales lenguas iban siendo ahora el español y el francés en la calle y en la escuela, aunque, por las noches, les seguía contando cuentos en alemán a las mías. Esa fue la historia, por la que Mario no aprendió hablar el alemán y Gonzalo no me lo perdonaba de haber dejado de hablar el alemán. Las tres niñas nunca perdieron del todo la lengua alemana, estaba dormida en el subconsciente. Más tarde, cuando mayorcitas fueron ellas mismas las que recuperaron bastante rápido su lengua materna.
También esta casa se nos fue quedando pequeña e incómoda. Necesitamos para cada familia su vivienda. Miguel ya tenía contrato de trabajo como albañil y fácilmente encontraría trabajo en cualquier sitio de Francia; los trabajadores españoles eran muy codiciados. Gonzalo siguió buscando por las afueras de París. En Ris-Orangis, S et O., al sur de París, se construían viviendas nuevas, baratas. Sobre el plano compró dos viviendas en terreno ajardinado, a hora y media con tren a París. Una, pequeña, con dos dormitorios y otra con cuatro. La familia González pagaría poco a poco la suya a Gonzalo. Otra mudanza más. Ya no estaríamos tan aislados sino con más contacto con gente francesa. Los niños salían a jugar a los jardines con amiguitos franceses, iban solas a la escuela. Para ese piso, que ya nos pertenecía, tuvimos que comprar por primera vez muebles. Antes siempre vivíamos en casas alquiladas y amuebladas.
En un pueblo cerca de ahí, Savigny, donde había hospital, nació otro niño, Diego, con el pelo casi blanco. A la hora de querer nacer tuve que pedirle a una vecina de llevarme, porque Gonzalo no llegaba. Resultó que el motor de su Dauphine había prendido fuego por el camino. Esa noche (como iba a ser mi quinto hijo) no me ingresaron en una cama, sino en el paritorio encima de la “tabla de trabajo” como ellos la llamaban. Seguramente no había habitación libre. Ahí pasé toda la noche encima de la tabla dura, con dolores de espalda. Muy de vez en cuando venía una enfermera a verme y yo le pedía irme a una cama. No hay, decía. Desde ahí, separada por cortinas oía los gritos y las lamentaciones de las parturientas. “¿Dónde estaba mi Gonzalo?, me decía. Por fin, por la madrugada, me subieron a una habitación con otras cinco mujeres. Al cabo de una hora les trajeron a las mujeres su desayuno. “Qué bien, algo calentito” dije, pero ellas contestaron que no tenía derecho porque iba a parir pronto. Era así, dentro de poco me entraron las contracciones muy seguidas. Hacía mis respiraciones que había aprendido en “Parto sin dolor” y me aguantaba sin llamar al timbre, porque me daba horror volver a la “tabla”. Llamaron las otras mujeres y vinieron a por mí. De pié en el ascensor me agarraba a la enfermera por el dolor. En la sala de parto una comadrona enérgica me dice: “Suba”, había tres escalones hasta la tabla. Yo apretaba las piernas y gemía: “no puedo”. “Cómo que no puede, ¡todas las mujeres lo hacen!” Subí y nada más en ella dije: “Ya aprieto, ya sale”. “Imposible, si no he preparado nada!” y llamó rápidamente al médico, el que, al verlo le echó una regañina: “Vd. sabe que hay que preparar tal y tal aparato por el RH negativo” Yo me alegré en mis adentros, por la regañina. ¡Esa antipática! me dije. Al conducirme fuera en camilla, esta vez, vi al pasar por el pasillo a mi Gonzalo, menos mal... y me salieron las lágrimas. Toda la noche solita, ya eran las 12 del siguiente día. Me llevaron a una habitación sola, como había pedido Gonzalo. Ahí le conté lo mal que me habían tratado. ¡Tan distinto que en Versalles con Mario!
Diego era blanco de piel y muy rubio Un médico, al llevarlo para que le recetase gafas, nos preguntó si era albino.
Gonzalo cogía todas las mañanas el tren que le llevaba a París y volvía por la noche. Ya no protestaba por la “jaula dorada”, ha tenido que aclimatarse a la fuerza. Al tener ya 5 hijos y hacer todos los años nuestras principales vacaciones en España para ver a la familia, hacía falta vivir holgadamente. Teníamos tiendas de campaña para las pequeñas vacaciones en Francia. Gozaban los niños, vivir en ellas al ir al norte de Francia, la Bretagne, al lado del mar, de Camping en Camping. Hasta con pequeños de meses íbamos de Camping. Y al sur de Francia, al país vasco francés, ¡cómo disfrutaban y disfrutaba Gonzalo! Hasta que compramos una “caravana” con seis sitios para dormir para no tener que poner en cada sitio todas las tiendas antes de que se hiciera oscuro y, a veces, al llegar al sitio escogido, lo primerísimo para mi y el bebé, era hacer su papillita porque ya la estaban reclamando a llantos. En medio del barrullo yo me apartaba con mi bebé y dejaba trabajar al padre con los hijos ya mayorcitos. La caravana fue una revolución, hasta fuimos con ella a España, a la Costa Brava, al País Vasco en donde también nos encontrábamos con la abuela, los abuelos.
Hablaban todos muy bien el español pero con la “erre” francesa, gutural. Me acuerdo que en los desayunos familiares de fines de semana, Gonzalo ponía en la pared una poesía propiamente inventada con muchas “erres”, como por ejemplo: “Rueda la erre de mi tierra como carro sobre ruedas como río desbordado, erre alegre, erre triste... más ya no me acuerdo, pero que finalmente se lo aprendieron todos. A Diego y Mario, antes de entrar en primaria, ya sabían escribir en español ¡Gonzalo no quería que Miguel Angel, de la escuela en los Pirineos, fuese el único al que le enseñó escribir!
Gonzalo no se olvidó nunca, que los fines de semana eran para la familia y no para sus “hobbys” como Calzadas Romanas, “Miliarios Extravagantes” que se quedaban en su oficina de París. Vivíamos al sur de París, no muy lejos de “Fontainebleau” que estaba metida en un frondoso bosque al que íbamos todos sábados o domingos a pasar el día. Antes yo preparaba una comida para comer entre rocas y árboles. Lo malo eran las vueltas a casa, en la caravana de coches que volvían a París. Nosotros, menos mal, salíamos de los embotellamientos mucho antes, ya que nuestro pueblo estaba en las afueras de París. ¡Adiós Parisinos!...
Ahora, teniendo los hijos mayorcitos, fui yo la que reclamaba mis derechos: “¡Vivimos en París y no me doy cuenta!”, decía. Había para ello un remedio también:
Los sábados de noche era nuestro día de salida. Pedimos a Victoria, la que vivía muy cerca con su marido y Viqui, que viniese esa tarde con su familia a cenar con nuestros niños y quedarse hasta que se habían acostado. Mientras tanto nosotros íbamos a conocer París y a cenar tranquilamente los dos solitos. ¡Me encantaba! Veía ya entonces por las calles gente de todos los países del mundo. Me asombraba ver a los negros pasearse como si fuera su país.
Habían nacido los últimos hijos a parte de las tres niñas, Mario en el 61, Diego en el 63, ahora ya estábamos en el 65 y nuestro sexto hijo pidió venir al mundo. El método “ogino”, el único que estaba permitido por la Iglesia, no nos funcionaba. ¡Adelante, entonces! No quería yo volver a Savigny, donde había nacido Diego y que no me trataron muy bien... Por qué no probamos en Fontainebleau, también un sitio de reyes como Veralles. La clínica se encontraba justo al lado del gran bosque. La mañana del 11 de Julio fuimos Gonzalo y yo muy tempranito hacia allá, como si fuera de excursión y nos paseamos dentro del bosque, hasta comimos ahí y otra vez andar. ¡No quería yo que me hagan esperar tanto! Hasta que ya al anochecer, me tuvo que dejar ahí solita a pasar la noche. Dijo que al día siguiente volvería. Nada más llegar él, me conducían al paritorio. Al preguntar Gonzalo si podría estar presente, se lo concedieron, ¡qué bien! Me ayudó mucho. Hasta me pusieron un espejo por delante, para poder seguir yo con mis propios ojos el nacimiento. ¡Qué médico mas comprensivo! Marta, nuestra hijita, tenía el cordón umbilical cuatro veces enrollado al cuello. Oí como el médico llamaba a Gonzalo para enseñárselo. La pobrecita, ¡estaba toda moradita! Desde esa clínica he podido salir antes de la semana como en los otros alumbramientos, porque lo pedía yo insistentemente. No quería dejar a los demás hijos solos, aunque su padre volvía cada noche con ellos. Al despedirnos del médico, él nos dijo enérgicamente: “No les quiero volver a ver por aquí” Y, así fue. Marta era la última. Yo ya tenía 41 años.
Me daba cuenta que Gonzalo tenía algo entre manos: volvía tarde casi todas las noches y un día, al preguntarle, me dijo, que estaba escribiendo un libro y que pronto me lo enseñaría. Desde el día en el que me lo enseñó, ya será otro capítulo de mis recuerdos...
Hilde Dietrich
viernes, agosto 08, 2008
¿Quién fue Gonzalo?
Gonzalo murió el 11 de enero de 2008 y, a pesar de que me hubiera gustado hacer una reseña de su vida, al menos desde nuestro entorno familiar, no lo he hecho porque me resultó muy dificil hilvanar los pocos recuerdos que yo tengo de algunos momentos en los que coincidimos. Ahora, lo que sí puedo hacer es traer aquí lo que han hecho los que realmente han convivido con él en lo que más le interesaba, sus ilusiones y su familia, que no son otros que Hilde, Irene, Sonia, Mario, Diego, Ana y Marta, sus amigos del "Miliario extravagante" (ahora "El Nuevo Miliario") y los amigos de la no-violencia.
Si os interesa conocer sus opiniones, no teneis nada más que hacer clic (es un consejo del Diccionario panhispánico de dudas el utilizar esta forma en lugar de "clicar" o "cliquear") sobre las imágenes para que las podais ver y leer o incluso imprimir.
Para orientación del lector tengo que advertir que las imágenes son hojas de "El nuevo Miliario" escaneadas (si necesitais alguna aclaración podeis dirigir un e-mail a elnuevomiliario@gmail.com) que en la Antología dice que son cuatro secciones (que yo no he separado), la primera dedicada al estudio de las calzadas romanas, la segunda a un tema de Geografía Histórica, la tercera a Gibraltar y la última a las aportaciones de los lectores de "El Nuevo Miliario".
Sea este mi modesto homenaje a mi primo Gonzalo, el primo que yo admiraba desde que en 1943 (yo tenía 7 años) me llevó, sentado en la barra de su bicicleta (creo que estaba dando la vuelta a España) por el borde del canal de Lodosa, que por aquel entonces estaba a pleno caudal.














Si os interesa conocer sus opiniones, no teneis nada más que hacer clic (es un consejo del Diccionario panhispánico de dudas el utilizar esta forma en lugar de "clicar" o "cliquear") sobre las imágenes para que las podais ver y leer o incluso imprimir.
Para orientación del lector tengo que advertir que las imágenes son hojas de "El nuevo Miliario" escaneadas (si necesitais alguna aclaración podeis dirigir un e-mail a elnuevomiliario@gmail.com) que en la Antología dice que son cuatro secciones (que yo no he separado), la primera dedicada al estudio de las calzadas romanas, la segunda a un tema de Geografía Histórica, la tercera a Gibraltar y la última a las aportaciones de los lectores de "El Nuevo Miliario".
Sea este mi modesto homenaje a mi primo Gonzalo, el primo que yo admiraba desde que en 1943 (yo tenía 7 años) me llevó, sentado en la barra de su bicicleta (creo que estaba dando la vuelta a España) por el borde del canal de Lodosa, que por aquel entonces estaba a pleno caudal.














viernes, agosto 01, 2008
Recuerdos de Hilde-II
Esta es la segunda entrega de las memorias de Hilde.
Juan Manuel

11/07/08
Recuerdos de Gonzalo:
Me pide Carlos, que escriba algún recuerdo que tengamos mis hijos y yo sobre Gonzalo. Recuerdo sobre Calzadas Romanas hay pocos, aunque ponía en la portada del “Miliario” que Hilde Dietrich era su secretaria. Confieso, que le ayudé muy poco, tan poco, que una vez se veía tan acorralado que tuvo la idea de poner en el “Miliario” mismo un anuncio, en el que buscaba a un “Becario” para vivir en casa y así poder ayudarle. Se apuntó solo uno y ese vivía en Caracas y era su primo Jaime. Desde entonces el buen Jaime no dejó de venir desde Caracas todos los años para echarle a Gonzalo una mano. Gonzalo solía trabajar siempre, aún en los días de fiesta y domingos. Menos mal que Jaime tuvo la osadía de protestar algún día.: Los domingos no se trabaja ni Hilde debe hacer comida porque los domingos saldremos de excursión a algún pueblo bonito, donde comeremos invitados por mí.” Así se quedó esa costumbre aunque no estuviera Jaime en casa y fue para mí también un alivio. Lo menos bueno fue que, antes de salir de excursión o los dos solos, de viaje, Gonzalo cogía el mapa y miraba si habría una posibilidad de combinar esa salida con la búsqueda de una calzada. Se nos iba el tiempo porque a veces se preguntaba a un viejito del lugar si se acordaba de algún camino antiguo empedrado o no, que condujera a tal sitio. Y, muchas veces no encontrábamos nada pero se había escapado mucho tiempo.
Cómo recuerdo también al buen primo Jaime, él se murió en Caracas una semana después de Gonzalo. Recuerdo haber oído decir a Gonzalo en el teléfono: “A ver, quién se va antes tú o yo”.
Como mi Gonzalo no sólo tenía esa afición sobre las Calzadas sino también sobre “La entrada y salida de alguna prisión”, tengo alguna anécdota que contar:
Cuando la primerísima vez que él estaba en la prisión de Carabanchel todavía vivíamos nuestros hijos y yo en Francia. Dado el fallecimiento del padre de Gonzalo, el juez le dio permiso a Gonzalo para asistir al funeral. De paso pidió Gonzalo un mes libre para poder trasladar a su familia desde Francia a España. Su abogado decía que no aprovecharía la ocasión para huir sino que se presentaría él mismo para volver a la prisión.
Así fue: Nos ayudó en el traslado con muebles e instalarnos en la casa del Escorial tan bonita y escogida por él para que, dado que era verano, tuviéramos de paso un veraneo. Instalamos los muebles, él clavó clavos para los cuadros y, cuando estaba ya todo bonito y arreglado, él dijo: “Ahora me iré yo mismo a presentar”. Qué pena, decíamos nosotros.
Se fue creo que a la Plaza de las Valesas, donde estaba antes el Juzgado, fue a la entrada de los calabozos. El guarda le pregunta: “Que quisiera, visitar a un recluso?” “No, entrar yo mismo.”
Ya estábamos mas cerca de Gonzalo, ¡menos mal! Los domingos tuvimos la posibilidad de visitarlo. Uno yo solita y el otro con los hijos. Me dijeron que desde El Escorial no tendría que pasar por Madrid para ir a Carabanchel sino por Pozuelo. Fui a Pozuelo pero no sabía que camino tomar. Vi a un cura con sotana al borde de la carretera y pensé: Le preguntaré a él que debe de estar acostumbrado a esas cosas. (Yo creía que Carabanchel era solo la prisión). El me contestó: “Sígame”. Cogió su coche y yo le seguí hasta la mismísima prisión. Ahí se despidió dándome la mano y deseándome mucha suerte.
Al siguiente domingo les tocaba a los niños. Tenían 4, 6, 8, 10, 11, y 12 años en esa época. Nos levantamos pronto, se pusieron los bonitos trajes e íbamos a desayunar cuando yo dije: “¡No tenemos pan!” Diego, el segundo por abajo, dijo yo voy. Había una tiendecita abierta los domingos. Cuando volvió dijo ingenuamente: “Me preguntó la María que a donde voy tan elegante y le dije que a la prisión a ver a mi padre.” “¿Eso has dicho?” le gritaron todos los hermanos a la vez. Diego se quedó asustado y no sabía qué contestar. Dije yo: “Ha dicho la verdad y no solo hombres malos entran en prisión sino muchas veces hasta muy buenos”. “Yo hablaré con la María y le contaré todo.” Entonces se quedaron tranquilos.
Era una experiencia muy buena para los niños. Era un gran salón. A lo ancho de una pared estaban los locutorios (pequeños departamentos separados por tabiques) De frente tenían doble pared de grueso plástico agujereado para oír la voz. Veíamos a Gonzalo pero difícil oíamos la voz. Había que gritar mucho. Eso les pasaba a todos en quizás 20 apartamentitos en el salón. ¡Era un griterío! Pero los niños que estaban apegados al plástico, entendían todo y hacían mil preguntas. Gonzalo les decía que vivía como en un hotel, que tenía un patio para pasear, que le daban buena comida, etc. Gonzalo también les hacía preguntas a ellos y nos reíamos mucho. De repente se oyó un fuerte timbre y aparecía detrás de cada recluso un guardia que les invitaba a despedirse. Gonzalo cogió su pañuelo y lo movía en el aire. No hubo lágrimas sino todo lo contrario: A la salida, flanqueados por guardias se contaba uno al otro lo que le había dicho su padre. Se reían todavía y parecía que salían de un circo. Los guardias se quedaban asombrados. Luego les invitaba yo en un chiringuito a la Casa de Campo y así fue la fiesta entera.
El colofón de todas las visitas a la prisión fue una muy especial: Era el día de la Patrona de los Presos. Como gran regalo había un decreto que los presos podían recibir para el día entero la visita de sus hijos conviviendo con ellos. Lo malo era que sólo se permitía la visita de niños y niñas desde un mes hasta los 8 años, así es que Marta, Diego y Mario. “¡Qué ilusión!” decían. Tempranito, sobre las 10 de la mañana, había que estar ahí en la verja cerrada de la prisión. Éramos un montón de madres ahí en la carretera. Madres con bebés en brazos, envueltos en toquillas con bolsas de pañales y biberones. Luego los chiquitines que apenas sabían andar y los más mayorcitos. Había una fila de guardias que se ponían a lo ancho de la verja abierta uno pegadito al otro. Empezaron por los bebés. Cogían a los bultos en brazos y las bolsas adjuntas y se los llevaban diciendo: “A las 6 en punto la recogida” Ya había otra fila de guardias preparada. Los siguientes por favor. Y casi al final les tocó a los mayorcitos. Cada niño con su guardia. Movían la mano para decir adiós y ya está. Adentro se les ponía a cada uno sus nombres al cuello y la galería a donde iban.
¡Qué ansia tenía yo a que dieran las 6 de la tarde! No fui mientras tanto al Escorial sino a la casa de una hermana que tenía en Aluche. Por fin, ya antes de las 6 estaba yo allí y no sólo yo. ¡Casi todas las madres! Hablábamos entre nosotras mientras esperábamos. ¡Ya se abre la puerta! y ya venían, uno por uno, los guardias con un paquete en brazos. Lo alzaban con los dos brazos al aire y gritaban: “¿De quien es esto?” Enseguida gritaba una mujer: “¡Mío, mío!” Por fin empiezan a correr los mayorcitos, esos no se dejan agarrar por la mano sino se abalanzan hacia la verja con globos en las manos y bolsas de caramelos como si volvieran de un gran festín. Diego, como siempre el descuidado, se cae en la rampa al salir pero rápido recoge sus caramelos y sigue a sus hermanos. Ni siquiera abrazos y besos sino gritos de alegría: “Nos bañamos en la fuente, comimos tarta y pasteles, jugamos con otros niños, era como un cumpleaños. Todos los presos se habían volcado con los niños, sean o no los suyos. Como muchos presos prefieren la comida de casa, y no como Gonzalo que comía el rancho, habían recibido comidas especiales aparte de la de la prisión que en ese día era especial, había de todo y de lo mejor, que los nuestros nunca habían ni probado. “¡En la cárcel se vive muy bien, hay de todo, mamá!”.
Cuando, a los pocos meses volvió su padre, ya no decían: en la cárcel se vive mejor, lo mejor de lo mejor era, tener a su padre en casita, aunque siempre esté sentado en su despacho, porque siempre les escuchaba, nunca decía que está ocupado y, cuando venían los domingos, salíamos al campo, a ver otras ciudades o pueblos, como Ávila, Toledo o Segovia. ......
Yo quiero añadir, que en la galería donde Gonzalo estaba con los presos políticos, me admitían, previamente inspeccionados, trabajos de parte de la UNESCO para que los tradujera, le admitieron su máquina de escribir y encima le descontaron días de prisión por redención de trabajo.
Todo este relato parece muy bonito, contado así pero la realidad es otra, ya os podéis imaginar. Eran demasiadas veces, cada vez que entraba de nuevo le saludaba Marcelino Camacho: “¿Pero Gonzalo, otra vez aquí?”. Y Gonzalo respondía: “¿Pero Marcelino, todavía aquí?”. Ahí también pudo saludar a un buen amigo de Francia, al comunista Antonio Azcárate y a otros muchos más. Y no todas las veces fueron en Carabanchel, luego en Algeciras después de sus saltos de la verja desde Gibraltar. Ahí hasta los mayores, que, acostumbrados a sus aventuras, le acompañaron en ir o a nado o con barquita de goma para luego saltar la verja todos juntos. Sonia, Mario, Diego y Marta.
Mario puede presumir de haber pasado algunos días en la prisión de Algeciras y Sonia, que fue a nado a Gibraltar, estuvo presa ahí poco tiempo porque escogió al abogado Sir Joshua Hassan que era entonces el Primer Ministro.
Con la ayuda de Dios, eso si tengo que decir, lo hemos superado todo y hemos vivido 52 años juntos.
Dios gracias.
Hilde Dietrich
Juan Manuel

11/07/08
Recuerdos de Gonzalo:
Me pide Carlos, que escriba algún recuerdo que tengamos mis hijos y yo sobre Gonzalo. Recuerdo sobre Calzadas Romanas hay pocos, aunque ponía en la portada del “Miliario” que Hilde Dietrich era su secretaria. Confieso, que le ayudé muy poco, tan poco, que una vez se veía tan acorralado que tuvo la idea de poner en el “Miliario” mismo un anuncio, en el que buscaba a un “Becario” para vivir en casa y así poder ayudarle. Se apuntó solo uno y ese vivía en Caracas y era su primo Jaime. Desde entonces el buen Jaime no dejó de venir desde Caracas todos los años para echarle a Gonzalo una mano. Gonzalo solía trabajar siempre, aún en los días de fiesta y domingos. Menos mal que Jaime tuvo la osadía de protestar algún día.: Los domingos no se trabaja ni Hilde debe hacer comida porque los domingos saldremos de excursión a algún pueblo bonito, donde comeremos invitados por mí.” Así se quedó esa costumbre aunque no estuviera Jaime en casa y fue para mí también un alivio. Lo menos bueno fue que, antes de salir de excursión o los dos solos, de viaje, Gonzalo cogía el mapa y miraba si habría una posibilidad de combinar esa salida con la búsqueda de una calzada. Se nos iba el tiempo porque a veces se preguntaba a un viejito del lugar si se acordaba de algún camino antiguo empedrado o no, que condujera a tal sitio. Y, muchas veces no encontrábamos nada pero se había escapado mucho tiempo.
Cómo recuerdo también al buen primo Jaime, él se murió en Caracas una semana después de Gonzalo. Recuerdo haber oído decir a Gonzalo en el teléfono: “A ver, quién se va antes tú o yo”.
Como mi Gonzalo no sólo tenía esa afición sobre las Calzadas sino también sobre “La entrada y salida de alguna prisión”, tengo alguna anécdota que contar:
Cuando la primerísima vez que él estaba en la prisión de Carabanchel todavía vivíamos nuestros hijos y yo en Francia. Dado el fallecimiento del padre de Gonzalo, el juez le dio permiso a Gonzalo para asistir al funeral. De paso pidió Gonzalo un mes libre para poder trasladar a su familia desde Francia a España. Su abogado decía que no aprovecharía la ocasión para huir sino que se presentaría él mismo para volver a la prisión.
Así fue: Nos ayudó en el traslado con muebles e instalarnos en la casa del Escorial tan bonita y escogida por él para que, dado que era verano, tuviéramos de paso un veraneo. Instalamos los muebles, él clavó clavos para los cuadros y, cuando estaba ya todo bonito y arreglado, él dijo: “Ahora me iré yo mismo a presentar”. Qué pena, decíamos nosotros.
Se fue creo que a la Plaza de las Valesas, donde estaba antes el Juzgado, fue a la entrada de los calabozos. El guarda le pregunta: “Que quisiera, visitar a un recluso?” “No, entrar yo mismo.”
Ya estábamos mas cerca de Gonzalo, ¡menos mal! Los domingos tuvimos la posibilidad de visitarlo. Uno yo solita y el otro con los hijos. Me dijeron que desde El Escorial no tendría que pasar por Madrid para ir a Carabanchel sino por Pozuelo. Fui a Pozuelo pero no sabía que camino tomar. Vi a un cura con sotana al borde de la carretera y pensé: Le preguntaré a él que debe de estar acostumbrado a esas cosas. (Yo creía que Carabanchel era solo la prisión). El me contestó: “Sígame”. Cogió su coche y yo le seguí hasta la mismísima prisión. Ahí se despidió dándome la mano y deseándome mucha suerte.
Al siguiente domingo les tocaba a los niños. Tenían 4, 6, 8, 10, 11, y 12 años en esa época. Nos levantamos pronto, se pusieron los bonitos trajes e íbamos a desayunar cuando yo dije: “¡No tenemos pan!” Diego, el segundo por abajo, dijo yo voy. Había una tiendecita abierta los domingos. Cuando volvió dijo ingenuamente: “Me preguntó la María que a donde voy tan elegante y le dije que a la prisión a ver a mi padre.” “¿Eso has dicho?” le gritaron todos los hermanos a la vez. Diego se quedó asustado y no sabía qué contestar. Dije yo: “Ha dicho la verdad y no solo hombres malos entran en prisión sino muchas veces hasta muy buenos”. “Yo hablaré con la María y le contaré todo.” Entonces se quedaron tranquilos.
Era una experiencia muy buena para los niños. Era un gran salón. A lo ancho de una pared estaban los locutorios (pequeños departamentos separados por tabiques) De frente tenían doble pared de grueso plástico agujereado para oír la voz. Veíamos a Gonzalo pero difícil oíamos la voz. Había que gritar mucho. Eso les pasaba a todos en quizás 20 apartamentitos en el salón. ¡Era un griterío! Pero los niños que estaban apegados al plástico, entendían todo y hacían mil preguntas. Gonzalo les decía que vivía como en un hotel, que tenía un patio para pasear, que le daban buena comida, etc. Gonzalo también les hacía preguntas a ellos y nos reíamos mucho. De repente se oyó un fuerte timbre y aparecía detrás de cada recluso un guardia que les invitaba a despedirse. Gonzalo cogió su pañuelo y lo movía en el aire. No hubo lágrimas sino todo lo contrario: A la salida, flanqueados por guardias se contaba uno al otro lo que le había dicho su padre. Se reían todavía y parecía que salían de un circo. Los guardias se quedaban asombrados. Luego les invitaba yo en un chiringuito a la Casa de Campo y así fue la fiesta entera.
El colofón de todas las visitas a la prisión fue una muy especial: Era el día de la Patrona de los Presos. Como gran regalo había un decreto que los presos podían recibir para el día entero la visita de sus hijos conviviendo con ellos. Lo malo era que sólo se permitía la visita de niños y niñas desde un mes hasta los 8 años, así es que Marta, Diego y Mario. “¡Qué ilusión!” decían. Tempranito, sobre las 10 de la mañana, había que estar ahí en la verja cerrada de la prisión. Éramos un montón de madres ahí en la carretera. Madres con bebés en brazos, envueltos en toquillas con bolsas de pañales y biberones. Luego los chiquitines que apenas sabían andar y los más mayorcitos. Había una fila de guardias que se ponían a lo ancho de la verja abierta uno pegadito al otro. Empezaron por los bebés. Cogían a los bultos en brazos y las bolsas adjuntas y se los llevaban diciendo: “A las 6 en punto la recogida” Ya había otra fila de guardias preparada. Los siguientes por favor. Y casi al final les tocó a los mayorcitos. Cada niño con su guardia. Movían la mano para decir adiós y ya está. Adentro se les ponía a cada uno sus nombres al cuello y la galería a donde iban.
¡Qué ansia tenía yo a que dieran las 6 de la tarde! No fui mientras tanto al Escorial sino a la casa de una hermana que tenía en Aluche. Por fin, ya antes de las 6 estaba yo allí y no sólo yo. ¡Casi todas las madres! Hablábamos entre nosotras mientras esperábamos. ¡Ya se abre la puerta! y ya venían, uno por uno, los guardias con un paquete en brazos. Lo alzaban con los dos brazos al aire y gritaban: “¿De quien es esto?” Enseguida gritaba una mujer: “¡Mío, mío!” Por fin empiezan a correr los mayorcitos, esos no se dejan agarrar por la mano sino se abalanzan hacia la verja con globos en las manos y bolsas de caramelos como si volvieran de un gran festín. Diego, como siempre el descuidado, se cae en la rampa al salir pero rápido recoge sus caramelos y sigue a sus hermanos. Ni siquiera abrazos y besos sino gritos de alegría: “Nos bañamos en la fuente, comimos tarta y pasteles, jugamos con otros niños, era como un cumpleaños. Todos los presos se habían volcado con los niños, sean o no los suyos. Como muchos presos prefieren la comida de casa, y no como Gonzalo que comía el rancho, habían recibido comidas especiales aparte de la de la prisión que en ese día era especial, había de todo y de lo mejor, que los nuestros nunca habían ni probado. “¡En la cárcel se vive muy bien, hay de todo, mamá!”.
Cuando, a los pocos meses volvió su padre, ya no decían: en la cárcel se vive mejor, lo mejor de lo mejor era, tener a su padre en casita, aunque siempre esté sentado en su despacho, porque siempre les escuchaba, nunca decía que está ocupado y, cuando venían los domingos, salíamos al campo, a ver otras ciudades o pueblos, como Ávila, Toledo o Segovia. ......
Yo quiero añadir, que en la galería donde Gonzalo estaba con los presos políticos, me admitían, previamente inspeccionados, trabajos de parte de la UNESCO para que los tradujera, le admitieron su máquina de escribir y encima le descontaron días de prisión por redención de trabajo.
Todo este relato parece muy bonito, contado así pero la realidad es otra, ya os podéis imaginar. Eran demasiadas veces, cada vez que entraba de nuevo le saludaba Marcelino Camacho: “¿Pero Gonzalo, otra vez aquí?”. Y Gonzalo respondía: “¿Pero Marcelino, todavía aquí?”. Ahí también pudo saludar a un buen amigo de Francia, al comunista Antonio Azcárate y a otros muchos más. Y no todas las veces fueron en Carabanchel, luego en Algeciras después de sus saltos de la verja desde Gibraltar. Ahí hasta los mayores, que, acostumbrados a sus aventuras, le acompañaron en ir o a nado o con barquita de goma para luego saltar la verja todos juntos. Sonia, Mario, Diego y Marta.
Mario puede presumir de haber pasado algunos días en la prisión de Algeciras y Sonia, que fue a nado a Gibraltar, estuvo presa ahí poco tiempo porque escogió al abogado Sir Joshua Hassan que era entonces el Primer Ministro.
Con la ayuda de Dios, eso si tengo que decir, lo hemos superado todo y hemos vivido 52 años juntos.
Dios gracias.
Hilde Dietrich
jueves, julio 24, 2008
Recuerdos de Hilde- I
Hace unos días recibí un e-mail de José Ignacio en el que me enviaba unos recuerdos de Hilde, de su vida con Gonzalo.
He pedido autorización para añadirlos aquí y Hilde me la ha dado.
Me parece que esto es lo que yo quería para la bitácora, así es que estoy encantado con la colaboración. ¡Que sirva de ejemplo!
Como estoy seguro de que no son los únicos recuerdos, los iré numerando conforme los vaya recibiendo, tal y como los escriba Hilde.

Recuerdos de Gonzalo:
Me pide Carlos, que escriba algún recuerdo que tengamos mis hijos y yo sobre Gonzalo. Recuerdo sobre Calzadas Romanas hay pocos, aunque ponía en la portada del “Miliario” que Hilde Dietrich era su secretaria. Confieso, que le ayudé muy poco, tan poco, que una vez se veía tan acorralado que tuvo la idea de poner en el “Miliario” mismo un anuncio, en el que buscaba a un “Becario” para vivir en casa y así poder ayudarle. Se apuntó solo uno y ese vivía en Caracas y era su primo Jaime. Desde entonces el buen Jaime no dejó de venir desde Caracas todos los años para echarle a Gonzalo una mano. Gonzalo solía trabajar siempre, aún en los días de fiesta y domingos. Menos mal que Jaime tuvo la osadía de protestar algún día.: Los domingos no se trabaja ni Hilde debe hacer comida porque los domingos saldremos de excursión a algún pueblo bonito, donde comeremos invitados por mí.” Así se quedó esa costumbre aunque no estuviera Jaime en casa y fue para mí también un alivio. Lo menos bueno fue que, antes de salir de excursión o los dos solos, de viaje, Gonzalo cogía el mapa y miraba si habría una posibilidad de combinar esa salida con la búsqueda de una calzada. Se nos iba el tiempo porque a veces se preguntaba a un viejito del lugar si se acordaba de algún camino antiguo empedrado o no, que condujera a tal sitio. Y, muchas veces no encontrábamos nada pero se había escapado mucho tiempo.
Cómo recuerdo también al buen primo Jaime, él se murió en Caracas una semana después de Gonzalo. Recuerdo haber oído decir a Gonzalo en el teléfono: “A ver, quién se va antes tú o yo”.
Como mi Gonzalo no sólo tenía esa afición sobre las Calzadas sino también sobre “La entrada y salida de alguna prisión”, tengo alguna anécdota que contar:
Cuando la primerísima vez que él estaba en la prisión de Carabanchel todavía vivíamos nuestros hijos y yo en Francia. Dado el fallecimiento del padre de Gonzalo, el juez le dio permiso a Gonzalo para asistir al funeral. De paso pidió Gonzalo un mes libre para poder trasladar a su familia desde Francia a España. Su abogado decía que no aprovecharía la ocasión para huir sino que se presentaría él mismo para volver a la prisión.
Así fue: Nos ayudó en el traslado con muebles e instalarnos en la casa del Escorial tan bonita y escogida por él para que, dado que era verano, tuviéramos de paso un veraneo. Instalamos los muebles, él clavó clavos para los cuadros y, cuando estaba ya todo bonito y arreglado, él dijo: “Ahora me iré yo mismo a presentar”. Qué pena, decíamos nosotros.
Se fue creo que a la Plaza de las Valesas, donde estaba antes el Juzgado, fue a la entrada de los calabozos. El guarda le pregunta: “Que quisiera, visitar a un recluso?” “No, entrar yo mismo.”
Ya estábamos mas cerca de Gonzalo, ¡menos mal! Los domingos tuvimos la posibilidad de visitarlo. Uno yo solita y el otro con los hijos. Me dijeron que desde El Escorial no tendría que pasar por Madrid para ir a Carabanchel sino por Pozuelo. Fui a Pozuelo pero no sabía que camino tomar. Vi a un cura con sotana al borde de la carretera y pensé: Le preguntaré a él que debe de estar acostumbrado a esas cosas. (Yo creía que Carabanchel era solo la prisión). El me contestó: “Sígame”. Cogió su coche y yo le seguí hasta la mismísima prisión. Ahí se despidió dándome la mano y deseándome mucha suerte.
Al siguiente domingo les tocaba a los niños. Tenían 4, 6, 8, 10, 11, y 12 años en esa época. Nos levantamos pronto, se pusieron los bonitos trajes e íbamos a desayunar cuando yo dije: “¡No tenemos pan!” Diego, el segundo por abajo, dijo yo voy. Había una tiendecita abierta los domingos. Cuando volvió dijo ingenuamente: “Me preguntó la María que a donde voy tan elegante y le dije que a la prisión a ver a mi padre.” “¿Eso has dicho?” le gritaron todos los hermanos a la vez. Diego se quedó asustado y no sabía qué contestar. Dije yo: “Ha dicho la verdad y no solo hombres malos entran en prisión sino muchas veces hasta muy buenos”. “Yo hablaré con la María y le contaré todo.” Entonces se quedaron tranquilos.
Era una experiencia muy buena para los niños. Era un gran salón. A lo ancho de una pared estaban los locutorios (pequeños departamentos separados por tabiques) De frente tenían doble pared de grueso plástico agujereado para oír la voz. Veíamos a Gonzalo pero difícil oíamos la voz. Había que gritar mucho. Eso les pasaba a todos en quizás 20 apartamentitos en el salón. ¡Era un griterío! Pero los niños que estaban apegados al plástico, entendían todo y hacían mil preguntas. Gonzalo les decía que vivía como en un hotel, que tenía un patio para pasear, que le daban buena comida, etc. Gonzalo también les hacía preguntas a ellos y nos reíamos mucho. De repente se oyó un fuerte timbre y aparecía detrás de cada recluso un guardia que les invitaba a despedirse. Gonzalo cogió su pañuelo y lo movía en el aire. No hubo lágrimas sino todo lo contrario: A la salida, flanqueados por guardias se contaba uno al otro lo que le había dicho su padre. Se reían todavía y parecía que salían de un circo. Los guardias se quedaban asombrados. Luego les invitaba yo en un chiringuito a la Casa de Campo y así fue la fiesta entera.
El colofón de todas las visitas a la prisión fue una muy especial: Era el día de la Patrona de los Presos. Como gran regalo había un decreto que los presos podían recibir para el día entero la visita de sus hijos conviviendo con ellos. Lo malo era que sólo se permitía la visita de niños y niñas desde un mes hasta los 8 años, así es que Marta, Diego y Mario. “¡Qué ilusión!” decían. Tempranito, sobre las 10 de la mañana, había que estar ahí en la verja cerrada de la prisión. Éramos un montón de madres ahí en la carretera. Madres con bebés en brazos, envueltos en toquillas con bolsas de pañales y biberones. Luego los chiquitines que apenas sabían andar y los más mayorcitos. Había una fila de guardias que se ponían a lo ancho de la verja abierta uno pegadito al otro. Empezaron por los bebés. Cogían a los bultos en brazos y las bolsas adjuntas y se los llevaban diciendo: “A las 6 en punto la recogida” Ya había otra fila de guardias preparada. Los siguientes por favor. Y casi al final les tocó a los mayorcitos. Cada niño con su guardia. Movían la mano para decir adiós y ya está. Adentro se les ponía a cada uno sus nombres al cuello y la galería a donde iban.
¡Qué ansia tenía yo a que dieran las 6 de la tarde! No fui mientras tanto al Escorial sino a la casa de una hermana que tenía en Aluche. Por fin, ya antes de las 6 estaba yo allí y no sólo yo. ¡Casi todas las madres! Hablábamos entre nosotras mientras esperábamos. ¡Ya se abre la puerta! y ya venían, uno por uno, los guardias con un paquete en brazos. Lo alzaban con los dos brazos al aire y gritaban: “¿De quien es esto?” Enseguida gritaba una mujer: “¡Mío, mío!” Por fin empiezan a correr los mayorcitos, esos no se dejan agarrar por la mano sino se abalanzan hacia la verja con globos en las manos y bolsas de caramelos como si volvieran de un gran festín. Diego, como siempre el descuidado, se cae en la rampa al salir pero rápido recoge sus caramelos y sigue a sus hermanos. Ni siquiera abrazos y besos sino gritos de alegría: “Nos bañamos en la fuente, comimos tarta y pasteles, jugamos con otros niños, era como un cumpleaños. Todos los presos se habían volcado con los niños, sean o no los suyos. Como muchos presos prefieren la comida de casa, y no como Gonzalo que comía el rancho, habían recibido comidas especiales aparte de la de la prisión que en ese día era especial, había de todo y de lo mejor, que los nuestros nunca habían ni probado. “¡En la cárcel se vive muy bien, hay de todo, mamá!”.
Cuando, a los pocos meses volvió su padre, ya no decían: en la cárcel se vive mejor, lo mejor de lo mejor era, tener a su padre en casita, aunque siempre esté sentado en su despacho, porque siempre les escuchaba, nunca decía que está ocupado y, cuando venían los domingos, salíamos al campo, a ver otras ciudades o pueblos, como Ávila, Toledo o Segovia. ......
Yo quiero añadir, que en la galería donde Gonzalo estaba con los presos políticos, me admitían, previamente inspeccionados, trabajos de parte de la UNESCO para que los tradujera, le admitieron su máquina de escribir y encima le descontaron días de prisión por redención de trabajo.
Todo este relato parece muy bonito, contado así pero la realidad es otra, ya os podéis imaginar. Eran demasiadas veces, cada vez que entraba de nuevo le saludaba Marcelino Camacho: “¿Pero Gonzalo, otra vez aquí?”. Y Gonzalo respondía: “¿Pero Marcelino, todavía aquí?”. Ahí también pudo saludar a un buen amigo de Francia, al comunista Antonio Azcárate y a otros muchos más. Y no todas las veces fueron en Carabanchel, luego en Algeciras después de sus saltos de la verja desde Gibraltar. Ahí hasta los mayores, que, acostumbrados a sus aventuras, le acompañaron en ir o a nado o con barquita de goma para luego saltar la verja todos juntos. Sonia, Mario, Diego y Marta.
Mario puede presumir de haber pasado algunos días en la prisión de Algeciras y Sonia, que fue a nado a Gibraltar, estuvo presa ahí poco tiempo porque escogió al abogado
Sir Joshua Hassan que era entonces el Primer Ministro.
Con la ayuda de Dios, eso si tengo que decir, lo hemos superado todo y hemos vivido 52 años juntos.
Dios gracias.
Hilde Dietrich
He pedido autorización para añadirlos aquí y Hilde me la ha dado.
Me parece que esto es lo que yo quería para la bitácora, así es que estoy encantado con la colaboración. ¡Que sirva de ejemplo!
Como estoy seguro de que no son los únicos recuerdos, los iré numerando conforme los vaya recibiendo, tal y como los escriba Hilde.

Recuerdos de Gonzalo:
Me pide Carlos, que escriba algún recuerdo que tengamos mis hijos y yo sobre Gonzalo. Recuerdo sobre Calzadas Romanas hay pocos, aunque ponía en la portada del “Miliario” que Hilde Dietrich era su secretaria. Confieso, que le ayudé muy poco, tan poco, que una vez se veía tan acorralado que tuvo la idea de poner en el “Miliario” mismo un anuncio, en el que buscaba a un “Becario” para vivir en casa y así poder ayudarle. Se apuntó solo uno y ese vivía en Caracas y era su primo Jaime. Desde entonces el buen Jaime no dejó de venir desde Caracas todos los años para echarle a Gonzalo una mano. Gonzalo solía trabajar siempre, aún en los días de fiesta y domingos. Menos mal que Jaime tuvo la osadía de protestar algún día.: Los domingos no se trabaja ni Hilde debe hacer comida porque los domingos saldremos de excursión a algún pueblo bonito, donde comeremos invitados por mí.” Así se quedó esa costumbre aunque no estuviera Jaime en casa y fue para mí también un alivio. Lo menos bueno fue que, antes de salir de excursión o los dos solos, de viaje, Gonzalo cogía el mapa y miraba si habría una posibilidad de combinar esa salida con la búsqueda de una calzada. Se nos iba el tiempo porque a veces se preguntaba a un viejito del lugar si se acordaba de algún camino antiguo empedrado o no, que condujera a tal sitio. Y, muchas veces no encontrábamos nada pero se había escapado mucho tiempo.
Cómo recuerdo también al buen primo Jaime, él se murió en Caracas una semana después de Gonzalo. Recuerdo haber oído decir a Gonzalo en el teléfono: “A ver, quién se va antes tú o yo”.
Como mi Gonzalo no sólo tenía esa afición sobre las Calzadas sino también sobre “La entrada y salida de alguna prisión”, tengo alguna anécdota que contar:
Cuando la primerísima vez que él estaba en la prisión de Carabanchel todavía vivíamos nuestros hijos y yo en Francia. Dado el fallecimiento del padre de Gonzalo, el juez le dio permiso a Gonzalo para asistir al funeral. De paso pidió Gonzalo un mes libre para poder trasladar a su familia desde Francia a España. Su abogado decía que no aprovecharía la ocasión para huir sino que se presentaría él mismo para volver a la prisión.
Así fue: Nos ayudó en el traslado con muebles e instalarnos en la casa del Escorial tan bonita y escogida por él para que, dado que era verano, tuviéramos de paso un veraneo. Instalamos los muebles, él clavó clavos para los cuadros y, cuando estaba ya todo bonito y arreglado, él dijo: “Ahora me iré yo mismo a presentar”. Qué pena, decíamos nosotros.
Se fue creo que a la Plaza de las Valesas, donde estaba antes el Juzgado, fue a la entrada de los calabozos. El guarda le pregunta: “Que quisiera, visitar a un recluso?” “No, entrar yo mismo.”
Ya estábamos mas cerca de Gonzalo, ¡menos mal! Los domingos tuvimos la posibilidad de visitarlo. Uno yo solita y el otro con los hijos. Me dijeron que desde El Escorial no tendría que pasar por Madrid para ir a Carabanchel sino por Pozuelo. Fui a Pozuelo pero no sabía que camino tomar. Vi a un cura con sotana al borde de la carretera y pensé: Le preguntaré a él que debe de estar acostumbrado a esas cosas. (Yo creía que Carabanchel era solo la prisión). El me contestó: “Sígame”. Cogió su coche y yo le seguí hasta la mismísima prisión. Ahí se despidió dándome la mano y deseándome mucha suerte.
Al siguiente domingo les tocaba a los niños. Tenían 4, 6, 8, 10, 11, y 12 años en esa época. Nos levantamos pronto, se pusieron los bonitos trajes e íbamos a desayunar cuando yo dije: “¡No tenemos pan!” Diego, el segundo por abajo, dijo yo voy. Había una tiendecita abierta los domingos. Cuando volvió dijo ingenuamente: “Me preguntó la María que a donde voy tan elegante y le dije que a la prisión a ver a mi padre.” “¿Eso has dicho?” le gritaron todos los hermanos a la vez. Diego se quedó asustado y no sabía qué contestar. Dije yo: “Ha dicho la verdad y no solo hombres malos entran en prisión sino muchas veces hasta muy buenos”. “Yo hablaré con la María y le contaré todo.” Entonces se quedaron tranquilos.
Era una experiencia muy buena para los niños. Era un gran salón. A lo ancho de una pared estaban los locutorios (pequeños departamentos separados por tabiques) De frente tenían doble pared de grueso plástico agujereado para oír la voz. Veíamos a Gonzalo pero difícil oíamos la voz. Había que gritar mucho. Eso les pasaba a todos en quizás 20 apartamentitos en el salón. ¡Era un griterío! Pero los niños que estaban apegados al plástico, entendían todo y hacían mil preguntas. Gonzalo les decía que vivía como en un hotel, que tenía un patio para pasear, que le daban buena comida, etc. Gonzalo también les hacía preguntas a ellos y nos reíamos mucho. De repente se oyó un fuerte timbre y aparecía detrás de cada recluso un guardia que les invitaba a despedirse. Gonzalo cogió su pañuelo y lo movía en el aire. No hubo lágrimas sino todo lo contrario: A la salida, flanqueados por guardias se contaba uno al otro lo que le había dicho su padre. Se reían todavía y parecía que salían de un circo. Los guardias se quedaban asombrados. Luego les invitaba yo en un chiringuito a la Casa de Campo y así fue la fiesta entera.
El colofón de todas las visitas a la prisión fue una muy especial: Era el día de la Patrona de los Presos. Como gran regalo había un decreto que los presos podían recibir para el día entero la visita de sus hijos conviviendo con ellos. Lo malo era que sólo se permitía la visita de niños y niñas desde un mes hasta los 8 años, así es que Marta, Diego y Mario. “¡Qué ilusión!” decían. Tempranito, sobre las 10 de la mañana, había que estar ahí en la verja cerrada de la prisión. Éramos un montón de madres ahí en la carretera. Madres con bebés en brazos, envueltos en toquillas con bolsas de pañales y biberones. Luego los chiquitines que apenas sabían andar y los más mayorcitos. Había una fila de guardias que se ponían a lo ancho de la verja abierta uno pegadito al otro. Empezaron por los bebés. Cogían a los bultos en brazos y las bolsas adjuntas y se los llevaban diciendo: “A las 6 en punto la recogida” Ya había otra fila de guardias preparada. Los siguientes por favor. Y casi al final les tocó a los mayorcitos. Cada niño con su guardia. Movían la mano para decir adiós y ya está. Adentro se les ponía a cada uno sus nombres al cuello y la galería a donde iban.
¡Qué ansia tenía yo a que dieran las 6 de la tarde! No fui mientras tanto al Escorial sino a la casa de una hermana que tenía en Aluche. Por fin, ya antes de las 6 estaba yo allí y no sólo yo. ¡Casi todas las madres! Hablábamos entre nosotras mientras esperábamos. ¡Ya se abre la puerta! y ya venían, uno por uno, los guardias con un paquete en brazos. Lo alzaban con los dos brazos al aire y gritaban: “¿De quien es esto?” Enseguida gritaba una mujer: “¡Mío, mío!” Por fin empiezan a correr los mayorcitos, esos no se dejan agarrar por la mano sino se abalanzan hacia la verja con globos en las manos y bolsas de caramelos como si volvieran de un gran festín. Diego, como siempre el descuidado, se cae en la rampa al salir pero rápido recoge sus caramelos y sigue a sus hermanos. Ni siquiera abrazos y besos sino gritos de alegría: “Nos bañamos en la fuente, comimos tarta y pasteles, jugamos con otros niños, era como un cumpleaños. Todos los presos se habían volcado con los niños, sean o no los suyos. Como muchos presos prefieren la comida de casa, y no como Gonzalo que comía el rancho, habían recibido comidas especiales aparte de la de la prisión que en ese día era especial, había de todo y de lo mejor, que los nuestros nunca habían ni probado. “¡En la cárcel se vive muy bien, hay de todo, mamá!”.
Cuando, a los pocos meses volvió su padre, ya no decían: en la cárcel se vive mejor, lo mejor de lo mejor era, tener a su padre en casita, aunque siempre esté sentado en su despacho, porque siempre les escuchaba, nunca decía que está ocupado y, cuando venían los domingos, salíamos al campo, a ver otras ciudades o pueblos, como Ávila, Toledo o Segovia. ......
Yo quiero añadir, que en la galería donde Gonzalo estaba con los presos políticos, me admitían, previamente inspeccionados, trabajos de parte de la UNESCO para que los tradujera, le admitieron su máquina de escribir y encima le descontaron días de prisión por redención de trabajo.
Todo este relato parece muy bonito, contado así pero la realidad es otra, ya os podéis imaginar. Eran demasiadas veces, cada vez que entraba de nuevo le saludaba Marcelino Camacho: “¿Pero Gonzalo, otra vez aquí?”. Y Gonzalo respondía: “¿Pero Marcelino, todavía aquí?”. Ahí también pudo saludar a un buen amigo de Francia, al comunista Antonio Azcárate y a otros muchos más. Y no todas las veces fueron en Carabanchel, luego en Algeciras después de sus saltos de la verja desde Gibraltar. Ahí hasta los mayores, que, acostumbrados a sus aventuras, le acompañaron en ir o a nado o con barquita de goma para luego saltar la verja todos juntos. Sonia, Mario, Diego y Marta.
Mario puede presumir de haber pasado algunos días en la prisión de Algeciras y Sonia, que fue a nado a Gibraltar, estuvo presa ahí poco tiempo porque escogió al abogado
Sir Joshua Hassan que era entonces el Primer Ministro.
Con la ayuda de Dios, eso si tengo que decir, lo hemos superado todo y hemos vivido 52 años juntos.
Dios gracias.
Hilde Dietrich
domingo, julio 13, 2008
La antigüedad de Cintruénigo
Mi hermano Jesús encontró el siguiente documento, en la Plaza Mayor de Madrid, un domingo que había feria del sello, y entre otras "antigüedades". Es de una persona desconocida que razona sobre la antigüedad e importancia de Cintruénigo (Navarra), en competición con Alfaro (La Rioja).
El original lo tiene él y esta es una copia en la que se ha seguido fielmente la grafía del original.
Juan Manuel Arias
Ynumerables son las disputas qe. se han suscitado sobre la primera fundación de los Reynos, y Ciudades, presumiendo cada uno de los escritores poner su Nación, o Ciudad por primera, y más cercana al Diluvio. El examen de las primeras fundaciones pide un criterio desapasionado, y mui fino. Este se deve fundar en el modo de vivir de los primeros Pobladores, en la positura de los terrenos, en lo fértil, y ameno de las Campañas, y cercanía de las Aguas. También debe entrar en el fundamento la fuerza de los Territorios capaces del asegurar, y defender los Habitantes.
Por no reflexionar en estas y semejantes proporciones se ha errado mucho en cuanto a la Poblacio de Reynos y ciudades postdiluvianas. Suponen algunos la repoblación del mundo a modo de una conquista o expedición militar, en que se camina con rápidos Progresos y pintan el viaje de los hombres desde la Torre de Babel hasta España en pocos años, sin advertir que los primeros Pobladores de esta y las de mas provincias caminaron paulatinamte y haciendo alto en los parages mas cómodos para el pastoricio de sus ganados, que eran todos sus haveres. Tal vez se detenían años enteros, y no pocos perseverando en un mismo sitio, hasta qe. se multiplicaban tanto, que no podían caver en el Terreno.
La corriente de los Ríos retardava mucho tiempo sus mudanzas y la maleza de matorrales les hera de mucho embarazo para conducir sus ovejas, y hacer sus labores, siendoles preciso buscar vados para el transito, y rozar y quemar arbustos para allanar el paso de sus ganados y familias numerosas. Si a esto se añade la detencion y… (aquí falta una palabra) de el Diluvio Universal, hasta la fabrica de la Torre de Babel, que fue de 144 años, se hallará que pasaron siglos antes que los primeros pobladores de España pusieran los pies en esta península. Esta sola reflexión basta para excluir de primeros pobladores a los Hijos y Nietos de Jafet, y en ellos a Tubal, cuias vidas no alcanzaron a tanto tiempo
Las Ciudades fundan más tiempo a primeras poblaciones, que los pueblos pequeños porque su Calidad arguie la estimacion de los que poblaban, que sin duda se agradarían mucho de aquel terreno y se detuvieron como de paso en los lugares cortos. Pero tampoco esta razon persuade la calidad de fundacion primitiva, porque los terremotos, las hambres las pestes, y guerras han arruinado muchas Ciudades, de que solo conocemos algunas por los nombres. Algunas se han reedificado y perseveran con sus nombres corrompidos, y otras han mudado de sitio, admitiendo nuevos nombres.
Este exordio puede servir de preliminar para inteligencia de las fundaciones de Pueblos postdiluvianos. No es de nuestro presente instituto, ni el tiempo nos lo permite, extender la pluma a todas y cada una de las poblaciones de España, y solo nos podemos Ceñir a una pequeña parte de lo que se llamó antiguamte Celtiveria, en que dicen las Historias Romanas se arruinaron por las guerras mas de cien Ciudades en los tiempos de la guerra de Numancia, Calahorra, Contrevia, y otras.
Nuestro asumpto se reduce a averiguar en cuanto sea posible la antiguedad, que se puede atribuir a la ciudad de Alfaro en contraposicion con la Villa de Cintruenigo, que las dos estaban comprendidas en la celtiberia, después en la Vasconia, después en el Reno de Navarra, y hoy, desde el año 1077 es Alfaro de Castilla y Cintruenigo ha permanecido siempre baxo la dominación de Navarra. Las dos poblaciones gozan de una territorio igualmte ameno, y fértil y con abundantes y buenas aguas (que eso significa el Río Alama) calidades que alagarían a los primeros pobladores, para elegir en este Terreno sus moradas.
A la primera vista dará su voto la crítica vulgar a favor de la Ciudad de Alfaro por su dilatado Terreno y vecindario numeroso: pero la Crítica fina halla en la Historia fundamentos mui robustos para creer más antigua y aún más famosa la Villa de Cintruenigo, que la ciudad de Alfaro. De esta no hay memoria alguna en las Historias Romanas: ni aún se halla noticia de ella en las expediciones de Godos, ni de los Vascos, pero de Cintruenigo se habla ya mucho algunos años antes Jesu-Christo, y se continua su memoria sin interrupción hasta nuestros tiempos.
El Cardenal Obispo de Gerona, Don Juan Moles Margarit escrivio sus Paralipómenos e Historia de España por los años de 1450 que se imprimieron encuadernados con la Historia del Arzobispo Dn Rodrigo, y otras en Granada año de 1545. Dice pues el Gerundense en el Libro, Sexto al folio 53, que la ciudad de Contrevia (así decía el original), o la ciudad famosa de Cantabria era la Población, qe. en su tiempo se llamaba Cintruenigo. Así dice a la letra: Misis per Carpertaniam ad verbem Cantabrian (en el manuscrito Contrevian) que hodie Sentronigo apellatur inducte sunt Legiones:: Yrbegue circumfesa:: Cives indeditionem venerunt. Sea Contrevia o Cantabria siempre se denota el sentido del author acia la gloria de Cintruenigo, pues dice qe el sitio de la ciudad era en el mismo que Cintruenigo ó Sentronigo, y el contexto e hilo de la Historia hace a Contrevia cercana a Tarazona, y aliada de los romanos, prueva nada equívoca de su valor, riqueza, y poder.
El célebre voto de Sn. Millán, y magnífico Privilegio que expidió el Conde Fernan Gonzalez en los años 934, después de la Batalla de Simancas, prueva invenciblemte la existencia de la Villa de Cintruenigo, y convence al mismo tiempo la no existencia de la Ciudad de Alfaro. El referido instrumento cuenta uno por uno los Lugares, que deven contribuir con su voto a Sn. Millán, señalando a cada vecino su costa, y la especie de la ofrenda. En el expresado Privilegio se nombra expresamte la villa de Cintruenigo, sin hacer memoria alguna de la ciudad de Alfaro, siendo así, que la hace de Tarazona, Cascante y Tudela, Cornago, Calahorra, Cervera, Agreda e Inestrillas.
Para convencer esta verdad, copia un trozo del Privilegio que se halla en el Apéndice del primer tomo de la Cronica de Yepes, y es la escritura XX. Comienza el Privilegio de los votos de Sn. Millán nombrando los pueblos desde el rio Carrión y al ultimo llega a los Cameros, desde donde continua, entrandose en la Navarra con permision, de su Rey Dn. García, que confirma el Donativo y este trozo del Privilegio dice así a la letra:
“Omnes Villa de ambabus Cameris per omnes Domus síngulos Caseos. Otticosa per omnes Domus singular gallinas, et cíngulos panes. Enciso, Arnacielos, Olone, cum suis villas Penaacha, Herce, Presano, Arneto, Kele, Abtole, Bea, Calahorra, Andosilla, Carcaras, Lerin, Laharxa, et Monasterio, et Funes cum suis Villas ad suma alfocem pertinentibus, Italia, qua sunt sita per littora Argua fluminis: ista praedica per omnes Domin Singular metitas de vino in oblatione, et cíngulos panes in oferta: Et Resa per omnes Domus singular arencatas de Anpilas, Cornago, Cerveza, litigon, Agreta, Finistriela, Centronica, Borja, Tarazona, Cascante, Tudela: ista predicae per omnes Domus de Ferro, acero, singular libras, médium ferro, médium pimientu. Lva cum suis Villas ad suas alfoces pertinentibus, id est de Losa, et de Buzadon, usque ernatte ferrum, per omnes Villas incex Domus decem una Refa. De Rivo de Galharraga usque in flumen Deva, id est, tota Vizcaia, et de ipsa Deva usque ad sanctum Sebastianum de Hernani, id est tota ipuzcoa a finibus Alava, usque ad ora maris, quid quid infla est de una guague alfore cíngulos boves.
Sed quia magnanumerositas regionum locorum, et Villarum ununquodque sigilatim nom sinit nos nominare quo non sunt scripto tamquam scriptas huic dignae devotioni percipimus interese, et secundum potentiam, et qualitatem sue veneravili Cenobio almi AEmiliani Censum cumalys iubemus reddere.
En la relación de este pasage se reconoce que la Villa de Centronigo existía ya en tiempo del Conde Fernán González, y si vale el argumento negativo Alfaro no tenía entonces existencia. En los siglos posteriores, y más cercanos a nosotros se formó, aumentó o se fundó el lugar de Alfaro de muchos lugarcillos de aquella comarca, cuios términos constituieron su basto territorio que se aplicó a la ciudad por haver despoblado las aldeas de las cercanías a causa de las contínuas guerras de castellanos y navarros después de la infausta muerte de D. Sancho llamado el de Peñaler, como comentan todas las Historias.
Desde el tiempo del Rey García Sánchez, padre del famoso Sancho Abarca, suena incorporada la Rioja con los Dominios de los Reyes de Pamplona en innumerables instrumtos El Rey D. Sancho el Mayor se intitula reynando en Pampa y Álava, y hasta Montes de Oca, como lo havían hecho su Padre y Abuelo, y todo este territorio lo poseyó su hijo D. García y su Nieto el de Peñalen, por cuia muerte desgraciada entró D. Alonso el VI, su primo, por la Rioja con el solapalado y especioso titulo de Defensor y tutor de sus sobrinos, pero en realidad con ánimo de apropiarse de todo el país en el año de 1077 donde comienza el Dominio de Castilla en la Comarca de La Rioja.
Esta prevención es necesaria para que se entienda quando comenzó a enagenarse la Rioja de la Corona de Navarra, e incorporarse en la Castilla a costa de mucha sangre. Los tres Reyes de Aragón, que governaron la Navarra consintieron a más no poder este despojo hasta que D. García Ramirez, Nieto del de Peñaler se reintegro en sus antiguos derechos: Bien que aunque trató de reivindicar la Rioja y otras provincias, las fuerzas poderosas del castellano le obligaron a ceder como a muchos de los sucesores de los Payses usurpados.
D. Alonso el Batallador, último de los tres príncipes Aragoneses que governaron la Navarra, poseyó también la Castilla por el casamiento con la Reyna Dña. Urraca, y en este Reynado no se miró como diferente el País de la Rioja de la Provincia de Navarra, porque Navarros y Castellanos eran súbditos de un Rey mismo, y en estos tiempos sucedió la toma de Tudela, que se recobró de los Moros por los años 1557. haviendo contrivuido los vecinos de Cintruenigo a esta famosa conquista, como se presume, con mucho fundamento, de haver dado este mismo Rey a la Villa en premio de su valor y fidelidad el fuero de sobrarbe y sus armas, que hoy mantiene en… (aquí hay una palabra que no se entiende)verde y Cruz encarnada.
La existencia de Cintruenigo se conserva posteriormente en donaciones del Real Monasterio de Fitero, pues se manifiesta en su Archivo entre otras, la donación que hizo Dña. Urraca de Prada, hermana o sobrina del célebre Arzobispo de Toledo D. Rodrigo, en la que dona al Abad Raimundo una Heredad en Cintruenigo (parece ser la que linda con la Yruela) y es en el año 1247. Como notan los Anales de Navarra, tomo 3º, lib. XX al folº. 116. Así mismo se halla, que la Villa de Cintruenigo se ha dado en Dote y para alimentos de algunas Reynas de Navarra, y sobre todo fue dotación del Principe de Viana D. Carlos, como pertenencia anexa con Corella para manutención de ocho Príncipes y sucesores, año 1123, como se ve en los anales, tomo 4º, libº. XXXI, fol. 383.
De todo lo que se acava de referir, se infiere demostrativamente que hay memoria de la existencia de Cintruenigo desde el gobierno de Sempronio Graco, 180 años antes del nacimiento de Jesu-Christo. Se infiere también que la hay en el año de 934. Que la hay en los años de 1117. Que la hay en 1247, y últimamte se halla año 1423. Basta registrar con cuidado la Torre o Casa fuerte que hoy llaman de Ezpeleta para concluir del Ayre y modo de su fábrica que tiene muchos siglos, y esto mismo de muestra la portada de la Parroquia cuio…(aquí hay una palabra que no se entiende) a fábrica del siglo diez ú once. No nos parece que Alfaro puede producir igual antigüedad de Fábricas como las dos referidas, y mucho menos memorias tan ancianas como las qe dejamos expuestas.
Demostradas estas verdades no hallamos con que fundamentos se atrevió la ciudad de Alfaro en el siglo antecedente a turbar a la Ciudad de Corella y Villa de Cintruénigo, y Fitero el goze libre de las aguas.
El original lo tiene él y esta es una copia en la que se ha seguido fielmente la grafía del original.
Juan Manuel Arias
De su importancia dice que fue anterior a Alfaro y, a tal efecto, el Cardenal Obispo de Gerona, D. Juan Moles Margarit, cita a Cintruénigo en su obra “Paralipomenos”, libro sexto, folio 53, en el año 1540.
De su antigüedad nos habla el documento el cual dice que hay memoria de la existencia de Cintruénigo desde el gobierno del célebre tribuno romano Sempronio Graco, 180 años antes del nacimiento de Jesucristo.
Ynumerables son las disputas qe. se han suscitado sobre la primera fundación de los Reynos, y Ciudades, presumiendo cada uno de los escritores poner su Nación, o Ciudad por primera, y más cercana al Diluvio. El examen de las primeras fundaciones pide un criterio desapasionado, y mui fino. Este se deve fundar en el modo de vivir de los primeros Pobladores, en la positura de los terrenos, en lo fértil, y ameno de las Campañas, y cercanía de las Aguas. También debe entrar en el fundamento la fuerza de los Territorios capaces del asegurar, y defender los Habitantes.
Por no reflexionar en estas y semejantes proporciones se ha errado mucho en cuanto a la Poblacio de Reynos y ciudades postdiluvianas. Suponen algunos la repoblación del mundo a modo de una conquista o expedición militar, en que se camina con rápidos Progresos y pintan el viaje de los hombres desde la Torre de Babel hasta España en pocos años, sin advertir que los primeros Pobladores de esta y las de mas provincias caminaron paulatinamte y haciendo alto en los parages mas cómodos para el pastoricio de sus ganados, que eran todos sus haveres. Tal vez se detenían años enteros, y no pocos perseverando en un mismo sitio, hasta qe. se multiplicaban tanto, que no podían caver en el Terreno.
La corriente de los Ríos retardava mucho tiempo sus mudanzas y la maleza de matorrales les hera de mucho embarazo para conducir sus ovejas, y hacer sus labores, siendoles preciso buscar vados para el transito, y rozar y quemar arbustos para allanar el paso de sus ganados y familias numerosas. Si a esto se añade la detencion y… (aquí falta una palabra) de el Diluvio Universal, hasta la fabrica de la Torre de Babel, que fue de 144 años, se hallará que pasaron siglos antes que los primeros pobladores de España pusieran los pies en esta península. Esta sola reflexión basta para excluir de primeros pobladores a los Hijos y Nietos de Jafet, y en ellos a Tubal, cuias vidas no alcanzaron a tanto tiempo
Las Ciudades fundan más tiempo a primeras poblaciones, que los pueblos pequeños porque su Calidad arguie la estimacion de los que poblaban, que sin duda se agradarían mucho de aquel terreno y se detuvieron como de paso en los lugares cortos. Pero tampoco esta razon persuade la calidad de fundacion primitiva, porque los terremotos, las hambres las pestes, y guerras han arruinado muchas Ciudades, de que solo conocemos algunas por los nombres. Algunas se han reedificado y perseveran con sus nombres corrompidos, y otras han mudado de sitio, admitiendo nuevos nombres.
Este exordio puede servir de preliminar para inteligencia de las fundaciones de Pueblos postdiluvianos. No es de nuestro presente instituto, ni el tiempo nos lo permite, extender la pluma a todas y cada una de las poblaciones de España, y solo nos podemos Ceñir a una pequeña parte de lo que se llamó antiguamte Celtiveria, en que dicen las Historias Romanas se arruinaron por las guerras mas de cien Ciudades en los tiempos de la guerra de Numancia, Calahorra, Contrevia, y otras.
Nuestro asumpto se reduce a averiguar en cuanto sea posible la antiguedad, que se puede atribuir a la ciudad de Alfaro en contraposicion con la Villa de Cintruenigo, que las dos estaban comprendidas en la celtiberia, después en la Vasconia, después en el Reno de Navarra, y hoy, desde el año 1077 es Alfaro de Castilla y Cintruenigo ha permanecido siempre baxo la dominación de Navarra. Las dos poblaciones gozan de una territorio igualmte ameno, y fértil y con abundantes y buenas aguas (que eso significa el Río Alama) calidades que alagarían a los primeros pobladores, para elegir en este Terreno sus moradas.
A la primera vista dará su voto la crítica vulgar a favor de la Ciudad de Alfaro por su dilatado Terreno y vecindario numeroso: pero la Crítica fina halla en la Historia fundamentos mui robustos para creer más antigua y aún más famosa la Villa de Cintruenigo, que la ciudad de Alfaro. De esta no hay memoria alguna en las Historias Romanas: ni aún se halla noticia de ella en las expediciones de Godos, ni de los Vascos, pero de Cintruenigo se habla ya mucho algunos años antes Jesu-Christo, y se continua su memoria sin interrupción hasta nuestros tiempos.
El Cardenal Obispo de Gerona, Don Juan Moles Margarit escrivio sus Paralipómenos e Historia de España por los años de 1450 que se imprimieron encuadernados con la Historia del Arzobispo Dn Rodrigo, y otras en Granada año de 1545. Dice pues el Gerundense en el Libro, Sexto al folio 53, que la ciudad de Contrevia (así decía el original), o la ciudad famosa de Cantabria era la Población, qe. en su tiempo se llamaba Cintruenigo. Así dice a la letra: Misis per Carpertaniam ad verbem Cantabrian (en el manuscrito Contrevian) que hodie Sentronigo apellatur inducte sunt Legiones:: Yrbegue circumfesa:: Cives indeditionem venerunt. Sea Contrevia o Cantabria siempre se denota el sentido del author acia la gloria de Cintruenigo, pues dice qe el sitio de la ciudad era en el mismo que Cintruenigo ó Sentronigo, y el contexto e hilo de la Historia hace a Contrevia cercana a Tarazona, y aliada de los romanos, prueva nada equívoca de su valor, riqueza, y poder.
El célebre voto de Sn. Millán, y magnífico Privilegio que expidió el Conde Fernan Gonzalez en los años 934, después de la Batalla de Simancas, prueva invenciblemte la existencia de la Villa de Cintruenigo, y convence al mismo tiempo la no existencia de la Ciudad de Alfaro. El referido instrumento cuenta uno por uno los Lugares, que deven contribuir con su voto a Sn. Millán, señalando a cada vecino su costa, y la especie de la ofrenda. En el expresado Privilegio se nombra expresamte la villa de Cintruenigo, sin hacer memoria alguna de la ciudad de Alfaro, siendo así, que la hace de Tarazona, Cascante y Tudela, Cornago, Calahorra, Cervera, Agreda e Inestrillas.
Para convencer esta verdad, copia un trozo del Privilegio que se halla en el Apéndice del primer tomo de la Cronica de Yepes, y es la escritura XX. Comienza el Privilegio de los votos de Sn. Millán nombrando los pueblos desde el rio Carrión y al ultimo llega a los Cameros, desde donde continua, entrandose en la Navarra con permision, de su Rey Dn. García, que confirma el Donativo y este trozo del Privilegio dice así a la letra:
“Omnes Villa de ambabus Cameris per omnes Domus síngulos Caseos. Otticosa per omnes Domus singular gallinas, et cíngulos panes. Enciso, Arnacielos, Olone, cum suis villas Penaacha, Herce, Presano, Arneto, Kele, Abtole, Bea, Calahorra, Andosilla, Carcaras, Lerin, Laharxa, et Monasterio, et Funes cum suis Villas ad suma alfocem pertinentibus, Italia, qua sunt sita per littora Argua fluminis: ista praedica per omnes Domin Singular metitas de vino in oblatione, et cíngulos panes in oferta: Et Resa per omnes Domus singular arencatas de Anpilas, Cornago, Cerveza, litigon, Agreta, Finistriela, Centronica, Borja, Tarazona, Cascante, Tudela: ista predicae per omnes Domus de Ferro, acero, singular libras, médium ferro, médium pimientu. Lva cum suis Villas ad suas alfoces pertinentibus, id est de Losa, et de Buzadon, usque ernatte ferrum, per omnes Villas incex Domus decem una Refa. De Rivo de Galharraga usque in flumen Deva, id est, tota Vizcaia, et de ipsa Deva usque ad sanctum Sebastianum de Hernani, id est tota ipuzcoa a finibus Alava, usque ad ora maris, quid quid infla est de una guague alfore cíngulos boves.
Sed quia magnanumerositas regionum locorum, et Villarum ununquodque sigilatim nom sinit nos nominare quo non sunt scripto tamquam scriptas huic dignae devotioni percipimus interese, et secundum potentiam, et qualitatem sue veneravili Cenobio almi AEmiliani Censum cumalys iubemus reddere.
En la relación de este pasage se reconoce que la Villa de Centronigo existía ya en tiempo del Conde Fernán González, y si vale el argumento negativo Alfaro no tenía entonces existencia. En los siglos posteriores, y más cercanos a nosotros se formó, aumentó o se fundó el lugar de Alfaro de muchos lugarcillos de aquella comarca, cuios términos constituieron su basto territorio que se aplicó a la ciudad por haver despoblado las aldeas de las cercanías a causa de las contínuas guerras de castellanos y navarros después de la infausta muerte de D. Sancho llamado el de Peñaler, como comentan todas las Historias.
Desde el tiempo del Rey García Sánchez, padre del famoso Sancho Abarca, suena incorporada la Rioja con los Dominios de los Reyes de Pamplona en innumerables instrumtos El Rey D. Sancho el Mayor se intitula reynando en Pampa y Álava, y hasta Montes de Oca, como lo havían hecho su Padre y Abuelo, y todo este territorio lo poseyó su hijo D. García y su Nieto el de Peñalen, por cuia muerte desgraciada entró D. Alonso el VI, su primo, por la Rioja con el solapalado y especioso titulo de Defensor y tutor de sus sobrinos, pero en realidad con ánimo de apropiarse de todo el país en el año de 1077 donde comienza el Dominio de Castilla en la Comarca de La Rioja.
Esta prevención es necesaria para que se entienda quando comenzó a enagenarse la Rioja de la Corona de Navarra, e incorporarse en la Castilla a costa de mucha sangre. Los tres Reyes de Aragón, que governaron la Navarra consintieron a más no poder este despojo hasta que D. García Ramirez, Nieto del de Peñaler se reintegro en sus antiguos derechos: Bien que aunque trató de reivindicar la Rioja y otras provincias, las fuerzas poderosas del castellano le obligaron a ceder como a muchos de los sucesores de los Payses usurpados.
D. Alonso el Batallador, último de los tres príncipes Aragoneses que governaron la Navarra, poseyó también la Castilla por el casamiento con la Reyna Dña. Urraca, y en este Reynado no se miró como diferente el País de la Rioja de la Provincia de Navarra, porque Navarros y Castellanos eran súbditos de un Rey mismo, y en estos tiempos sucedió la toma de Tudela, que se recobró de los Moros por los años 1557. haviendo contrivuido los vecinos de Cintruenigo a esta famosa conquista, como se presume, con mucho fundamento, de haver dado este mismo Rey a la Villa en premio de su valor y fidelidad el fuero de sobrarbe y sus armas, que hoy mantiene en… (aquí hay una palabra que no se entiende)verde y Cruz encarnada.
La existencia de Cintruenigo se conserva posteriormente en donaciones del Real Monasterio de Fitero, pues se manifiesta en su Archivo entre otras, la donación que hizo Dña. Urraca de Prada, hermana o sobrina del célebre Arzobispo de Toledo D. Rodrigo, en la que dona al Abad Raimundo una Heredad en Cintruenigo (parece ser la que linda con la Yruela) y es en el año 1247. Como notan los Anales de Navarra, tomo 3º, lib. XX al folº. 116. Así mismo se halla, que la Villa de Cintruenigo se ha dado en Dote y para alimentos de algunas Reynas de Navarra, y sobre todo fue dotación del Principe de Viana D. Carlos, como pertenencia anexa con Corella para manutención de ocho Príncipes y sucesores, año 1123, como se ve en los anales, tomo 4º, libº. XXXI, fol. 383.
De todo lo que se acava de referir, se infiere demostrativamente que hay memoria de la existencia de Cintruenigo desde el gobierno de Sempronio Graco, 180 años antes del nacimiento de Jesu-Christo. Se infiere también que la hay en el año de 934. Que la hay en los años de 1117. Que la hay en 1247, y últimamte se halla año 1423. Basta registrar con cuidado la Torre o Casa fuerte que hoy llaman de Ezpeleta para concluir del Ayre y modo de su fábrica que tiene muchos siglos, y esto mismo de muestra la portada de la Parroquia cuio…(aquí hay una palabra que no se entiende) a fábrica del siglo diez ú once. No nos parece que Alfaro puede producir igual antigüedad de Fábricas como las dos referidas, y mucho menos memorias tan ancianas como las qe dejamos expuestas.
Demostradas estas verdades no hallamos con que fundamentos se atrevió la ciudad de Alfaro en el siglo antecedente a turbar a la Ciudad de Corella y Villa de Cintruénigo, y Fitero el goze libre de las aguas.
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